EXQUISITA MILLÉSIMÉ
A mi amigo Retolaza, que vive en París.
1.
Con su permiso. Soy el Marqués de Cubaslibres, un hombre cabal y chapado a la antigua. Frisando los cincuenta, no tengo otra bandera ya que la del honor. De pocas lecturas y mucha acción, católico a machamartillo y practicante a mi manera. Soy de pocas aficiones y lealtades inquebrantables. Los toros, el vino y el recuerdo al Caudillo. Poco más, pero tampoco menos.
2.
Estoy aquí para contarles una extraña vicisitud. Sorprendente historia en la que los extremos se tocan. Todo empezó una aciaga noche. Tenía concertada una cena por motivos profesionales, con una interesante señorita. Treinta y muchos años, catalana, ejecutiva y moderna. Desde el principio me trató con displicencia, con una gran distancia. Pero cuando le pregunté, para romper el hielo, si había venido en “tasis”, no pudo reprimir una sonrisa burlona. “Me encanta la gente que habla en madrileño”, dijo, “voy a coger un tasis, a tomar por culo”. Me quedé estupefacto con su cómica imitación. Se estaba riendo de mí, en mi propia cara. Extrovertida, segura de si misma, con ropas caras e insinuantes, estaba hospedada en el Hotel Hesperia, así que le había propuesto cenar en el Sant Celoni. Lo había hecho por deferencia hacia ella, precisamente para que no tuviera que coger un “tasis”. Pero ella pagaba la deferencia burlándose de mí. Era obvio que le parecía el típico madrileño facha, pasado de moda y estrangulado por una corbata de Hermés. Me sobrepuse como pude. En realidad estoy bastante placeado, y para mí, la díscola señorita, no era más que un novillo que se revolvía al sentir el hierro. Me eché la muleta a la izquierda y comencé a templar. Si te parece, propuse, vamos a pagar a medias. Tú pagas la cena y yo los vinos. Tengo unos gustos un poco caros, y no quiero que tengas que cargar a la empresa este tipo de gastos. Brava, ahormó un poco su embestida tras esta primera tanda. “Bueno, ¿y qué vino vamos a beber?, campeón”, me preguntó retadora.
3.
Nunca pude imaginar que mi repuesta a esta pregunta, fuera el desencadenante de una historia tan peculiar. Había pensado, me atreví a proponer, que cenáramos con champán rosado. “Já, eso es una cursilada, y una mariconada”, me espetó con rabia contenida. Me costaba dar crédito a la agresividad de la señorita. Mientras lo decía se le ingurgitaban la yugulares. Al fijarme en ello, fui consciente de la rotundidad de su escote. Esto me turbó, su gesto violento y rabioso me alteraba, más de lo que hubiera querido en aquel momento. Intenté calmarla ¿Sabes?, le conté, el champán lo inventó un monje benedictino, dom Pierre Pérignon. Lo hizo inadvertidamente, al vinificar defectuosamente se produjo un indeseado gas en la botella. Pero al ver esas burbujas, el monje creyó ver las estrellas del cielo, y en ello un mensaje de Dios. Así nació el champán en el siglo XVII. Mi historia estaba plagada de inexactitudes y de mitos, pero a ella le produjo una extraña paz escucharme. “¿Ah, si?”, fue su única reacción. Pero se quedó mirándome, con una infinita curiosidad, como si hubiera dicho algo que ella nunca esperara que dijera.
4.
La carta de champagnes del restaurante era más que razonable, algo raro en Madrid, donde en este terreno todo es sota, caballo y rey. Me encontraba extrañamente excitado, esta señorita provocaba en mí sentimientos ambivalentes, de odio y deseo a la vez. El tiempo me demostraría que ella era presa de la misma contradicción. Queremos un rosé de vintage. ¿Qué tienen ustedes en esa línea? Al somelier se le atragantó mi pregunta. Vaciló un instante, pero me contestó airoso: Tenemos, creo, un Gosset Grand Rosé. Excelente, contesté. ¿Alguna millésimé en particular? Salió despavorido a chequear la bodega. Señor Marqués, tenemos un 96. Exquisita millésimé, asentí.
5.
¿Sabes?, el rosé no es más que la adición de un poco de vino tinto al champán. Eso sí, un vino hecho con pinot noir o meunier. No se pone en contacto con los hollejos de la uva, como en el resto de los vinos rosados, sino que se añade. Tiene toda la lógica, porque la base del champán son las pinot. Esta explicación no le llegó. Me miro de nuevo con cara de desprecio, dándose cuenta que pretendía conquistarla con mi erudición, cuando ella solo tenía interés en la fase sensible de la aproximación. “¿Estás casado?”, fue su abrupta respuesta. Hice como que no la escuchaba y proseguí con mi discurso, intentando buscar una deriva más de su agrado. Entender de champán es complejo, añadí, como entender de mujeres, no siempre dos y dos son cuatro. Esto le sentó fatal, lo consideró como un comentario machista. Intenté ajustar aún más la geometría, pero erré de nuevo. Nos han puesto unas excelentes copas Riedel de cristal soplado, pero el champán, en realidad, debe beberse a morro. La botella se ha de coger por el cuello, como a las mujeres. Reaccionó con violencia contenida. “Paso de tus comentarios machistas”, me dijo despectiva. Ahora un rubor había invadido su rostro. El “snow-white mousse” de la espuma del rosé había virado a pink. Por mi parte, estaba ardiendo como el mismo infierno.
