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ENTREVISTA: Jonathan Littell
"La cultura no nos protege de nada. Los nazis son la prueba"
JESÚS RUIZ MANTILLA El País - Babelia 27/10/2007
Hay que ser muy chulo para marcarse un libro de casi mil páginas sobre algo tan recurrente como el nazismo o el Holocausto, ganar el Premio Goncourt y ni molestarse en ir a recogerlo. Hace falta andar muy sobrado para conseguir las bendiciones de los popes de la literatura mundial como un salvador de la novela y después venir a decir que no sabe si volverá a escribir otra. Pero así es Jonathan Littell, un autor raro y controvertido, un tipo que manifiesta cierto aire de superioridad si se le insiste en algo que le molesta; que es políglota y nómada, entre nihilista y revolucionario -trabajó en ONG en Rusia y Chechenia-; que parece claramente desubicado en este periodo de la historia, amante de la cultura griega y de la música antigua; que nació en Estados Unidos (Nueva York, 1967), pero escribe en francés, su otra lengua madre: la de un país al que fue a caer con tres años y del que ha acabado escapando también para refugiarse desde hace un año en Barcelona. Por su nueva ciudad pretende que le dejen tranquilo, que nadie salga en su busca, esconderse de todo el ruido mundial que ha terminado armando Las benévolas (RBA en castellano. Quaderns Crema en catalán), una vasta y magistral novela que se adentra en el corazón de todas las tinieblas de la mano de Maximilian Aue, un verdugo nazi encargado de exterminar sin miramientos todo lo que se le ponga por delante. En Francia fue el libro del año la pasada temporada. A medida que aparecen las traducciones en los más de 20 países que han comprado sus derechos, sigue creando auténtico asombro por su ambición, por su contundencia, por cómo consigue desmontar tópicos y despojarnos de incertidumbres que nos dejan todavía más desnudos y sin respuestas ante el horror. La semana próxima se publica en España.
PREGUNTA. Se le podría describir a usted como todo un renegado.
RESPUESTA. ¿Cómo dice?
P. Para entendernos, renegado puede ser algo aplicable a quien se niega a escribir en su lengua materna, por ejemplo.
R. Bueno, el francés es como si lo fuera también. Me eduqué allí.
P. Es bilingüe desde niño entonces.
R. Sí, sí.
P. Pero lo ha elegido como idioma de expresión literaria y eso ya es algo. ¿Por qué?
R. Quién sabe. Yo no lo puedo explicar más allá de porque me gusta.
P. ¿Le gusta o es un compromiso estético?
R. Bueno, tengo una relación especial con la tradición literaria francesa, pero con la estadounidense también. Uno de mis escritores de referencia es Herman Melville. No es algo exclusivo. Mi ruso también es bueno, pero no escribiré en ruso.
P. ¿Por qué ha escrito una novela sobre el nazismo si es algo sobre lo que se ha insistido tanto?
R. Bueno, sí, se ha escrito mucho. Pero eso no significa que se hayan respondido todas las preguntas. Aquí, en Las benévolas, el tema es el verdugo, el asesino, sobre el que también se ha escrito, pero yo he querido acercarme a ello desde un punto de vista diferente, con otra perspectiva. Y la cuestión sigue sin contar con respuestas adecuadas. Me fascina el tema del verdugo en general, más en el mundo nazi. Ahí se puede estudiar a fondo, hay mucho material, documentos, unos a disposición de los alemanes, otros que lo han estado a mano de los soviéticos... Por eso lo situé en ese periodo. No quería centrarlo en una época actual, más contemporánea. Se podría, pero...
P. Además, se adentra usted, efectivamente, en la campaña rusa, que es lo más parecido al Apocalipsis que ha conocido la historia de la humanidad.
R. Cierto. Lo que fue el gran meollo de la guerra ocurrió en el Este. Yo, que me crié en Francia, sé que se le ha dado mucha importancia a la ocupación, la Resistencia y todo eso, pero no deja de ser poco más que un escaparate frente a lo que fue el enfrentamiento entre los soviéticos y los alemanes. Eso fue la esencia de la guerra.
P. Sin embargo, para la novela, Rusia cumple el cometido de escenario también porque se sitúa ahí, pero le sirve para abordar lo que fue por entero un fenómeno como el nazismo.
