Pero llegó la derecha y mandó parar. Se acabó la mili, modernos que somos, y quienes la trajeron no denunciaron aquella medida demagógica y perjudicial para España (¡¡se me ponen de pie, coño!!). Mal que bien, la mili funcionaba haciendo más país (y si no la mili, la Cruz Roja o cualquier mariconada de esas) del que recibía y de eso no estábamos (mucho menos ahora) sobrados en España (quién ha dicho que se podían sentar).
La mili la inventaron los Estados (esa mayúscula laicista me molesta bastante, la verdad) nacionales para proveerse de carne de cañón barata (y se la saltaban los ricos pagando como Dios exactamente no mandaba, que los ricos sólo creen en su dinero), a finales del siglo XIX creo recordar (la Real Cédula de Carlos III no era exactamente lo mismo aunque ya aludía a soldados de reemplazo).
Como uno piensa como piensa (y por el momento no piensa cambiar), clasifica el mundo que le rodea como una sucesión de repeticiones más o menos correctas de un mismo modelo, el de la familia monógama, y el ejército hace las veces de hermano mayor fuerte y valeroso. Despegar a la España venidera de la responsabilidad de su propia defensa constituye una gran traición a los principios en los que, románticamente al menos, se sustenta la derecha española (y toda derecha que como tal se precie). Lo mismo sucede con los niños de hoy que al dibujar un pollo, no se lo imaginan vivo sino asado. Alejar a la gente joven del ejército es desconectarla de su músculo y hacerla aún más blandengue de lo que se halla (a los hechos me remito, España la meca reconocida del consumo de cocaína mundial, otro logro del que estar orgullosos).
La mili no gustaba entre los jóvenes. Coño, como el colegio o las visitas al peluquero o al practicante. Nada gusta si no nos sale directamente de las narices. El argumento demostraba que la etapa entreguista estaba apoderándose de los escasos restos premodernos y benditos de la ciudadanía española. Esta absurda idea de que la mili perjudicaba al ejército y a la propia concepción de España es eso, absurda, y la defendía esa especie de think tank landista llamado GEES, al que Aznar en su habitual cursilería hízole oportuno caso.
La mili era tan buena que cuando no servía directamente a su objetivo inmediato, la formación de un sentimiento nacional solidario, servía para otros muy oportunos menesteres. Se sacaban los reclutas el costoso carnet de conducir, aprendían en muchos casos oficios que les habrían estado vedados de otro modo, entablaban relación con otras partes de España, se curaban de muchas tonterías y nacionalismos, y aprendía uno que la tortilla de patatas y la cerveza gustaban igual en los cuatro puntos cardenales (o es cardinales) de esta España mía, esta España nuestra.
Cuando el ministro Trillo, muy ufano, decía que España (otra vez esta palabra, lo siento de veras) contaría entonces con 106.000 soldados profesionales tras la extinción de marras, se equivocaba de nuevo (a Trillo-Figueroa le sacas de Shakespeare y no da una a derechas). En la actualidad, siete años después, nos hemos quedado muy lejos de los objetivos fijados en la propia ley y porque la mano de obra inmigrante se ha apuntado a la cosa, que si no...
En el momento en el que el antes mentado ministro Trillo anunció el fin de la mili, España (bueno: ¡ya está bien!) tenía casi 70.000 soldados profesionales; hoy suma 75.000, con más de cinco mil soldados extranjeros. O sea, que estamos a treinta mil soldados de la cifra "deseable" para aquel gobierno español y los ninios celtíberos siguen teniéndole ojeriza a nuestras "fuerzas armadas". Un 25 % por debajo de los cálculos previstos en la propia ley, otro éxito. Es decir, la octava potencia del mundo tiene un ejército que como se ponga tonta la Guardia Suiza, en Gibraltar que nos refugiamos.
Ochenta mil muchachos fueron los que engrosaron la última llamada a filas, de un total de poco más de un millón que o bien objetaban o bien pedían una prórroga tras otra. Ojo, para que se hagan una idea, España tiene el 75 % de los habitantes del Reino Unido y tenemos el 45 % de sus soldados (hay que diferenciar entre soldados y oficiales: se da el curioso caso en el ejército español de que los oficiales casi igualan en número a los soldados, como en las mejores repúblicas bananeras). Britannia rules the waves cuenta con 175.000 soldados, reclutando más de veinte mil cada año. España cuenta con 75.000 soldados, reclutando menos de diez mil anualmente. Como se aprecia a simple vista, el ejército español está muy lejos de corresponderse con la importancia económica y demográfica del país (¿o sí, y nos engañan como en los Mundiales?).
Ya me lo conocen. Dije que un país donde las instituciones menos valoradas son el Ejército y la Iglesia, es decir, los que defienden la patria con el puño y la palabra, está enfermo de muerte. Y la derecha aquí se permitió el lujo de quitar a su juventud, futura sostenedora de todo esto, del contacto con la última garantía de existencia de la nación, tal y como se recoge en la Constitución que nos rige (es verdad que a unos más que a otros, ¿verdad, Otegui?). Pues con estos amigos, para qué queremos enemigos. Si es que el peor enemigo de España son los propios españoles.
¡¡¡Que vuelva la mili, joder!!!
P.S.: Sábana dedicada al hijo milico del marqués de Cubaslibres.
Etiquetas: Edgardo de Gloucester
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