Para Clonclón,
con sincera admiración
- Te vi en tu blog, Clonclón, y me dije éste.
- Te vi con el resto de nickjournalianos. ¿Os llamáis así, no? Bueno, tal vez alguna vez os habéis hecho llamar comentaristas, o participantes, otra cosa, pero Clonclón es de los que gustan de llamar a las cosas por su nombre. Tú ya me entiendes. Estabais con el desarrollo del modelo político, con el derecho a decidir, con la inocencia del devenir, las guerras sin nombre. Era inevitable no acabar fijándose en ti y en tus bromas, en tu enorme ingenio, tu velocidad, tu risa franca, lo muy a pecho que podías tomarte un asunto absolutamente banal sin apenas ser consciente de lo observado que eras en ese momento, ignorando que llegabas a casas ajenas, que te observaban ojos distintos a los que tienes ahora, ojos plenamente distintos a los que tendrás dentro de poco.
- (El hombre dirige su mirada al suelo, sigue moviendo la cabeza, comienza a sudar.)
- Encontrarte en el Nickjournal fue una gran sorpresa. Imagina, yo esa sorpresa ya la estaba esperando. Anhelaba un líder como tú. Y tú lo eras. En mitad de ese nutrido grupo de nombres, líder tú, y tú la gracia y el ingenio y hasta tu nombre, Clonclón, que fíjate también qué nombre elegiste, de sonoridad gigante. Aunque todos erais de impresión, vistos desde mi pantalla todos, ciertos anónimos enaltecían en su papel de satélites vuestras reuniones y le daban altísimo valor, gravitando alrededor, sin entender qué clase de vínculo estaba gestándose, a qué tipo de espectáculo eran invitados. No sabiendo ni pudiendo estar a la altura mientras vosotros alcanzando alturas extraordinarias, de un dinamismo radiante bañándoos, sí, participando gozosos. Contagiosos de tan espléndidos. Unos dibujando los colores de la derecha, otros los de la izquierda, tan reconocibles como un truco de magia infantil. Pero era tarde, de noche, y algunos empezaban a darse de baja, gentilmente despidiéndose, con toda amabilidad desconectándose, y en ese momento tú dijiste algo como al vacío, como a los mirones del escaparate pastelero y parecías señalarme a mí, y yo te leí, y decidí contestarte.
- (El hombre llora, tiembla, intuye. Intenta recordar.)
- Me presenté, Faustine de Morel, y tú me tendiste una mano y comenzaste a girar a mi alrededor, Clonclón. Clonclón dedicándome un poema, y luego otro (sin conocerme, poemas; uno, y luego otro): Mi Faustine de Morel, leda princesa de un reino de mimosas y de miel, mademoiselle de mis noches, mademoiselle De Morel, tienes nombre de promesa donde mora morosa un alma presa, demorada en amores, en aquel amor de la princesa De Morel, noctámbula princesa, vampiresa de esas noches dormidas con tu arrullo, paloma de Morel, con tu murmullo y al dormir, mademoiselle, amada rosa, sueño en mi amor que al fin contigo vuelo, De Morel melodiosa, alegre diosa, por un cielo de rosa caramelo. Así dijiste y yo, mi sorpresa, ¡mi sorpresa!, me quité lo que llevaba puesto, me cambié de ropa interior me la puse limpia, mi mejor camisón, me maquillé, me recogí el pelo y te añadí como contacto del messenger. Sin pensármelo, sin detenerme, normalmente me cuesta más decidirme, pensé en invitarte a que entraras en mi casa, tú entretanto charlando entre ellos, los tuyos discutiéndote, y todo en su línea rodando, hasta que aceptaste la invitación y yo ya estaba vestida, tú mi sorpresa y yo dispuesta a abrirla, en un momento de tu escalada verbal en la que enorme, fuera de ti, transportabas a todos, todos sobre ti, todos subidos a tu ingenio, todos a tu ritmo, deprisa, deprisa.