R. Ése era el objetivo, no sé si lo he logrado o no, pero lo he intentado.
P. Una de las cosas que más impactan del libro es que la filosofía, la ideología nazi, su manera de concebir el mundo estaba cimentada en bases culturales muy fuertes. Lo demuestra Max, el protagonista.
R. Algunos historiadores no estarían de acuerdo con eso.
P. Sí, pero más con usted, que en su libro lo desmenuza perfectamente.
R. Ya, es que he sido criticado precisamente por ello.
P. Está claro que las conclusiones a las que llegaron fueron salvajes, pero las bases eran muy fuertes.
R. Si usted lo dice, ¿qué puedo añadir? No debería comentar el resultado. Hay muchas opiniones, yo tengo la mía, pero, en fin. No voy a ser yo quien juzgue. He intentado, desde luego, adentrarme en las bases de su ideología, he leído muchísimo sobre esto, pero tampoco todo, ni en alemán. Por ejemplo, fui incapaz de terminar Mi lucha. Creo que comprendo el sentido de muchos aspectos de su ideología, pero hay muchos otros que no conozco. Los más emocionales son los que me resultan más ajenos, por ejemplo.
P. Ya, lo que le digo es que esa aproximación sorprende, me parece muy novedosa y atrevida en una novela.
R. Desde muy joven, recuerdo que parecía algo más o menos refrendado que el comunismo ha sido una ideología más seria que el fascismo. Que tenía su propia racionalidad, su sentido interno y nadie se tomaba demasiado en serio a los nazis. Cuando me puse a investigarlo, me di cuenta de que su ideario también se basaba en raíces sólidas. Sus diferencias con el fascismo, su pensamiento económico, todo eso es complejo. Me pareció que era una visión del mundo muy construida, que no sólo se reducía a lo que un loco vociferaba por la radio, aunque eso también funcionara.
P. ¿Se ha pecado de un desprecio y una minusvaloración ligera del enemigo en ese aspecto?
R. Tampoco. Hay que prestar atención a lo que los intelectuales de la época pensaban, sin ir más lejos. Los franceses, por ejemplo. En los años treinta, el estalinismo ya había eliminado a millones de personas, mientras que los nazis iban por unos miles de víctimas. Así que hacia el año 1937, Hitler parecía hasta una opción válida para muchos, eso sin entrar en factores de clase social. Si pertenecías a una familia acomodada, lo más probable es que te aliaras a la derecha y si no, a la izquierda, siempre con excepciones. Supongo que en España, lo mismo. En ese momento, con esa situación, el nazismo era una opción que después perdió todo crédito por los resultados. También debía haber caído el comunismo entonces, pero como ganaron la guerra, pudieron sobrevivir casi cincuenta años más.
P. Una de las conclusiones que se pueden sacar en este aspecto es que no podemos sentirnos seguros ni siquiera acorazados por la cultura.
R. Desde luego. Sólo los ingenuos pueden creer que la cultura te ayudará a ser majo.
P. ¿Ni eso nos vale?
R. La cultura no nos protege de nada. Los nazis son la prueba. Puedes sentir una admiración profunda por Beethoven o Mozart y leer el Fausto, de Goethe, y ser una mierda de ser humano. No hay conexión directa entre la cultura con C mayúscula y tus opciones políticas.
P. O éticas...
R. Eso mismo. Lo que trato de mostrar, de todas formas, con un personaje como Max es que también, en un periodo de la historia, aliarse con los nazis, para muchos, fue una opción ética. No es que eligieran ponerse de parte de los malos. Igual que los comunistas, optabas por una cosa u otra. Ser un demócrata, también. Incluso ahora, que ser un demócrata supone formar parte de un lado que a veces ampara cosas horribles, que tiene sus errores. Los que eligieron a los nazis, lo hicieron siendo conscientes de que tomaban un camino para ellos ético, cuyos errores o imperfecciones debían ser mejorados.
P. Pero todo aquel fracaso, aquel derrumbe ideológico nos ha hecho mucho más vulnerables, inseguros, nos ha dejado desnudos.
