Y ya que están hablando de mujeres.
Este es un ineludible, apareció anoche en la revista de LD.
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MUJERES EN POLÍTICA
Prova d'orchestra
Por Ana Nuño
Como la corrección de género es nuestro lecho de Procusto de cada día,
mejor será decirlo de entrada: pienso que las mujeres metidas a políticas
tienen el mismo derecho que sus colegas masculinos a mostrarse cerrilmente
idiotas, inmoderadamente manipuladoras y obscenamente trepadoras. Y, también
como ellos, si se les antoja o tienen esa capacidad, a ser razonablemente
ambiciosas y honestas y a no moverse sólo por afán de poder o lucro
personal.
Estoy pensando, al escribir esto, por un lado en Carmen Chacón, Magdalena
Álvarez y Bibiana Aído, y por otro en Esperanza Aguirre, María San Gil y
Rosa Díez. Que me perdonen las segundas por el paralelismo, son cosas de la
retórica y sus delirios equilibristas. Pero como el lector ya habrá intuido
que de esto es de lo que voy a hablarle, me permitiré darle el coñazo con un
par de consideraciones previas que ni siquiera son de contexto, sino que
responden a algo mucho peor, al único pecado periodístico no venial: el
deseo de distanciarlo un poco de la mera actualidad.
Hay quien piensa que la manía de ver en las mujeres un ser colectivo
únicamente dotado de volición reivindicativa es una consecuencia desgraciada
del buenismo igualitario, un artefacto ideológico de reciente fabricación. Y
que bastaría con inclinar la balanza hacia el platillo de la libertad,
aliviando de peso el de la igualdad, para corregir esta hipermetropía. Como
si hubiera cundido la brumosa idea de que igualdad equivale a comunidad,
ente que aspira al bienestar colectivo, y libertad es lo mismo que
individuo, personificación de la lucha contra las tiranías y dictaduras.
Mucho me temo que a estas ficciones degradadas han acabado reduciéndose
ideas e ideales que antes de nuestra descerebrada llegada al mundo tuvieron
la capacidad de encender la imaginación de generaciones de políticos y
mortales de a pie.
Quién sabe, retomando el tropo visual, si las diferencias doctrinales entre
socialismo y liberalismo no se deben, en el fondo, a la oposición entre dos
regímenes de visión: los socialistas serían tan hipermétropes y, por tanto,
atentos únicamente al inabarcable horizonte hacia el que dicen avanzar, como
miopes los liberales pragmáticos, fácilmente absortos en los detalles de la
realidad que consideran exclusivamente digna de atención.
Pero, aparte de que las metáforas, más aún si se deben a la sinestesia, son
obtusos instrumentos de análisis, la historia se encarga ella solita de
invalidar la optimista hipótesis de que a nosotros, aquí y ahora, nos ha
caído encima la excepcional plaga de la corrección política y sus muchas
brumas. Baste recordar que la Inglaterra victoriana, siglo de oro del
liberalismo, y la Francia de la Belle Époque, paraíso de la burguesía
desacomplejada, no supieron resistirse al placer innegable de fabricar
corsés colectivamente correctos a las mujeres. Madres prolíficas y
hacendosas o botón mundano prendido en la solapa de los caballeros de
industria, tan reducidas a un cliché fueron aquellas féminas como las que
ahora sólo parecen servir para que los machos, sobre todo aunque no sólo los
hipermétropes, alardeen de llevarlas del brazo a sentarse en el sillón de un
ministerio o a ocupar la portavocía del principal partido de la oposición en
las Cortes.
Por cierto, ¿cómo es aún posible que en España no se obligue a los
responsables políticos a hacer público su estado de salud, a diferencia de
lo que se estila en Alemania, Estados Unidos, Inglaterra y, aunque sólo
recientemente, en Francia? ¿Cómo saber si Rodríguez Zapatero y Rajoy, o
Ibarreche y Montilla, o Chaves y Pons, padecen alguna patología, por
ejemplo, oftalmológica? ¿Y no es éste un dato a tener en cuenta a la hora,
por ejemplo, de votar? Casi me atrevería a decir que esta manifiesta
ausencia de glasnost en nuestro régimen democrático justifica por sí sola la
abstención. ¿Cómo confiar a alguien de quien ni sé si su capacidad visual le
permite calibrar correctamente mi situación el destino de mi autonomía o de
mi bolsillo? Que viene a ser lo mismo, como bien han sabido desde hace
décadas sacar rédito de ello los nacionalistas hipermétropes, miopes,
présbitas o ciegos a secas que abundan en esas regiones españolas
especialmente aquejadas de graves problemas oculares que son Cataluña y el
País Vasco.
Estas consideraciones, que ya mismo dejo, son bastante intemporales y, por
tanto, un coñazo, como he dicho. Pero no quisiera dejar de darlo sin antes
añadir una pincelada: ¿a que es curioso que las mujeres compartan su
inagotable capacidad de ser idealizadas y aborrecidas, deseadas y
vilipendiadas, incomprendidas y aceptadas, con los judíos? Todos los no
judíos, algunos antisemitas incluidos, en algún momento sienten la necesidad
de ensalzar a su judío. El judío aceptable, mi judío, suele confundirse con
uno de esos entes colectivos o ideas o formas, en plan platónico, que
llevamos prendido en nuestro corazón desde los tiempos del Génesis. Para
unos es el judío lleno de chispa y chutzpah que nos ameniza las veladas,
como Woody Allen, para otros es el genio puro a lo Spinoza o Einstein, que
atribuimos a una cuasi mágica predisposición al estudio de la singular secta
a la que pertenecen, como otros atribuyen el don comunicativo o de mando a
los nacidos bajo el signo astrológico de Géminis o Leo.