- (El hombre le dice que sí. Que sí. Cree haber encontrado una manera de escapar.)
- Consumida la espera y sin comprobar mi apariencia, me senté en el ordenador e inicié sesión. Ahí estabas. En la mitad de la nada que es mi pantalla, tu nombre, Clonclón, entre otros muchos nombres que puede que estuviesen preparándose para vivir otra noche binaria paralela, vacía, hueca, yerma. Y acomodándome en el asiento, atravesando los nombres y llegando al tuyo, te llamé, y antes de que te atrevieses a decirme una sola palabra, ya sentí gran excitación.
- (El hombre sonríe, intenta ganársela con los ojos, pero los músculos de la cara le traicionan y se contraen en una mueca asquerosa.)
- Pensé, ¿serás igual atrapado en mis dominios (estabas atrapado en mis dominios) que visto desde fuera? Que estés solo, que no estén los demás podría resultar ser un problema. Quizá los necesites para desenvolverte conmigo. Puede que sean ellos quienes te suban, te impulsen y ahora no seas más que otro hombre, cualquiera, que entra a mis dominios (porque estabas atrapado en mis dominios). Puse música, me sonreí, esperé tu primer paso. El resto de contactos también parecía mirarme pero les corté el acceso (te soy fiel, siempre te soy fiel). Y ahí me hablas, hola, y me pones una de esas jetillas (así las llamáis vosotros, ¿no?) para que sepa ¿qué? Que estás arriesgando poco, que estás seguro de ti mismo.
- (El hombre intenta recordar cómo se respira…)
- Yo te dije, tenemos que hablar, Benbow, y tú me dijiste no, yo no soy Benbow, te estás equivocando, y yo te respondí, pues pensé que serías Benbow, pero te volví a decir que quería hablar contigo y tú me preguntaste que de qué, y sonreíste (de jetilla) y se sucedió una pausa.
- (El hombre la mira, y suda. Tan sólo hace eso, mirarla y sudar.)
- Extendiéndote hacia mí, empezaste a acomodarte a la conversación. Todavía no tan cómodo como para desinhibirte pero te gustaba mi conversación, te gustaba el aspecto en la foto, te gustaba mi velocidad, el desparpajo. Me preguntabas por mis escritos, yo tu alegre diosa, desde tu casa me preguntabas por mis escritos, y te hablé de ellos, de los que hablan de la búsqueda de la sorpresa, del encuentro con la sorpresa, de mis gustos literarios, de mis libros y autores favoritos y me interrumpiste para preguntarme si estaba sola en casa. ¿Crees que estaríamos así si no lo estuviese?
- (El hombre suda y por un minuto se abstrae de la situación y la mente se le pierde adivinando cuándo fue la última vez que sudó así. La voz le devuelve a la silla.)
- Nos hemos acercado, Clonclón, —pensaba, y podía verte— tú desde tu mundo bajando, condescendiendo al mío, y aunque no podemos tocarnos, aquí seguimos. En la mitad de la nada podemos encontrarnos, tú verás como me desnudo, como me acaricio, crearemos una corriente en mitad de la nada que nos una, Clonclón, mi sorpresa. Dime, ¿recuerdas tus palabras? (nota mis manos que te siguen nota mi cuerpo que te llega déjame que desde la espalda mirando tu nuca oliendo tu olor dulce y salado sienta en mis manos tus muslos tibios fértiles deja que suba en ellos que me aproxime con la cadencia de un paseo de domingo que suba a donde baten las olas déjame que toque el mar como en el primer baño que moje mi dedo que lo bese que ese dedo sea la vanguardia que recorra la playa que note la marea déjame que te acaricie que note tu sexo como tú notas el mío a la espera como soldados en la trinchera deja que te acaricie suave arriba y abajo sin prisa con intención con la voluntad de oler tus gemidos con la necesidad de oír tus latidos a mí me gusta oler tu nuca me gusta cuando huele a sal y