R. Así es la vida.
P. ¿Quería probar en su libro que no queda nada a lo que aferrarse después de aquello?
R. No soy un relativista.
P. Ah, no.
R. De ninguna manera. Mi trabajo lo que pretende es ayudar a comprender mejor las decisiones que cada uno tomamos y por qué las tomamos. Yo tengo las mías, mi propia ética, y no creo que ya sólo dispongamos de dos. Si tienes suerte, eliges las más decentes, incluso en tiempos difíciles podemos optar por cosas adecuadas, que eso es lo difícil. Hoy prácticamente nadie cuestiona el valor ético del capitalismo o la democracia y mira que hay cosas que se pueden cuestionar. Lo que me gustaría que aportara este libro es que hoy existen caminos éticos que se pueden seguir gracias a lecciones como aquélla. Aunque también ocurre que muchos chicos y chicas de cualquier Estado americano eligen marcharse a Irak a torturar gente. Éticamente están muy confundidos, está claro. Pero se puede entender esta confusión cuando existen juristas que en ese país legitiman la tortura, ¿qué puedes esperar? Cuando se les da una formación militar con arreglo a eso, ¿qué esperas? Si se pasan de la raya, ¿qué importa? O cuando contratas mercenarios para hacer el trabajo sucio, pues no deberían sorprendernos según qué atrocidades. No hay reglas. El problema es que las barreras que nos ponen no son sociales. No puedes esperar que alguien no te torture porque sea un buen tipo y se apiade, debes exigir que nadie torture a nadie, sencillamente porque existen leyes que lo prohíben y que eso se castigue.
P. El caso es que contra el relativismo tampoco vamos a resucitar un absolutismo de blancos y negros. ¿Cuál es la salida?
R. Cuando Dios desaparece, se nos presenta un dilema. Los valores deben referirse a algo, deben venir de algún lugar. En un mundo sin Dios, era difícil implantar un sistema ético y moral. Las ideologías vinieron a hacerlo, a reemplazarlo, pero también fracasaron, así que ahora no tenemos nada. Y los iPod no van a construirlo. Ni la venta y la compra o la publicidad. Estos valores en los que estamos del consumismo, el ganar dinero, no son nada. Nuestra sociedad se desliza por la memoria que le queda de haber formado parte de los buenos. Vive de los restos.
P. Y cuando dice que nos deslizamos, ¿ni siquiera usted confiesa contar con una sólida moral?
R. No digo que yo no la tenga, creo que la sociedad carece de eso.
P. En Estados Unidos, ahora hay más predicadores que nunca en la tele. ¿De dónde salen?
R. Mientras Estados Unidos retrocede hacia la religión, Europa regresa al nacionalismo, a las políticas de identidad. Cataluña es un buen ejemplo, los vascos, los belgas. Incluso los franceses, con ese Ministerio de Inmigración e Identidad nacional que ha creado el nuevo Gobierno. Hay crispación con los valores de identidad, lo que me parece muy negativo. Por otra parte, los intentos de construir ideologías positivas se basan en el ecologismo, la antiglobalización, son muy infantiles, inmaduras.
P. ¿Lo que se ha dado en llamar buenismo?
R. No es que se basen en eso, hay críticos, como Chomsky, muy brillantes. Tampoco digo que haya que crear una nueva ideología; simplemente, que si existe la posibilidad de que emerjan nuevos valores, basados en el respeto por los seres humanos y por este mundo, bienvenidos sean.
P. Pero la batalla ideológica sigue en pie. Más dulcificada, pero sigue en pie. Y en eso, los neocon, que serían la extrema derecha de nuestros días, parecen contar con ventajas.
R. Los neocon están acabados. En Estados Unidos, sin duda, les queda un asalto.
P. ¿Bush ha arrasado con todo, incluso con lo suyo?
R. Sí, si lo miramos bien, ¿qué son los neocon? Son gente que intentaron asaltar el poder ya con Nixon, Reagan y Bush padre y fracasaron porque nadie los tomaba en serio. Con Bush hijo lograron implantarse y su gestión ha sido un fracaso estrepitoso. Ya está, se acabó, fuera. Han fracasado.
P. Bueno, lo intentaron hace años, no lo lograron, pero con el tiempo sí. ¿Quién le dice que ahora no existen otros más radicales que alcanzarán el poder en unos años?