Eso sí, que no vengan a rompernos el hechizo. Nada de judíos empuñando
armas, defendiendo territorios y mostrándose, en esto y otras cosas, tan
"iguales" al resto de la violenta y desaforada humanidad. Y, por descontado,
cubrid a esas mujeres que prefiero no ver, a esas liberales de pura cepa que
ostentan el pedigrí de sus ideas en vez del de sus padres o maridos, a esas
vascas que permanecen en el caserío de donde han sido expulsadas por su
incontinente afición a abrir la boca en mitad del aquelarre colectivo, a las
izquierdistas descarriadas que se atreven a reprochar al cacique de su tribu
sus toqueteos pueriles de las cosas de comer y soñar. El caso es que las
mujeres parece que son a los hombres lo que los judíos al resto de la
humanidad: su parte más deseada e incomprendida. El otro, por antonomasia.
Ese otro, pero el del costado femenino, es lo que ha acaparado la atención
de los medios españoles durante la última semana. Que empezó con un derroche
de ditirambos y denuestos distribuidos a partes casi iguales porque
Esperanza Aguirre había pronunciado, el pasado lunes en un foro madrileño,
un discurso que en ella no es nuevo, pero que esta vez contó con un público
digno del Coliseo romano, que decidió acudir porque le dijeron que iba a
haber sangre derramada. De hecho, la prensa, que es el altavoz de todos los
juegos de anfiteatro, destacó durante días un par de frases en las que
Aguirre venía a decir que no presentaba formalmente su candidatura a liderar
el Partido Popular, pero que tampoco renunciaba a hacerlo.
Lo más llamativo de las frases destacadas es que no formaron parte del
discurso pronunciado por la presidenta de la Comunidad de Madrid, sino que
fueron dichas en respuesta a preguntas, ¿de quién iba a ser?, de los
periodistas (para que se sepa que el gremio come y da de comer). Parece
mentira, pero estas dos frases: "A fecha de hoy, no entra en mis planes [el
presentarse como candidata a la presidencia del PP]" y "Ahora, si hay cambio
de planes, el primero en saberlo será el presidente de mi partido", bastaron
para movilizar desde la China olímpica a Gallardón, desde la Feria de Abril
a Arenas y a Camps desde su Valencia huérfana de trasvase del Ebro y
comparativamente agraviada por el trasvase catalán que no osa decir su
nombre.
Pura bazofia informativa, como puede apreciarse, pero sin embargo efectiva
en la España de charanga mediática y pandereta retroprogre, que es la que
más bulla mete. En efecto, gran noticia: todos supimos que Aguirre, entre
canapé y canapé, había dicho que sí, quizás, depende. Y que a ello
respondieron algunos de sus más encarnizados adversarios políticos, todos
ellos reclutados en las filas de su propio partido, como debe ser, diciendo
que no, que ni hablar, que habrase visto. Ya advertía Oscar Wilde: "One
cannot be too careful in choosing one's enemies". Le faltó añadir:
preferiblemente, entre mis más cercanos amigos.
Es un espectáculo penoso, la verdad. Sobre todo ahora que el Gobierno de
España y su iluminado presidente, consintiendo un esfuerzo titánico, habían
logrado modernizar a tan rancio país elevando a único mérito para ser
designado ministro el género al que se pertenezca. Bueno, también otras
vaguedades curriculares, como la edad que se tenga, la fabricación de falsas
carreras, la imposición de opas fraudulentas o incluso, directamente, la
ausencia de cualificaciones profesionales.
Los medios, que casi habían logrado que no nos enteráramos de lo que en
realidad dijo Esperanza Aguirre o del repaso que Rosa Díez dio al de las
cejas carmesí de escaño a escaño, respiraron aliviados este fin de semana:
por fin vamos a poder, y con nosotros todos los españoles, centrarnos en lo
importante. Lo importante son las fotos de familia, como siempre en la tribu
hispana: la futura madre, embarazada de siete meses, saludando a los
soldados, una niña flamenca estrenando ministerio de orwelliana igualdad,
nuestra adorada señora de los socavones confirmada, ni partía ni doblá, en
su puesto, Maritere y sus modelos en las apasionantes partidas de mus de los
viernes, en La Moncloa...
Mucho ruido, pocas nueces y lo de siempre: un reguero de polvos de arroz,
tan anticuados ellos, cubriendo rostros de mujer. Por fortuna existe
internet, y en internet, algunos diarios y muchos blogs y páginas personales
que no se detienen en los afeites decimonónicos. Por ellos más que por el
establishment mediático hemos sabido que hay mujeres metidas a políticas que
dan para tanto como sus mediocres valedores. También, que Aguirre o Díez
tienen voz y la usan para decir cosas inteligentes y necesarias, y para
recordarnos que la política puede ser una ocupación útil no sólo para quien
la ejerce.
Da capo, como decía Fellini en Prova d'orchestra: las mujeres metidas a
políticas… Eso sí, tras el ensayo general no cabe duda: los pupitres de la
izquierda desafinan, todos ellos, mientras que la sección de vientos, al
centro, y las cuerdas bajas de la derecha dan la nota justa. Con toques de
virtuosismo. Sólo queda esperar que se decida a tocar un solo la que dice
que quizás, depende, y que la experta de la viola d'amore, instrumento
solitario donde los haya, siga tocando su instrumento desacomplejadamente y
sin hacer mucho caso de las erráticas indicaciones del que lleva la batuta.
http://revista.libertaddigital.com/articulo.php/1276234553
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