(Continuación)
Con decirles que le pregunté al guía que comandaba el grupo si se plantaba maíz y papa en las terrazas que se veían
y muy suelto de cuerpo me respondió que no, que se “cultivaban” orquídeas para adornar los templos. Luego nos aseguró que las ventanas de un presunto templo
(nada se sabe con precisión, realmente) fueron orientadas por sus astrónomos hacia el este para contemplar el sol en el amanecer del equinoccio de primavera. “Yo creía que era para que entrara aire y luz”, le dije, y desde ese momento decidí seguir el recorrido por mi propia cuenta. Pero más que esas estupideces me indignaron las repetidas arengas antiespañolas. Una mujer que trabajaba de guía con la cual estuve conversando en el tren en el que volvíamos a Cusco me dijo que solamente una vez había tenido la mala experiencia de tener que acompañar a un grupo de españoles, tan soberbios como son.
Desgraciadamente la casi totalidad del grupo de argentinos con el que viajé participaba de esas ideas progres, tan correctas políticamente. En algún momento la contradicción entre la realidad y la idealización se tornó graciosa como cuando llegamos por primera vez a la esplendorosa Plaza Mayor de Cusco.
Una de las integrantes del grupo exclamó fascinada: “¡Qué maravilla lo que construyeron los incas!” Yo le repliqué sorprendido: “Aquí no se ve nada inca, todo es español”.
Para que tengan una idea de esa plaza: ni siquiera en España he visto alguna tan hermosa como la de Cusco. Me recordó en parte a la plaza de Almagro, que los integrantes de la pandi, entonces en su apogeo, recorrimos en unas venturosas jornadas que incluyeron la estadía en la casa de campo de Protactínio y en el zulo del Marqués. La Plaza Mayor de Cusco está flanqueada por un lado por la catedraly por otro por la Iglesia de la Compañía.Pegada a la catedral está la Iglesia del Triunfo, levantada por Pizarro, así como otras capillas y edificios eclesiásticos así como por el edificio de la antigua universidad de San Antonio Abad, fundada en 1692.
A su alrededor típicas construcciones españolas de dos plantas con recova. Todo se conserva como quedó desde hace doscientos años atrás, no tanto por respeto sino porque en esos países se detuvo el reloj del progreso durante muchos años a partir de la independencia.
Pese a la alegada “destrucción” presuntamente realizada por los españoles en los alrededores se conservan callejuelas
y muchas construcciones incaicas. Algunas fueron necesariamente adecuadas a las nuevas necesidades. El convento e Iglesia de Santo Domingo, por ejemplo, se construyó sobre el palacio incaico de Koricancha. Hay que tener en cuenta que las culturas aborígenes de América no habían descubierto el arco ni la cúpula, por lo que no sabían techar con materiales permanente sus construcciones. El esplendoroso palacio de Koricancha era de una sola planta y tenía el techo de paja. Prácticamente esas paredes de poca altura sirvieron apenas como cimientos de la grandiosa construcción española posterior. Pero aún peor que el discurso de los simples guías de turismo es el mensaje que se transmite en los museos e instituciones oficiales. Sin embargo en el mismo museo del Arzobispado de Cusco hay cuadros ofrendados por dignatarios incaicos en el siglo XVIII. Marchan con sus vestiduras tradicionales al frente de la procesión del Corpus, la más tradicional y fervorosa de esa ciudad, lo que demuestra que esos dirigentes indios tenían el suficiente poder económico como para ocupar tales puestos en la sociedad de ese tiempo y realizar tales donaciones más de doscientos años después de la conquista. Es cierto que los españoles permitieron que los incas y las aristocracias aborígenes conservaran sus privilegios sobre el resto de la población indígena por razones estratégicas y de mejor gobierno pero hasta eso trata de ocultarse y, por el contrario, se alega una presunta “destrucción total de la cultura inca”. Por el contrario hasta subsistieron algunas instituciones incas como el yanaconazgo, que era una real esclavitud. Tal como constaté en los sitios arqueológicos mayas de México en Perú también se intenta ocultar el hecho de que los incas practicaban sacrificios humanos. Ante mi insistencia un “entendido” idealizó esas prácticas y dijo que “se trataba de niñas que fueron criadas cuidadosamente con ese fin y morían sin sufrimiento alguno”. A cada paso se puede ver también cómo el “arte” actual se pone al servicio de la tergiversación de la historia, como un inca triunfal sobre el conquistador español
o el himno de la ciudad de Puno donde en malos versos se desmerece a los españoles, se idealiza a los incas y se alaba a los sanguinarios aztecas. Pero hay que reconocer que tras de esas explicaciones pueriles existe un real desprecio al indígena. Es común que los peruanos de clase media nieguen su parte mestiza y suelen atribuir su tez morena a un presunto antepasado andaluz. Y así les va. Después de doscientos años de independencia las clases dominantes de muchos países latinoamericanos siguen atribuyendo sus males a la conquista española y no a las desastrosas políticas domésticas.
(Escrito y fotografiado por Hércor)
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