Mañana, viernes, se estrena el remake que Michael Haneke ha filmado de su Funny Games, copiando plano a plano el original de 1997, esta vez con actores anglosajones y para Warner Brothers. El director justifica su relectura en el hecho de que la primera Funny Games tenía como objetivo ilustrar la banalización de la violencia en el cine americano. Explica que la condición de película europea filmada en alemán impidió que aquél público, destinatario ideal de la denuncia, recibiera el mensaje de Funny Games: un discurso destinado a reventar la impasibilidad mediante un revuelto de conciencia. Y de estómago.
Por sorprendente que pueda parecer, la iniciativa de uno de los directores más admirados en los circuitos ‘alternativos’ no es novedosa. De clásicos básicos como Howard Hawks (Río Bravo, 1959/ El Dorado, 1967/ Río Lobo, 1970) o Alfred Hitchcock (El Hombre que Sabía Demasiado, 1934/1956), a realizadores asiáticos que han accedido a rodar de nuevo sus obras en formato americano (Hideo Nakata, Takashi Shimizu), en el cine no escasean los remakes de la obra propia. Con independencia de los resultados –la copia no suele superar al original y el motivo es evidente- quién mejor que el propio autor para repetir su creación. Legitimación al margen, el misterio radica en la motivación que hay detrás de estas piruetas. ¿Perfeccionismo? ¿Agotamiento? ¿Redifusión a lo Haneke? De todo un poco. Más dinero y la irresistible vanidad de que la obra y el autor lleguen a más gente, aunque sea en peor forma. Y siempre, el a menudo insondable motor de la creación. Ese Francis Bacon dándole vueltas y vueltas a sus versiones del Inocencio X de Velázquez.
Por sorprendente que pueda parecer, la iniciativa de uno de los directores más admirados en los circuitos ‘alternativos’ no es novedosa. De clásicos básicos como Howard Hawks (Río Bravo, 1959/ El Dorado, 1967/ Río Lobo, 1970) o Alfred Hitchcock (El Hombre que Sabía Demasiado, 1934/1956), a realizadores asiáticos que han accedido a rodar de nuevo sus obras en formato americano (Hideo Nakata, Takashi Shimizu), en el cine no escasean los remakes de la obra propia. Con independencia de los resultados –la copia no suele superar al original y el motivo es evidente- quién mejor que el propio autor para repetir su creación. Legitimación al margen, el misterio radica en la motivación que hay detrás de estas piruetas. ¿Perfeccionismo? ¿Agotamiento? ¿Redifusión a lo Haneke? De todo un poco. Más dinero y la irresistible vanidad de que la obra y el autor lleguen a más gente, aunque sea en peor forma. Y siempre, el a menudo insondable motor de la creación. Ese Francis Bacon dándole vueltas y vueltas a sus versiones del Inocencio X de Velázquez.
Sr Chinarro tiene nuevo disco en el mercado y se llama Ronroneando (Mushroom Pillow). En las entrevistas, a Antonio Luque se le sigue preguntando por la diferencia entre lo que es y lo que fue, aquél estilo que añoran los fans de toda la vida. Luque no titubea, feliz por poder vivir al fin de la música y haber superado los tiempos oscuros, cuando trabajaba en una fábrica de Pan Bimbo. Afirma que le gustan canciones de todos sus discos (ya van diez), pero reniega del sonido y las formas anteriores. Sugiere que merecerían una regrabación pero reconoce de inmediato que eso carecería de sentido. Menos mal. La disyuntiva es retorcida: abundan los seguidores, cada vez más renegados, que prefieren la obra del Luque triste a la del Luque feliz. Desean, ocultamente, que su admirado regrese al estado torturado, allí donde conservaba un duende diferencial que ahora no distinguen. No pasará. Recuerden: después de tantos años de espera, el pueblo comprobó que a su retorno, el rey estaba viejo y cansado. Qué desazón. Como un revuelto cargado de ingredientes pero falto de sal.
El eterno retorno. Quién podía saber que cuando el profesor nos obligaba a copiar una frase en la pizarra estaba impartiendo una noción filosófica. Del idioma alemán de Nietzsche y Haneke a los encerados de EGB, de todos los circuitos eléctricos a la socorrida metáfora que alinea nuestra existencia con la del hamster de la rueda, el último capítulo lleva al primero.
Hay pocas fantasías más recurrentes que la del adulto que sueña con regresar a alguna edad pasada, acaso para variar un rumbo. En la ficción, los experimentos indican que la actuación se repetiría o bien empeoraría el recitado original. Y en la realidad suele suceder que cuando alcanzas una situación deseada te encuentras con que no la puedes disfrutar porque algo se te ha revuelto. Probablemente el estómago. Cualquier cosa, con tal de no asimilar un estado feliz en tiempo presente. Eso sería la muerte, pero a diferencia de La Oca, una muerte sin retorno. Un juego no divertido.
El eterno retorno. Quién podía saber que cuando el profesor nos obligaba a copiar una frase en la pizarra estaba impartiendo una noción filosófica. Del idioma alemán de Nietzsche y Haneke a los encerados de EGB, de todos los circuitos eléctricos a la socorrida metáfora que alinea nuestra existencia con la del hamster de la rueda, el último capítulo lleva al primero.
Hay pocas fantasías más recurrentes que la del adulto que sueña con regresar a alguna edad pasada, acaso para variar un rumbo. En la ficción, los experimentos indican que la actuación se repetiría o bien empeoraría el recitado original. Y en la realidad suele suceder que cuando alcanzas una situación deseada te encuentras con que no la puedes disfrutar porque algo se te ha revuelto. Probablemente el estómago. Cualquier cosa, con tal de no asimilar un estado feliz en tiempo presente. Eso sería la muerte, pero a diferencia de La Oca, una muerte sin retorno. Un juego no divertido.
(Escrito por Sickofitall)
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