R. Entonces no les admitían por radicales. Reagan y Bush eran muy de derechas, pero no tanto como los Richard Pearl, Cheney o Rumsfeld y Wolfowitz. Por eso tampoco Bush ha contado con la gente de su padre. Bush Jr y Rove lograron una alianza en el Partido Republicano entre los neocon, los fundamentalistas religiosos y los liberales. Incluso los fundamentalistas y los neocon son diferentes. A los primeros lo que les interesa son comportamientos culturales, abortos, moral, y les da igual invadir países o la política exterior. Eso son planteamientos neocon y son los que han fracasado totalmente. La han jodido, se han ido al carajo y han dejado al país mucho peor de lo que lo encontraron. La cuestión para ellos es cómo salirse de Irak o Afganistán lo antes posible.
P. Ya, ya, pero, ¿quién le dice que no volverán?
R. Sí, aunque lo que la gente teme ahora es a los fundamentalistas religiosos. Los neocon eran un puñado de universitarios que no representaban a nadie, los otros han tejido toda una red de poder, con mucho dinero, son peligrosos de verdad. Gente que promueve ejércitos privados, uso de armas, esos sí que tienen peligro.
P. ¿Son lo más parecido a un nazi entre lo que se puede encontrar en estos tiempos?
R. No me gusta comparar, es algo diferente. No digo que un buen día no den un golpe de Estado. Lo que alientan son gente armada hasta los dientes que para un demócrata pueden llegar a resultar molestos. Dan miedo los ejércitos privados, ya he tenido experiencias con ellos en sitios como Chechenia.
P. Usted ha pasado parte de su vida en Rusia.
R. Sí, cinco años. Dos años en Chechenia y el resto en Moscú.
P. ¿Cree que el foco sobre Rusia se ha descuidado y que han ocurrido cosas graves por allí mientras el mundo miraba a otra parte?
R. Rusia, definitivamente, se ha convertido en un Estado fascista. Es evidente. La ideología oficial es racista hasta los huesos.
P. ¿Qué se podía esperar de un dirigente del KGB como Putin?
R. Ya, aunque no creo que esta situación pueda perpetuarse, es muy débil. Una salida para Rusia es posible, éste es como el último aliento del sistema anterior y pueden perder el control hasta el punto de que surja algo interesante. Los rusos demócratas no están del todo desesperados, ven que merece la pena porque algo se puede hacer.
P. Ya pero, mientras tanto, todo el panorama da mucho miedo.
R. Claro, Rusia es un país terrorífico. Tengo un amigo íntimo árabe que vive allí al que le han dado unas puñaladas mientras iba a su apartamento en Moscú. Es horrible.
P. ¿Usted llegó a tener problemas con las autoridades?
R. En Chechenia, constantemente. Y eso que terminé allí mi labor en 2001, cuando todavía no había tanto conflicto.
P. ¿Qué hacía?
R. Trabajar para una ONG. Acción contra el Hambre.
P. Cuando terminó, ¿dónde fue?
R. Trabajé sobre el terreno unos cuantos años y después decidí dejarlo para, por ejemplo, escribir este libro.
P. ¿Cuánto tiempo le llevó? Aunque es uno de esos libros que se escriben en la cabeza a lo largo de una vida.
R. En fin, me lo han preguntado 20 veces, así que lo sabrá.
P. Ya, pero cuéntelo.
R. Pues pasé muchos años meditándolo, y me llevó unos cinco años trabajar a fondo en él, incluyendo la investigación, la escritura, la corrección... La escritura en sí duró poco.
P. ¿Y no le parece que el resultado es demasiado?
R. ¿Qué?
P. Pues que se necesita a lo mejor menos de lo que ha escrito para dejar claro todo.
R. No lo entiendo.
P. Que el trabajo suyo a lo mejor apabulla.
R. No. ¿Por qué?
P. A veces parece excesivo.
R. Mire, es lo que tiene que ser... No sé.
P. Es cierto que cada libro tiene su propia medida, su cuerpo.
R. Bueno, yo me empeñé en conseguir lo que me propuse, que lo haya logrado es otra cuestión.
P. ¿Y qué quería conseguir? ¿Algo parecido a lo que se ha dicho, un Guerra y paz de nuestro tiempo?
R. No, no, no, qué va. Sólo responder a una pregunta sencilla que me planteaba. Y me llevó a algo demasiado largo para lograr una respuesta.
