Deadwood, como sabrán los más mitómanos, es el nombre del poblachón estadounidense en el que fue asesinado en plena partida de póquer Wild Bill Hickock (cuando llevaba dos ases y dos ochos, la mano del muerto, y no un full, como se menciona incorrectamente en la serie). Era un campamento minero situado en las Black Hills, tierra de nadie durante algunos años ya que se consideró territorio indio hasta que la matanza de Custer y los suyos en Little Bighorn frente a las tropas de Caballo Loco, Toro Sentado y el jefe Gall vino a embarullar su estatus, río revuelto que aprovecharon los colonos y buscadores de oro para establecerse por allí y ciscarse en los acuerdos con los nativos.
La serie comienza en esa época, hacia 1870 si no recuerdo mal, cuando la ciudad es un simple campamento, sin ley ni instituciones u hombres que la apliquen. Con el paso de los capítulos aparecerán personajes reales, como el mencionado Hickock y sus compañeros Charlie Utter y Calamity Jane Canary, se mencionan otros y, supongo, se inventan los más. No he querido saber demasiado sobre ellos a la hora de preparar esta entrada; poco importa que Bullock o Alma Garret o Jewel, la coja sarcástica, hayan existido en la realidad, pues uno de los puntos fuertes de esta serie es la compleja caracterización de sus personajes, todos llenos de atractivo, con las miserias y los brillos propios de los seres de carne y hueso, con sus querencias y antipatías.
No menos de veinte de estos caracteres ocupan la acción. Se trata, por lo tanto, de una serie coral, como se ha dado en llamar a este tipo de obras, que en este sentido puede compararse, por ejemplo, con la magnífica Los Soprano, tanto en la cantidad como en la calidad: cada uno de ellos es un complicado manojo de intereses y sentimientos, tan previsibles o imprevisibles como personas 'de verdad'.
En el centro de todos ellos, Al Swearengen: un tipo cruel, inteligente, tan ambicioso de poder personal como preocupado por el crecimiento del pueblo. Swearengen es el dueño de The Gem, uno de los tugurios en los que transcurre el ocio de los buscadores -alcohol, juego y putas- y que también es su centro de operaciones como cacique local y verdadero eje de la vida social y política. A su alrededor, Bullock, un sheriff de origen canadiense; E.B. Farnum, rata cotilla y servil que posee un hotel cercano; Dan Dority, el hombre de acción de Swearengen; Trixie, una puta lista, fumadora y con muy mala hostia; la borracha Jane; el discreto, amable Charlie Utter -cuya timidez no le impide llevar, y usar, su correspondiente Colt Single Action Army-; el periodista-director del Deadwood Pioneer, diario local; un médico cascarrabias y entregado; un herrero de raza negra y su contrapunto humorístico y buscavidas, el Negro General... La lista es enorme, y puede consultarse por ahí, con grave riesgo de descubrir parte de las tramas. No lo recomiendo, pero dejo en enlace para los curiosos.
Además de la magnífica exposición de personajes, destaco otras dos notas que hacen de esta serie una de las buenas: por un lado, nos cuenta mucho sobre nosotros mismos. Desde la ficción -más o menos 'basada en hechos reales'- muestra una vida ajena al Estado protector, al uso legítimo de la violencia; al orden social, en fin, como lo entendemos -y que no ha existido siempre, como fingimos creer. No estamos a más de dos o tres generaciones de distancia; la vida era así hace muy poco tiempo también aquí. Por otra parte, el tono general del texto, en un inglés grandilocuente y hermoso, y también el tratamiento de determinadas situaciones es, sin exageración alguna, puramente shakespeareano. Hay soliloquios teatrales dignos de ser memorizados y recitados en los bares, monólogos en los que la cabeza de un jefe indio, metida en una caja, replica la calavera de Yorick en las manos de Hamlet, parejas cómicas inmersas en duelos de ingenio mientras pasean por las calles embarradas, frases rotundas y bellas casi en cada escena... El título de esta entrada es una sentencia dejada caer sin mayor trascendencia por uno de los personajes, no recuerdo quién. Después de Los Soprano y Deadwood sabemos con certeza que el inglés de Stratford quizás hoy no sería inmortal, pero mientras estuviese vivo no pasaría hambre como guionista de la HBO.
Termino con una jodida recomendación adicional: busquen los jodidos deuvedés y, joder, si pueden, disfrútenlos en el jodido idioma original. Si no, olviden los jodidos subtítulos: el doblaje es jodidamente bueno y mucho más fiel que los jodidos letreritos; estos se olvidaron de tres jodidas cuartas partes de los jodidos 'fuck', 'cunt' y 'cocksucker'. Que en el jodido idioma inglés pueden, joder, ponerse en cualquier jodida parte de la jodida frase, como en el jodido español. ¿Creen que exagero?
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