la sembraron en lo hondo del cieno
nadie sabe quién;
sus raíces como pámpanos ciegos,
blancas, blancas de puro no ver,
las entrañas de la tierra atraviesan,
¿quién sabrá para qué?;
ya va abriendo sus vías secretas
a través de la roca, a través
de tus carnes dormidas:
¡déjala, déjala crecer!;
ya, ya rompe la costra, y al aire
su tallo cristalino se alza,
que nadie lo ve,
y echa ramas y hojas de sombra,
y se abre por el mundo la flor
de la falta de fe:
déjala, déjala, déjala
crecer la flor:
es la flor de la noche, la flor
de la desilusión:
ella cubre la tierra y las almas
en un puro frío amor;
ella esparce por doquier un aroma
donde se muere todo olor,
y que tiene la virtud de que todos los nombres
los sume en olvido,
y va borrando las cosas
de todo color,
desliendo las ciudades y montes
y las casas de la luna y el sol,
y todo trasparente lo vuelve
la maravilla de la flor,
y desnudo va dejando el globo del mundo,
y desnudo tu corazón,
desnudo a lo de fuera, a la herida
del no de que no,
abriéndonos y perdiéndonos
ni en sueño ni en vela,
más allá que las estrellas y el agua celeste
y que sombra ni luz de Dios,
desnudos a lo sin fin, desnudos
a la verdad de lo que no se sabe,
a la verdad de lo que no.
(Agustín García Calvo, Pasión. Farsa trágica)
Los alumnos de un instituto de Fuenlabrada (y con ellos, sin duda, un profesor de los que no quedan) están en representar esta obra recientísima del maestro. Me pregunta una amiga si podríamos ponerle música al coro central de la obra. Y bien: gracias a Luli, que le ha dado voz, allá va (con homenaje a Carlos Santana).
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