6.
“¿Eres así siempre?, tan ridículamente petulante” Ella no bajaba un ápice la tensión. Bueno, contesté, mucho de lo que sé sobre el champán de lo debo a mi amigo Retolaza, que vive en París, al lado del bosque de Vincennes. “¿Quién es ese Retolaza, otro facha como tú?” Hombre, no exactamente. Sí que es un personaje excesivo, pletórico, al que la naturaleza ha dotado generosamente. El pasado febrero cené en su casa. Éramos tres y había preparado un palé con doce botellas de champán y un saco con mil ostras de Arcachón. La señorita, que empezaba a ser mi amiga, me escuchaba con curiosidad. “Os imagino a los dos, vaya pareja, como Walter Matthau y Jack Lemmon” Continué. Retolaza me hizo notar que sólo íbamos a beber millésimés, que esto era el verdadero champán, y que había hecho una selección de las más exquisitas. Cuando estábamos ahítos de ostras, sugirió que bajáramos al bosque a continuar la cena. Estábamos bajo cero, pero eso no parecía arredrarle. Preparó un nuevo servicio de champán y continuamos con almejas y mejillones crudos. Mi amiga me miraba embobada mientras contaba la historia. Era indudable que no era indiferente a lo que escuchaba. “Me gustaría conocer al tal Retolaza”, concedió. Transitando por esta aventura y otras afines, la cena llegó a su fin, habiendo dado cuenta de un par de botellas del Gosset. Ella se empeñó en hacerse cargo de toda la cuenta, aunque seguro que al día siguiente, cuando la mirara con detalle, se arrepentiría. Todo lo bueno es caro.
7.
Nos despedimos afectuosamente, entre una cosa y otra, había surgido una extraña empatía entre nosotros. Cuando estaba llegando a mi casa, sonó el móvil. Era ella claro, me decía que por qué la había dejado sola, que eso no era de caballeros. Que diera media vuelta y fuera a hacerle compañía. No me lo podía creer, y menos, cuando al abrir la puerta de su habitación, apareció bebiendo a morro una tercera botella de Gosset Grand Rosé. Me cogió del cuello y me derribó sobre la cama. “A ver que pasa con estos machotes madrileños”, me retó burlona. Créanme que toreo más de cien festejos al año y nunca me he dejado un toro vivo, pero aquella noche entré a matar antes del tercio de banderillas. “Márchate, que mañana tengo una reunión temprano”, me despidió apresurada. “Ah, y no te creas que esto es el inicio de nada, que yo a los madrileños me los como a pares, chaval”. Sin embargó, adiviné, a pesar de la humillación, una sonrisa cómplice. No me había equivocado.
8.
“Quiero que me sigas hablando sobre el champán y sobre la vida. Invítame a cenar mañana, que voy de nuevo a Madrid”. El mensaje telefónico era imperativo. Esta vez organicé la cena en Arce, sabedor del buen servicio de vinos de la casa. “Me sorprendió lo que me explicaste el otro día sobre el champán, eso de que sólo se hacía con uvas negras. El cava lo hacemos todo con uvas blancas”. Intenté matizar mis comentarios del día anterior. También se usa chardonnay, aclaré. Así, aunque predominan las varietales tintas, también hay un porcentaje de blancas. En el caso que se hiciera sólo con tintas, estaríamos frente a un Blanc de Noirs, y si solo se utilizara chardonnay sería un Blanc de Blancs. Mi amiga prestaba inusitada atención y me pedía aclaraciones. “¿Y qué tiene que ver eso con las millésimés que pedías el otro día?” Bueno, es complejo, ya te lo advertí. La mayoría del champán que bebemos en España ni es millésimé, ni es Blanc de Blancs, ni Blanc de Noires. El más frecuente es brut nature, mezcla de diferentes añadas. Añada, millésimé y vintage, a estos efectos los podemos considerar sinónimos.
Hoy vamos aprobar una última categoría, los cuvées, que pueden ser vintage o no.
A mí me había costado años, y mucho dinero, llegar a este punto de conocimiento, pero ella parecía absorber toda la información que le daba. Hoy, añadí, vamos a tirar por lo grande. Un Krug Grand Cuvée. Escúchame, dije ya enfervorizado. Krug es la mejor de las Grandes Marcas, junto a Salon, quizás. No imaginas la cumbre que vamos a alcanzar. “Sí que lo imagino, lo explicas muy bien”, me dijo con una franca sonrisa. Esa noche estuve algo más acertado con el acero, aunque en el primer toro tuve que recurrir al descabello, algo siempre desairado. En el segundo, por fin, pude estar algo más que aseado.
