Declaro que el objeto de aquesta sábana es divagar sobre la tesis arcadiana acerca de las identidades sí, las identidades no, la identidad madre te la bailo yo… y refutarla. Yo, no sé de ustedes, si tengo una identidad bien definida. En realidad, más de una. Habría que hacer una lista extensa de identidades que en un momento dado afloran (verbo cursi, pero qué quieren) en mi persona. Una de ellas es la de indio colchonero, sí, pero sólo es una de las que atesoro (otro verbo cursi) y ni mucho menos la principal. Católico, español, granadino-jiennense-sevillano, cazador, reaccionario, legitimista, chestertoniano, quevedista, jesuitico, taurino, hijosdalgo de viejos castellanos… He ahí un catálogo de las múltiples identidades que surgen con frecuencia de mis dichos y hechos. Persona me hicieron mis padres hace ya algunos años, pero personalidad me forjé yo con la ayuda/lastre de mi circunstancia.
Arcadi supone que las identidades de uno han de ser gloriosas e infinitas en su perfección. Quiso hacerse andaluz, pero resulta que en un pueblo gaditano los árboles aparecían pintados de blanco y verde, infectados ya de blasinfantilismo (ruego le echen un vistazo rápido a la huella escrita de aquel notario y padre de la patria mía. Nunca debió acabar muerto en una cuneta, pero tal vez un frenopático era buen destino), y aquello le superó. Si eso es motivo para darse de baja, aquí paz y después el desastre. Claro que don Arcadio viene de donde viene, esa izquierda delicuescente y catalana que se creyó Diosa de la Razón y acabó en Barragana de la Nación (catalana). De Tarradellas a Montilla hay cuarenta mil leguas de viaje en cuanto a dignidad y lucidez. Hasta un asqueroso facha como yo acepta tal distingo. Y a Arcadi, eso, le escuece.
Pues no, mosén Espada (tiene usted apellido judío, por si nadie se lo ha dicho, y yo de esto también sé), las identidades no son ni pueden ser cruelmente perfectas, y digo crueles porque entonces no serían humanas y desembocarían en martirio poco soportable. Cuando digo que soy español, acepto perfectamente que éste ha sido un país y pueblo (que no es exactamente lo mismo) cruel, idiota y desesperante, pero es justo lo mismo que se puede decir de todos nosotros, animales a menudo racionales.
Los griegos entendían a los (sus) dioses como seres tragicómicos a los que asumían de forma natural. Incesto, traición, envidia, pasión, celos… La historia calcada de cualquier familia de ayer y hoy pero con posibles, que eran dioses, coño. Y a ésas bestias las aceptaban como deidades. Lo mismo se puede decir de los romanos. O incluso del judaísmo primitivo donde Dios (éste sí con mayúscula) se enfadaba con demasiada frecuencia y se gustaba de putear al personal con sincera saña. Claro que don Arcadio no puede admitir tal cosa, perfección obliga. Si se reconocen defectos en España, cómo sentirse uno español sin abochornarse. Pues se reconocen, señor Espada, y se acepta(n). Uno quiere con toda el alma (perdón) a sus padres e hijos, y no anda por ahí excusándose de lo mismo “porque no son perfectos”. De hecho, no hay nada perfecto, mosén Espada, empezando por usted y yo. Ni la Capilla Sixtina, oiga. Sublime sí, pero perfecta…
Quizá se rebele ante la idea de que la identidad te viene dada, como la familia, o bien que se pueda elegir, sí, pero dentro de una cierta libertad, como los amigos. Fuera de eso, el vacío. Yo puedo y sé distinguir ambas. Mi fe religiosa viene dada de mis mayores. Parecido asunto al de mis filias patrióticas, mi antimadridismo o mi afición al gatillo. Pero también hubo(hay) otras que elegí yo. La boina roja, por ejemplo, es una mezcla de ambas. Abuelos requetés, padres tirando a peperos, nieto carlista cruzado con democristiano, pero en última instancia fui yo. Al igual con los libros, que eligió el abajofirmante. Y no pasa uno indemne de ciertas lecturas. Aún recuerdo ese primer contacto (horrible y magnífico) con Federico Nietzsche, o cuando descubrí a Chesterton, al padre Castellani, a León Bloy, a Pound o al último Yeats.
Aún arrastro, unas veces pesada y otras alegremente, el bagaje de ciertas obras y autores que supieron descubrirme hablarme directamente de la naturaleza humana, tan cambiante como nuestra ahora popular climatología. O de ciertas sensaciones. La música, me gusta Led Zeppelín, pero también La Buena Vida o la ópera italiana. O los toros, el cine y la comida. Dijo usted que intentó hacer de su patria al aceite de oliva. Y un guiso sin dicha grasa le derribo del caballo mediterranesco. Y no es eso, no es eso…
Se confunde, señor Espada. Las identidades, o lo que es lo mismo, las patrias, no son ni consisten en adueñarse subjetivamente de lo mejor de nuestro mundo. Así no funcionan las cosas. No se ama un coche por muy bien que esté ensamblado, sino porque con aquel viejo Simca Mil hizo su primer viaje al Pirineo acompañado de su entonces novia y hoy mujer. Acaba usted, señor periodista, citando a un escritor valenciano que dijo “mi patria es la inocencia”.
Tal vez, no suena mal del todo, la inocencia… pero es tan sólo una más.
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