P. ¿Cuál era la pregunta, la gran pregunta que se planteó?
R. La naturaleza del crimen de Estado.
P. ¿La naturaleza del mal también?
R. Para mí, lo que es el mal no tiene tanta importancia, eso hay que dejarlo en manos de perspectivas religiosas. El mal es un resultado, no es algo trascendente, ni el bien tampoco. Son acciones que no remiten a estados ajenos al ser humano, dependen de la voluntad de las personas.
P. Seguramente, ha leído lo que Vargas Llosa dijo de su libro.
R. Eh, pues no recuerdo.
P. Dijo que era un libro impresionante pero que no dejaba resquicio de esperanza.
R. Ya, es que yo no creo en la esperanza. No tengo esperanza en nada. Si nos fijamos en el mundo, es todo un espanto. Ser una persona decente se pone difícil. En Occidente creíamos que habíamos encontrado un equilibrio, pero para el resto de la humanidad, la vida es una pesadilla.
P. ¿Y no hay solución, no ve solución?
R. Todos vamos a morir, ¿qué quiere que esperemos?
P. ¿No hay un hueco para la belleza?
R. Bueno, sí. La belleza está por todas partes.
P. Menos en su libro.
R. Hay muchísima belleza en mi libro.
P. Quizás arrasada por todo lo que le rodea.
R. Hay mucha, una puesta de sol bonita lo es, ocurra lo que ocurra. Da lo mismo que la contemplemos desde el Tibidabo que desde, no sé, cualquier sitio. No cambia.
P. A lo mejor son los ojos de quien observa los que pueden ensuciarlo todo, hasta lo bello. Nos resistimos a ver el mundo a través de esos ojos.
R. Puede ser. La belleza existe a pesar de los seres humanos. Si todos desapareciéramos de este mundo, no acabaríamos con ello. La belleza no depende de quién la observe. Por supuesto que contamos con ella creada por los seres humanos, el arte, sin ir más lejos, pero la belleza existe, naturalmente.
P. También la belleza se puede retorcer por personajes como éstos.
R. ¿Por quiénes?
P. Por los nazis.
R. No, eso es demasiado simplón. Eso es propio de los psicópatas. Buscar la belleza o la excitación en el crimen. Pero en el caso del nazismo, hasta los crímenes, que eran una estrategia de Estado, debían ser ejecutados por gente de lo más normal.
P. ¿Qué piensa de aquellos intelectuales, críticos, víctimas que no creen legítimo escribir del Holocausto si no se ha tenido nada que ver con la experiencia? ¿No les teme?
R. Me importan poco las reacciones, tampoco creo que se deba limitar a nadie. Todos tenemos derecho a un punto de vista.
P. ¿Y ha encontrado las respuestas que se planteó?
R. Diría que algunos elementos se aclararon. Pero no creo que exista una respuesta. En fin, ya saben cómo funciona ese sistema, cómo se organiza el terror de Estado, puede que se me hayan aclarado cosas aunque persisten, para mí, misterios.
P. ¿Se puede imaginar cómo fue?
R. Sigue siendo un misterio para mí. El hecho de organizar asesinatos masivos, el hecho de que sólo una persona pueda matar a otra me resulta extraño, raro, que mientras estamos aquí alguien pueda estar torturando en un sótano a un ser humano. Y eso que me he cruzado en la vida con gente que lo hace, con gente que ha asesinado, torturado con sus propias manos. A muchos. Pero aun así, me resulta extraño que en su cabeza quepa querer a sus hijos, a su familia y al tiempo torturar a sus semejantes o a hijos de otros. Intenté analizarlo y verlo a través de los ojos de Max, incluso él mismo trata de entender a quienes le rodean.
P. ¿Por qué dio a la estructura del libro una forma musical?
R. Está bien contar con el contrapunto.
P. Así que Bach tiene mucho que ver con este libro.
R. Sí, sí, por supuesto. Me gusta mucho.
P. Pero si ha dicho que no le queda esperanza y Bach proporciona bastante.
R. Me proporciona belleza, no esperanza. Es bueno saber que ha existido gente que concibe el mundo como Bach. Él creía en Dios, creaba para Dios, su música depende de inspiraciones teológicas, en lo que creía. Yo no lo comparto, pero me quedo con toda la belleza. Bach es precioso, pero nunca evitaría que una persona hiciera daño a otra, aunque me puedo equivocar.