9.
Mi amiga, ya amante, estaba felizmente casada con un hombre que la merecía. Según ella lo describía, era mucho mejor que yo en todo. Más joven, más guapo, más moderno y además, discretamente nacionalista. Vivían en Barcelona, en la zona alta, en un piso grande, con muy pocos muebles, como si fuera un anuncio de Bang Olufsen. Pero sobre todo, su marido era celoso, terriblemente celoso. La mecha estaba prendida, solo era cuestión de esperar.
10.
Mi amante lo tenía todo perfectamente organizado. Venía a Madrid un día por semana, siempre por motivos profesionales más que justificados. Su marido también viajaba mucho, pero ella de todas formas procuraba confirmar donde estaba. Me aseguraba que nunca le había sido infiel, y que lo nuestro lo consideraba como un divertimento, como un curso de cata prolongado. Lo cierto es que cada semana explorábamos los mil vericuetos del champán. Ella mostraba infinita curiosidad, incluso tomaba notas. Hasta que se produjo el desastre, porque ella, en el fondo, era una ingenua. Cuando escuché por el teléfono su voz angustiada repitiendo “lo sabe todo, lo sabe todo”, intenté calmarla. ¿Pero cómo lo ha averiguado?, pregunté curioso. “No lo puedo entender, pero lo sabe”. “Anoche me dijo con gran frialdad, sé que tienes novio, nena”. “Yo lo negué, aparenté no darle importancia, pero lo dijo con gran seguridad, como si tuviera alguna prueba irrefutable”. ¿Pero qué estabais haciendo cuando te dijo eso?, pregunté para intentar hacerme una composición de lugar. “Nada, estábamos cenando, los dos solos, bebiendo champán”. ¿Pero cómo champán, qué quieres decir? Una fulminante sospecha asaltó mi pensamiento. “Bueno, acababa de pedir un Gosset Grand Rosé, como el que bebimos tu y yo el primer día, ¿te acuerdas?”
11.
La vida de mi amante, ya ex amante, cambió desde aquel momento. Nada de quedarse a dormir en Madrid, prohibidos los mensajitos al móvil, tuvimos que crearnos una dirección secreta en hotmail para poder seguir en comunicación. Por sus mensajes, parecía que todo había vuelto a ser como antes, la estabilidad había vuelto a su matrimonio. Incluso su marido, cada vez que cenaban en casa, sacaba un champán diferente. Se había aficionado a él, para complacer a su mujer, en contra de sus convicciones catalanistas, que consideraban al cava tan bueno, o mejor, que el champán.
12.
De: exquistasmillesimesarrobahotmail.com
A: marquesdecubaslibresarrobahotmail.com
Estimado marqués:
Larga es la sombra de su recuerdo, pues cada noche mi marido abre una botella de champán. Cierto es que las marcas que bebemos son algo diferentes a las que disfrutábamos juntos, y que tampoco comentamos con detalle sus características, como a usted le gustaba hacer. Luego no siempre hacemos el amor, o lo hacemos en raras ocasiones, porque algo parece haberse roto entre nosotros.
Ultimadamente hemos bebido champán de marcas que no conozco, ilústreme sobre ellas, por favor. Han sido: Ayala, Piper-Heidsieck y De Venoge.
Siempre suya.
13.
De: marquesdecubaslibresarrobahotmail.com
A: exquisitasmillesimesarrobahotmail.com
Admirada amiga:
El destino y, ¿por qué ocultarlo?, su ingenuidad, nos han separado. Pero al menos queda el recuerdo de una pasión intensa, que me ha hecho convencerme, una vez más, del sentido que tiene la indisoluble unidad territorial de nuestra España.
Sobre sus champagnes, ¿qué decir? Ciertamente Ayala es una de las 24 Grandes Marcas, pero me atrevería a decir que es la peor, aunque desde luego es quizás la más barata. No me parece esta elección una prueba excelsa de amor, sinceramente. Por si fuera poco, no comercializa ninguna millésimé. Tampoco el Piper-Heidsieck es para tirar cohetes, que tampoco hace millésimés. El mejor es el De Venoge, que hace un más que aceptable Cuvée les Princes, aunque la botella decorada con lágrimas es penosa. En fin, no quiero ser cruel, pero que me parece que ha bajado bastante el pistón.
Atentamente
14.
Conocer el alma de las mujeres es tarea ardua, pues lo que parece, no es. Solo cabe apelar a su extraña sensibilidad, para que mediante el capricho y un azar favorable, puedas tener la dicha de hoyar sus mórbidas y suavísimas carnes. Conviene previamente tener regado el terreno. Recomiendo, prudentemente, no escatimar en el vino ni en el halago. Sencilla fórmula infalible.
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