10 de noviembre de 2007
La luz tibia del primer noviembre ya ha desaparecido. Ha durado algo más que la Seminci, pero poco más. La transición hacia la dureza de la claridad de hielo inverniza ha sido algo abrupta. A veces me pregunto si me interés por la Seminci no radicará, en parte, en el cromatismo de la luz del primer invierno, que solo veo entonces, pues solo entonces salgo a pasear a las tres del mediodía.
29 de noviembre de 2007
FJL publica un libro sobre sus años juveniles, los del compromiso comunista. El libro, no podía ser de otro modo, es el vivo reflejo de su autor, polémico y contundente, pero es también precipitado, escaso de verdadera reflexión. En este último año, a ojo de buen cubero, se han publicado varios libros sobre el compromiso político que tienen Barcelona como epicentro, el de Sabino Méndez, Historia del Hambre y la sed, el de José Ribas, Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad, y este. El de Ribas peca de adolescentismo pasado; el de FJL, de impulsividad e incapacidad para asumir el pasado. Si el de Ribas acepta todo como bueno y genial (qué hermosos, geniales, heroicos y guapos fuimos entonces) el de Losantos se sitúa en el lugar opuesto, nada de bueno hubo, solo ahora soy yo (como si el entonces no hubiera determinado su actual identidad.) El de Méndez es más pausado, más reflexivo, también, más lírico. Méndez no hizo política entonces, solo rocanrol (y ya es mucho) y no reniega de nada aunque tampoco admite todo como hace Ribas (o la película Salvador).
¿Alguien alguna vez nos dará unas memorias maduras, serenas, ajustadas y carentes de histrionismo y demagogia?
¿Por qué en un país tan católico ha tenido tan mala fortuna las Confesiones de Agustín de Hipona?
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No sabría decir si la mala fortuna de nuestra Constitución (de la cual, tantos han renegado en un momento u otro) tiene su origen en su cercanía a la fiesta de la Inmaculada Concepción, y que los graciosetes han bautizado como la de la Inmaculada Constitución (cuánta razón llevaba Ortega al decir que un pensamiento es como una erección. Aquí, en muchos casos, de las mediocres).
No me gustan las celebraciones, pero esta, sí, y cada año más. Así que hay ágape sustancioso a base de flanecitos de pimientos y de queso azul con nuez moscada, pavo trufado (en una preparación aggiornada) y natillas caseras, y vino como corresponde a la ocasión, según mi padre un ribera aunque yo he elegido un riesling. Luego, una sobremesa larga, un paseo por la ciudad desierta y en penumbra, y de vuelta a casa, la relectura de Keats (de los pocos a quien siempre vuelvo.)
Pienso en los progres de hoy en día (no por nada, sino por eso de que el gobierno de hoy está copado, supuestamente, por ellos.) Para algunos el tiempo no pasa; continúan anclados en un tiempo pasado (arcádico, que ya sabemos, es mortal). No quieren darse por enterados de que las circunstancias sociales de los primeros años setenta no son las mismas que las del día de hoy. Así, creo, se entiende el radicalismo de salón que adorna a nuestro Presidente. Somos, nos guste o no, posmodernos.
1 de diciembre de 2007
Se acerca la Navidad y voy ya haciendo acopio de víveres, vinos y libros. Las Navidades son un momento propicio para encerrarme y dedicar todo el tiempo (o casi todo) a la inmovilidad, que no al inmovilismo.
Cada vez me cuesta más encontrarme con viejos amigos, celebrar sus regresos pautados por el calendario antiguo. Una garduña, ¡qué triste!, ¡qué poco liberador! Y sin embargo, ¡qué necesario a veces! Con la falacia del progreso olvidabas las repeticiones estacionales. Ahora que nos cuentan que el tiempo es cíclico, ahora que siento el peso de los días y el cansancio del paso del tiempo de manera física, como si fuera arrastrando los pies enfundados en unas babuchillas menesterosas y deshilachadas, ahora prefiero encerrarme para no pensar que la vida es poco más que una repetición continuada de errores individuales y generacionales.
Al fin, me queda el consuelo de que después de Navidades volverá la rutina del trabajo. El trabajo, el mejor método para mantener unas relaciones sociales estables y duraderas, aunque esto del despido libre y la movilidad laboral lo están jodiendo.
2 de diciembre de 2007
Libros. En esta época, los de Anagrama. Desde que puedo recordar (que no es mucho, para qué engañarme) en diciembre he leído siempre, el premio Herralde de novela. Ha logrado ir dándonos un itinerario del desarrollo de la novela en España en los años ochenta y noventa, con sus altibajos, sus destellos y sus desengaños: la vida misma. Herralde ha tenido un proyecto y lo ha realizado en gran medida. Es un triunfador, porque triunfar no es más que eso, hacer lo que te da la gana. Ha conseguido crear un lector. Mientras Alfaguara, Planeta o Destino lo destruían, Anagrama, con paciencia, perseverancia y una perspicacia sobrenatural lo ha ido creando, el lector español de la Posmodernidad. Habrá a quien le guste más y a quien le guste menos o nada, pero algunos nos hemos criado a los pechos de la editorial y solo podemos agradecérselo.
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3 de diciembre de 2007
En una caja de puros que encuentro en el altillo guardo las entradas de los conciertos a los que asistí cuando aún tenía fuerzas y optimismo (no hay diferencia entre ellos) para asistir a los conciertos ruidosos de cualquiera que prometiese juerga y ruido. Amarillea la de Ramones, recién llegado a esta ciudad en la que aún me siento un extraño. Ramones, un grupo importante. Las veces que he estado en Nueva York nunca he ido al CBGB, a cambio no dejaba pasar una sin escuchar un concierto en el Village Vanguard.
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5 de diciembre de 2007
La España de la Posmodernidad, las candilejas, farolillos, blancas drogas prohibidas pero aceptadas, glamour y desenfreno y la negra provincia de Sánchez Ostiz. Cada vez que hemos intentado cambiar, avanzar, dejar el pasado, qué sé yo, hemos inventado una espejismo de relumbros opalescentes y brillantillos dorados. Al final del viaje volvíamos al carajillo y el faria, el olor de las coles y los batines de guata.
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Aquel año de mi adolescencia perdida.
(…)
¿Estuve aquí? ¿Habré de creer que éste he sido
Y éste fue el sufrimiento que punzaba mi piel?
Qué frágil era entonces y por qué. (…)
Es doloroso y dulce
Haber dejado atrás la Venecia en que todos
Para nuestro castigo fuimos adolescentes
Y perseguirnos hoy por las salas vacía
en ronda de jinetes que disuelve un espejo”
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“Cuántos amaron los momentos de tu gracia feliz,
Y amaron tu belleza con amor falso o sincero.
Mas un hombre amó en ti tu alma peregrina
Y amó también las penas de tu rostro cambiante.”
A W.B. Yeats el amor tardío le dio nuevas fuerzas, recobró un vigor que lo trasladó a su poesía. Al bueno de Gimferrer, sin embargo, solo ha logrado trastocarlo. Gimferrer es un poeta de orden, aunque sea ése algo bohemio y siniestro que relataba en El agente provocador.
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7 de diciembre de 2007
Contemplo a mi padre, ya encanecido, hundidos los hombros, pero aún vigoroso y con ganas de seguir en el mundo.
No hay progreso.
(Escrito por Garven)
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