a deseo cuando huele a tu cuerpo abre tus piernas y déjame entrar deja que mi mano te acompañe déjame que me sienta revivir que me funda que me hunda que note el contagio del calor casi sin movernos déjame que te tome de tu savia a la mía hazme tuyo inténtalo paso los labios suavemente por tu pubis arriba abajo suave arriba abajo un calor de terciopelo juego a su alrededor y vuelvo siempre a él noto su sabor con mi saliva te bebo me bebo tienes los ojos cerrados abandonada no dejo que cierres las piernas aunque lo intentas te quiero plena en flor abierta dulce te bebo te huelo te siento en calor en cercanía tu sexo de oro dulce y yo como un animal doméstico que quiere calmar su sed noto tenso el pezón juego pellizco y sigo acariciándote te miro quiero que me sientas mirarte quiero que te derrames mirándome quiero lamerte besarte mojar mi cara en ti ese mundo en el que me pierdo como un aventurero y mi mano libre busca ese pezón que corona ese pecho sensual despacio empiezo a acariciarte con el rostro en los muslos pasando la barbilla por entre tus piernas pero negándote la lengua todavía y mientras murmuro sin poder remediarlo cómo te deseo cómo quiero volverte loca de placer tú no dejas de mover las caderas cada vez más excitada pero te quedas quieta como congelada cuando de repente sin aviso te pongo la punta de la lengua en el clítoris y dejo que la saliva resbale por todo el sexo en brazos te llevo a la cama te dejo de espaldas te recorro busco la entrada que me espera correrme contigo como un animal gemir como una bestia herida te follo desesperada y violentamente te agarro de las caderas y me meto en ti muy pegado mis movimientos se confunden con los tuyos como la hoja de una espada te noto me muerdes me gimes te agarro te corres me inundas de calor y placer siénteme desde dentro como un estremecimiento como el olor de la hierba como una luz que ciega mientras te tengo sujeta por las caderas gime lucha córrete en mi oído anticipas mis movimientos recoges las piernas te recorro los muslos y vuelvo a penetrarte lentamente hasta mezclarme en ti noto que me contraes que me llevas quisiera dominar pero me dejo llevar me abandono a la cálida fortuna tus piernas en torno a mí tus gemidos tu boca entreabierta el pelo derramado tus pezones…)
- (El hombre intenta arrancarse a hablar. Apenas sí le sale un ligero murmullo del cuerpo…)
- No es nada personal, Clonclón, por ese lado puedes quedarte tranquilo. Pero es mentira, sí es personal, siempre lo es. No me conoces, no conoces a nadie que me conozca y tampoco conoces el dolor. El fin, la muerte, la cara que acabamos poniendo todos.
- (El hombre mueve la cabeza, dice sí, está seguro de andar bañado por entero de sudor, entumecido, pero la cabeza sí le responde, dice sí, y sigue sudando.)
- Fuiste amable, eso es cierto. Pero no me prestaste suficiente atención, Clonclón. No has escuchado bien, a las mujeres nos gusta que seáis amables, más amables con nosotras, sobre todo cuando entramos en ciertos espacios. Atiéndelas, Clonclón, cuando las tengas cerca, escúchalas, a las que hablen, compréndelas. El resto, las que no hablan no te exigirán lo mismo, nada habrá que pensar. Las mujeres son putas asesinas, Clonclón, y tú eres su llamativa, codiciada sorpresa, y saben que tienes las palabras que necesitan escuchar. Sé amable. Para ti puede que sólo sea una curiosidad que saciar, una muesca, un nick en el que seguir afilando tu ingenio, engordando la magia, pero sé amable, ¿recuerdas algo de cuanto te dije mientras me acariciaba?
- (El hombre asiente, llora, suda, distingue claramente la travesía de su sangre por la cabeza.)
