LAS PESQUISAS DE MARCELLO
Zapatero es como Bart Simpson
De Zapatero se ha dicho de todo, desde que era un arcángel pacifista —como lo pinta el pelota de Peridis en pago por la medalla del Trabajo que le ha dado el bobo de Caldera—, o que era el ángel exterminador que, uno a uno, iba liquidando a los barones del PSOE. También se dijo que era Bambi en el bosque de los malvados cazadores jugando con Pepiño, en el papel del conejo Tambor. O que es un rojo, republicano y rencoroso que juró vengar a su abuelo y que, como en la novela de los diez negritos, va vengándose de todo y de todos los que representan el fusilamiento de su pariente en plena Guerra Civil. También se dice que es tonto de capirote, y que no tiene ni la menor idea de lo que es España ni de la responsabilidad que tiene entre las manos, lo que en algo debe ser cierto cuando, muy sonriente ante el espejo, reconoce que cualquier español puede ser presidente del Gobierno. Claro, si lo es él, pues cualquiera sirve.
También se asegura que Zapatero es muy astuto, que ha aprendido rápido y que, aunque a todos los que le piden algo les dice que sí, luego les busca las vueltas sean amigos o adversarios, y se venga con las del “Beri” con una frialdad implacable, que le pregunten a Maragall. Y, por supuesto, como de todos los políticos, los aduladores de ZP dicen que sabe controlar muy bien los tiempos, cuando en realidad suele ir a remolque de los acontecimientos que, imprudentemente, suele provocar él, véase lo de ETA, lo de Cataluña, Navarra, etcétera.
Lo que no se ha dicho nunca de Zapatero es que se parece mucho —un poco más espigado y con cejas de marciano— en su comportamiento al famoso Bart Simpson, ese niño desvergonzado que rompe cristales de las casas de los vecinos, empuja a los ciegos a pasar los semáforos en verde para los coches a ver qué pasa, vuelca cubos de basura, roba en los mercados, se mofa de los curas, pellizca a las chicas, y de pronto se transforma en héroe de Springfield, pacifista, salvador de un gato —al que antes quiso retorcerle el pescuezo— al borde de un abismo, donante de sangre e hijo maravilloso de su desastroso papa, Homer.
Zapatero tiene mucho de Bart Simpson, porque primero arrea las patadas y luego empieza a darse cuenta de lo que ha hecho, y en algún caso rectifica. Llegó a la Moncloa y le dio un corte de mangas al emperador Bush en sus propias narices, retirando las tropas de Iraq. Luego se fue a Cataluña y, tras hacerse del Barça para que se fastidien los españolistas del Madrid, jura a Carod y a Maragall (al que luego daría una sonora patada en el trasero) que tendrán un Estatuto catalán soberanista, y con semejante iniciativa revienta de una patada certera el melón del pacto constitucional sobre el modelo del Estado español. Más tarde, tras un chivatazo de Carod que se vio con Josu Ternera en Perpiñán, Zapatero se mete en las cloacas de la gran ciudad y se va a parlamentar con Otegi, uno de los jefes del hampa terrorista, al que le enseña, cogida por el cuello y a punto de ser estrangulada, la paloma de la paz, a ver si aceptan un canje de paz por presos, o por presos y territorios, con Navarra de propina.
Sus aventuras en la política española son interminables, a los curas los corre a garrotazos mientras claman desesperados por la emisora de la Conferencia Episcopal. Y a los del PP, Zapatero Simpson se la tiene jurada y los trata como a los malos dueños de la central nuclear de Springfield, una vez que Rajoy ha declarado ser “un señor de derechas de toda la vida”, y que sus empleados, Acebes y Zaplana, son dos bronquistas a los que ni teme ni tiene nada que envidarles el famoso Bart, que les toma el pelo en cada oportunidad.
Y como el joven Simpson, Zapatero anuncia famosos resultados que nunca se cumplen: dice que tendrá el mejor candidato a alcalde por Madrid y se saca de la chistera al tal Sebastián; anuncia la victoria de Kerry sobre Bush, de Schröder sobre Merkel, o de Ségolène sobre Sarkozy; y luego cuando llegan los resultados se ríe y no pasa nada, como cuando anunció en el 29 de diciembre que nunca había estado tan bien con ETA y al día siguiente le estalló la bomba de Barajas, ¡qué gracia! No pasa nada, porque el Simpson español se lo pasa bomba quitando, poniendo, dando patadas a todo el que se mueve, instituciones, símbolos nacionales, personajes históricos, y en sus ratos libres se dedica, con sus amigotes, a desenterrar cadáveres de la Guerra Civil. Vamos, Zapatero, una joyita, igualito que Bart.
Pero luego se arrepiente, pone cara de bueno, habla de los pobres, la paz, la igualdad, la fraternidad y le salen unas alitas doradas y angelicales como si nunca hubiera roto un plato. Además siempre le salva el que su primer adversario, Rajoy, tiene, en esta serie político/televisiva y adjudicado por méritos propios, el papel del poco simpático y a veces irascible ¡Krusty, el payaso!
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