Dicen que Chesterton, cuando agonizaba, les dijo a los suyos “elegí siempre el bando de la luz, evitar el de las tinieblas es nuestro único mérito”. Regina Otaola Muguerza, el día que se enfrente al Altísimo, podrá señalar a Chesterton y decir “escogí su mismo bando”. Ojalá nuestro aliento le llegue, en medio del hedor y la pestilencia de aquellas tierras fértiles al rencor y a la escoria.
Ya sé que a ella le basta con saber que mañana sus hijos podrán decirle al resto que vienen de sangre de héroes. La lucha por la libertad en el País Vasco es la Iliada y la Odisea de nuestra era. Ahí tienen nuestras sagradas plumas un buen montón de historias reales y mágicas con las que componer la epopeya de la democracia. Las vidas cruzadas de unos cuantos miles de vascos que han declarado una bellísima resistencia contra la barbarie y la sinrazón.
Doña Regina Otaola es hoy la cabeza visible de una parte de aquella sociedad, que es la nuestra, que ofrece su sacrificio por defender lo que nos hace definitivamente hombres. Decía el filósofo Savater en un polémico y reciente escrito que los concejales del PP han hecho más por la libertad de todos nosotros que todo el organigrama monclovita. Savater se quedó corto. No es que ellos hagan libertad, es que ellos son la libertad.
Rosa Díez, en otra frase demoledora, dijo que para Franco era una mala española, para los aberchales una mala vasca y para la cuadrilla de la Moncloa una mala socialista. Qué grito tan desgarrador, una disidencia que le regala un terrible y exultante triple exilio, una persona enferma de dignidad, entereza e integridad entre miles de espíritus enfermos de lepra moral (no todos, gracias a Dios). Doña Regina Otaola Muguerza, natural de Eibar, licenciada en Derecho y juntera de Guipúzcoa por el Partido Popular, ha “visto” el mortal envite de ser elegida alcaldesa de Lizarza, un pequeño villorrio de Tolosaldea infestado de proetarras (más de la mitad del pueblo votó a la lista ilegalizada de ANV), y gobernarlo desde donde le dejen. Un mísero poblacho donde, eso sí, veintisiete justos votaron por la libertad y la vida, veintisiete flores que nos recuerdan de qué pasta están hechos algunos de nuestros compatriotas. Que otras cosas no tendrá España, pero los más bravos demócratas de occidente pastan aquí mismo.
Recordaba todo esto cuando veía este fin de semana La Lista de Schindler, saldando así una pequeña deuda que mantenía con el cine moderno. Hay un momento en la película que me recordó inmediatamente al Duranguesado, a los valles navarros del norte, a todas y cada una de las comarcas donde defender la Constitución está premiado con el oprobio y la eliminación. Ocurrió cuando el contable judío le dice a Schindler que “esta lista representa el bien absoluto, esta lista es el bien absoluto, lo demás, lo que está en sus márgenes, fuera de ella, es el horror, el vacío, la nada”. Como me acordé entonces de esos veintisiete votos que se atrevieron a humanizar con los más bellos colores aquellas urnas llenas de rencor y sangre, aquellos vascos que decidieron volverse judíos en tierra de nazis. En el mismo nido de la última alimaña totalitaria que respira en Occidente, veintisiete bravos guipuzcoanos elevaban un agónico y soberbio cántico a la más excelsa virtud que adorna a la humanidad. ¡Un poema, que digo un poema, un cantar de gesta ya, para que esta hazaña no se arranque de nuestra memoria!
Me acordaba de todo esto, y cómo crecía el íntimo orgullo de sentirme español. Cuando gente del montón, personas que llevarían una vida cómoda si mirasen para otro lado, cuando ciudadanos corrientes sacan fuerzas de flaqueza y deciden que aquellos 169 artículos que componen nuestra Carta Magna merecen tal esfuerzo, que frente al horror nazi y soviético cabe la posibilidad y la esperanza de un futuro en paz y libertad, una persona de bien no puede más que rendir honores y descubrirse.
Es por ellos, por los Redondo Terreros, los Basagoiti, los Pagazaurtundúa, los San Gil (maldigo ese cáncer), por los Díez, los Gutiérrez, los Usandizaga, todos esos vascos y españoles que a la muerte misma retan con la fuerza de una sonrisa y unas cuantas ideas aprendidas desde pequeños, por esa gente que recita la Torá en medio del IV Reich sabiniano, por todos ellos es por lo que merece detenerse en la Plaza de Colón, mirar unos instantes la bandera y pensar cuan hermosa la están tejiendo entre todos aquellos compañeros del norte. Una sola lágrima derramada en el entierro de alguno de ellos contiene más humanidad y pureza que todo el Consejo de Ministros. Dicen los judíos que quien salva a un hombre salva a la humanidad. Pues no miremos más lejos. A cuatro horas en coche desde Madrid y sin salir de nuestras fronteras tenemos a una mujer que se juega su vida y la de sus seres queridos por una inspiración, una idea, una palabra y verdadera bomba capaz de derrumbar desde sus mismos cimientos a la Bestia más criminal, una palabra de tres silabas, li-ber-tad.
Cantaba desgarrado José Menese “Señor que vas a caballo/ y no das los buenos días/ si el caballo cojeara/ otro gallo cantaría”. Pues eso, hijos de puta etarras, cobardes de mierda. Qué sería de vosotros con la pólvora agotada. Dicen del ejército israelita que sus oficiales no dicen jamás adelante, sino síganme. Vosotros, compatriotas vascos, lleváis años siendo nuestros mejores oficiales.
La Historia se acordará de Churchill y de De Gaulle. Los Chamberlain y Daladier no serán más que notas al margen. Eso mismo sucederá con aquellos que nos gobiernan hoy. Pasarán, los olvidaremos, pero no se borrarán de nuestro recuerdo aquellas palabras sacadas desde el mismo pozo del alma. “Eta dispara, aquí tienes mi nuca”. Por aquella misma familia que lloró el infame asesinato de su hijo. Por Miguel Ángel Blanco Rodríguez.
Tarde o temprano, ganaremos. Viva la Libertad. Viva España.
Etiquetas: Edgardo de Gloucester
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