- ¿Recuerdas que dije: sigue, estoy llorando? ¿Recuerdas qué cosas te dije mientras me acariciaba, Clonclón? No, no te acuerdas. Tú estabas afilando y engordando y demasiado ocupado esperando que te enseñara las tetas, el culo, algo, no escuchabas, no fuiste amable. ¡Qué bien si pasara ahora, Clonclón! ¿Estás pensando eso? ¿Te gustaría ahora, Clonclón? No, mira, a ti te gustaría volver al NJ, con los tuyos, y contarles que una tía chalada te tuvo retenido y no te dejó ir. Decirles que han intentado matarte. Que estuviste en casa de una tía asquerosa que te había estaba observando y que después te invitó al messenger y tuvo sexo virtual contigo. Decirles que te dije cosas que no entendías, que ya entonces tuviste miedo, y que después cuando nos conocimos en persona, también, pero que aun así viniste y que cuando se pusieron las cosas demasiado feas lograste escapar por la ventana del baño.
- (El hombre está diciendo que sí, que sí, que sí, se esfuerza demasiado, se mueve demasiado.)
- Pero no me escuchabas, Clonclón, no supiste. Por eso estás ahora ahí, desnudo, atado de pies y manos a la silla, con el esparadrapo en la boca para que nadie te oiga, para que ni siquiera yo pueda escuchar tus súplicas. No quiero escucharte, quizá esté equivocada pero no quiero saber más de ti, no articules una sola palabra, ya es demasiado tarde. Puede que no seas como pienso, tú no tienes la culpa, Clonclón, tú sólo eras la sorpresa. Demasiado tarde. Debe dolerte todo el cuerpo. No deberías haberte movido tanto, Clonclón, te lo dije. Cierra los ojos y no pienses en el cuchillo, Clonclón, piensa en algo bonito. No hace falta que sigas mirando…
- (El hombre no los cierra. Un puño de miedo le sube por el esófago y le oprime la garganta, impulsándole hacia atrás y tirándole a él y a la silla. Se golpea contra el suelo, tiembla sin control.)
- Si quieres dejarlos abiertos también estará bien, en realidad poco importa, Clonclón. Tú piensa en algo bonito porque ya se está haciendo de día y tú eres la sorpresa y has llegado en buen momento. Viniste para saciar tu curiosidad y aquí me tienes, ¿era así, Clonclón? ¿Era esto lo que buscabas en mí? ¿Era yo también para ti una sorpresa? Tus palabras me dieron mucho placer, es imposible adivinar qué estarás diciendo ahora. No soy capaz de saberlo y no quiero saberlo. Estás en mis dominios, has entrado en mi casa, Clonclón. Este es el punto más alto de tu carrera cibernética, Clonclón, este es el pináculo, el triunfo total. Te va a costar la vida, un precio altísimo que te cobraré con el cuchillo, ineludiblemente con el cuchillo, pero no tengas ningún miedo. Míralo, ¿ves? El cuchillo viene detrás de ti, Clonclón, te dará alcance, no corras, estás desarmado, te cogerá. Sabes que te cogerá. Corre, corre, Clonclón, pero no tienes donde esconderte, ve abriendo puertas y más puertas, hay gente llorando, abre más puertas, el cuchillo viene detrás, sigue abriendo puertas. Abre bien los ojos, ¿dónde estoy, amada rosa? ¿Dónde está tu Faustine? La estás buscando, ella te salvará, ella te dará calor, te ayudará, ¿dónde está Faustine, dónde el cielo de rosa caramelo? Tienes frío, helado sigues buscando, corriendo, abriendo puertas, el cuchillo detrás de ti, ¿dónde está tu Faustine? ¡Faustine, alma presa, demorada en amores, de Morel melodiosa! Por fin abres la puerta correcta, y allí estoy yo, y sueltas un terrible grito. Te miro, te he encontrado, te digo, sueña con mi amor y al final vente conmigo, vuélvete a la noctámbula princesa. Clonclón, eso que hay dentro de ti es mi cuchillo.
(Escrito por Faustine de Morel)
Etiquetas: Faustine de Morel
1 – 200 de 679 Más reciente› El más reciente»