P. Es que Bach trasciende lo teológico. Atraviesa lo divino y toca el alma de agnósticos y ateos también.
R. La fuga es una expresión musical del misterio de la Santísima Trinidad. Tres partes en una.
P. La Trinidad, ¿no es puro relativismo?
R. Claro, claro, pero para los cristianos es fe.
P. Ya, un dogma. Pero un dogma que viene a ser relativo: tres partes para un fin, tres prismas para un objetivo. Es el colmo de la relatividad. ¿Y usted toca algún instrumento?
R. No, no. Me gusta la música antigua y barroca, Purcell, Monteverdi. El siglo XIX, ya no tanto.
P. ¿Y Wagner?
R. ¿Wagner? No, por Dios. ¡Qué horror! Mi límite está en Beethoven. Después de eso, me pierdo, puedo aguantar a Chopin.
P. ¿Por qué no le gusta Wagner?
R. Porque es insufrible. Es como una papilla, pesada, pastosa. Menos mal que después, con Debussy y Schönberg, regresa la forma, aunque sea una forma discutible, pero es una forma.
P. Aparte de la búsqueda de respuestas, este libro denota una ambición profunda. ¿Cuál era, artísticamente?
R. Hacer una obra bien armada.
P. Además ganó el Premio Goncourt...
R. Hice todo por evitarlo pero, por desgracia, sí, me lo dieron.
P. Pero no lo recogió.
R. No lo quería.
P. ¿Por qué? ¿Por qué rechaza un premio que tanta gente ambiciona?
R. No creo que los premios tengan que ver con la literatura. Tienen más que ver con la publicidad y el marketing, pero no con la literatura. No me gusta eso.
P. Sí, pero bueno, es un buen premio, bien dotado, puede vivir ahora en Barcelona tranquilamente gracias a su impacto...
R. Me vine aquí antes. Sí, el dinero está bien, es otra cosa. Es que no me gusta la competencia y toda esa basura, a no ser que te interese más el estatus social que el arte. Tampoco escribí este libro para ganar dinero, eso lo puedo asegurar.
P. ¿Qué es para usted la literatura? ¿Cómo se contagió de ella?
R. Leyendo.
P. ¿Y qué es lo que leyó que le hiciera desear ser escritor? Porque hay libros que lo contagian y otros que no.
R. Desde luego, hay autores que me marcaron, Bataille, Kafka, Beckett, Melville... Y otros tantos.
P. ¿Es de los que creen que la novela ha muerto?
R. Sé que existe ese debate, pero no le veo mucho sentido. Mis gustos literarios son prosísticos, incluso sigo descubriendo cosas que me impactan. No veo que haya que arreglar el género.
P. Ese desprecio que dicen que ha mostrado usted por la cultura estadounidense, ¿es cierto?
R. No, no.
P. ¿Se le ha malinterpretado?
R. La gente ha escrito tanta porquería sobre mí que no le doy importancia. Hay elementos de esa cultura que no me gustan nada, pero no me puedo quejar. Desprecio ciertas maneras conservadoras, retrógradas y fascistas de ella, ese consumismo obsesivo, pero hay cosas muy interesantes al tiempo.
P. ¿Se siente un miembro de ese club de Bartlebys que fundó Enrique Vila-Matas?
R. Bartleby el escribiente es un libro que me fascina. Ese personaje que no dejaba de decir que preferiría no hacerlo, en cierto modo, fue mi actitud con el Goncourt, que pasaran de mí.
P. ¿En qué anda metido ahora?
R. Pues en nada. Apenas tengo tiempo para concentrarme en cosas serias con todo esto.
P. Pero, ¿escribe?
R. No.
P. ¿No quiere escribir otra novela?
R. Ya veremos. Me paso la vida en cosas que me vienen de este maldito libro, estoy harto.
P. ¿Maldito libro? ¿Ya lo odia?
R. No, haberlo escrito, no. Pero todo esto. Repetir esta entrevista 30 o 40 veces...
P. No da muchas.
R. Demasiadas para las que yo concedería. No le veo sentido a no ser que surjan cosas nuevas. Hay que hacerlo, es parte de su trabajo también, deben vender periódicos, es puro comercialismo, no tiene nada que ver con otra cosa. He hecho algunas entrevistas interesantes en las que han surgido algunos elementos nuevos y entonces valen.
P. ¿En ésta ha dicho algo nuevo?
R. No.
P. Pues añádalo.
R. No tengo más que añadir. -
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