Por qué Colombia debe firmar un acuerdo de libre comercio
POR JOSÉ MARÍA AZNAR
LOS colombianos se echaron a la calle el 5 de julio en una rebelión contra el terrorismo. El blanco de su ira eran las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que hace cinco años secuestraban a 12 representantes democráticamente elegidos y a comienzos de este mes asesinaban a 11 de ellos. El presidente Álvaro Uribe encabezó la manifestación de Bogotá, bajo el lema «Libertad sin condiciones ya». Millones de personas de todos los rincones del país, en un masivo despliegue de deber cívico, salieron a expresar su oposición al terrorismo, y a exigir su derecho a la paz y a la libertad.
Estas escenas me recuerdan lo que experimentamos en España hace 10 años, cuando ETA secuestró y asesinó a Miguel Ángel Blanco, joven consejero del País Vasco. En ambos casos, los asesinos intentaron culpar al Gobierno democrático de su crimen. Los colombianos y los españoles, horrorizados por los despiadados crímenes de los terroristas, se levantaron en protesta para defender lo que está en juego: la libertad.
Colombia afronta inmensas dificultades y para que, junto con las demás democracias liberales, triunfe sobre el terrorismo, debemos aunar fuerzas. Esto supone reforzar tanto la seguridad como el desarrollo económico. Si, por el contrario, Occidente le vuelve la espalda, lanzará un mensaje devastador no sólo a los colombianos sino al mundo en general. Colombia es una democracia desde hace muchos años. No cabe duda de que, como cualquier empresa humana, es imperfecta. Pero los colombianos demostraron hace mucho su deseo de conservar la libertad que la democracia proporciona y mejorarla. No ha sido fácil, porque los narcoterroristas han usado una indescriptible brutalidad contra los civiles con la esperanza de destruir su sueño.
En el pasado, grupos como las FARC disfrutaban de una espuria legitimidad internacional, basada en la falsa percepción de que combatían por la justicia social. Esos días han terminado. Como amigo de Colombia, me cupo el honor, en calidad de presidente del Gobierno español, de garantizar que en 2002 la Unión Europea las incluyese en la lista de organizaciones terroristas. Si alguna vez hubo dudas sobre las verdaderas intenciones de las FARC, éstas se disipaban por completo en 2002, cuando el entonces presidente Andrés Pastrana, con apoyo democrático, se vio obligado a abandonar su intento de entablar un diálogo de buena fe con la organización terrorista. Al negarse a acudir a la mesa de negociación, las FARC demostraron su completa falta de escrúpulos, y que sólo están motivadas por una enorme sed de poder y el deseo de proseguir sus actividades delictivas.
Desde entonces, Álvaro Uribe ha sido elegido dos veces -primero en 2002 y después en 2006- precisamente por haber prometido que, bajo el sistema de derecho y la democracia, empleará todas las armas de que dispone el Estado para derrotar al terrorismo. Éste es también el deseo de quienes se echaron a las calles de Colombia la semana pasada.
Uribe también se enfrenta a otro reto antidemocrático procedente del presidente venezolano Hugo Chávez, y de su proyecto hemisférico de difundir lo que él denomina «socialismo del siglo XXI». La ideología de Chávez desprecia los valores occidentales, y allí donde ha arraigado ha retrocedido la libertad. Representa una amenaza para toda la región, y no es casualidad que sus defensores sean aliados de las FARC, que consideran que la democracia colombiana es un enemigo que debe ser derrotado.
Colombia necesita a sus amigos, entre otras cosas porque estos enemigos de la libertad son poderosos y están bien equipados. El consumo de cocaína en los países ricos es la principal fuente de financiación de las FARC, un hecho que hace que el apoyo a los esfuerzos de Uribe sea una obligación ética para las democracias occidentales, además de redundar en su beneficio. El Plan Colombia, una iniciativa para luchar contra el narcotráfico puesta en marcha durante la administración del presidente Clinton con el apoyo de Europa, reconoce esta obligación. El presidente Bush sigue apoyando el plan.
Colombia también debe esforzarse por reducir la dependencia de los campesinos del cultivo de coca fomentando el desarrollo económico. La integración de Colombia en la economía mundial impulsará el crecimiento económico y contribuirá a consolidar el capitalismo democrático. Por eso resulta intolerablemente cínico que políticos estadounidenses utilicen los fallos de la democracia colombiana como excusa para acabar con el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Colombia.
En caso de rechazar el Acuerdo de Libre Comercio con Colombia, Estados Unidos estaría cometiendo un grave error estratégico, un error que tendría consecuencias nefastas. Como ex presidente del Gobierno, me deja perplejo el posible sentido que podría tener para Washington bloquear el Tratado de Libre Comercio. ¿Vale la pena arremeter contra el pueblo colombiano, perjudicando los intereses de seguridad estadounidenses y concediéndole una victoria a las FARC, simplemente para castigar a Bush? ¿Y qué hay del cúmulo de consecuencias que acarrearía el abandono estadounidense de su mejor amigo en Suramérica? ¿Desea Estados Unidos que Colombia tome el camino del socialismo del siglo XXI liderado por Chávez?
Para que los valores occidentales prevalezcan en Latinoamérica frente al terrorismo y el autoritarismo antidemocrático, Europa y Estados Unidos deben adoptar una estrategia clara de apoyo al capitalismo democrático. Esto incluye políticas que refuercen la seguridad y fomenten la apertura y la integración comercial. Cerrarle la puerta a Colombia, ya sea en lo relativo a cuestiones de seguridad o de comercio, sería un golpe crítico para la causa de la libertad en Latinoamérica. Ha llegado el momento de demostrar que los amigos de la libertad, los amigos de Colombia, son fuertes y también sabios.
The Wall Street Journal © 2007 Dow Jones & Company, inc.
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