Entre los profesores de cursos sucesivos debo resaltar a José Castañeda Chornet, un ingeniero industrial que se había decantado por la economía aprovechando las lecciones que impartió en España, los años cuarenta, Herr Doctor Heinrich von Stakelberg, un barón alemán exiliado en España no sé si por antinazi o porque había sido nazi, qué sé yo, porque yo no lo conocí, sólo estudié el manual de microeconomía que había publicado en España. Microeconomía era la asignatura que explicaba Castañeda, y lo hacía según los cánones de la economía neoclásica, también llamada marginalista, recogiendo las aportaciones de la Escuela Austriaca, fundada por Carl Menger, pero sobre todo de la Escuela de Lausana, fundada a su vez por León Walras, y de la de Cambridge, fundada por Alfred Marshall. Castañeda era el hueso institucionalizado de la Facultad. Raro era el licenciado que no había tenido que repetir varios años Teoría Económica II. Sus lecciones estaban plagadas de cálculo diferencial pero ayunas de economía, algo que a él no parecía importarle demasiado porque sostenía impertérrito que la economía era matemática o no era. Un integrismo superado hace años gracias a la sensatez. Su cara de conejo y su voz chillona, destemplada y aflautada, que algunos imitaban muy bien, no ayudaban a aficionarse a la teoría matemáticomarginalista llena de integrales y derivadas y vacía de conceptualizaciones económicas, y mucho menos a tratar de buscar su afecto profesoral. A un ayudante suyo algo descerebrado, Vázquez, tuve que soportarlo como compañero de trabajo durante varios años. Castañeda blasonaba de haber conseguido dar una salida laboral a los que aprobaban su asignatura porque dando clases particulares podían trabajar y ganar dinero.
El valenciano Manuel de Torres Martínez, catedrático de Teoría Económica III, sucedió al bueno de don Valentín Andrés Álvarez como decano de la Facultad. Don Manuel era ya una figura política de gran calado en aquella España de Franco gracias a su apoyo incondicional al Movimiento. Creo que ya entonces era presidente del Consejo de Economía Nacional. Sus clases eran pura oratoria de lo que nos salvaba el que raramente fuera a clase. La suerte fue que José Ángel Rojo volviera de sus estudios en centros no sé si americanos o británicos y lo sustituyera muy a menudo. Rojo venía tan abducido por el keynesianismo a ultranza que o hacías lo mismo o no aprobabas. Keynes über alles era la consigna implícita de la cátedra. A Torres, que no dominaba el pensamiento de Keynes, le molaba harto eso del intervencionismo estatal, tan querido y aplicado por el franquismo, que era tenido por ser un sistema de derechas en lo político aunque fuera más bien socialistón en eso de la política económica. Teoría Económica IV también la impartía Manuel de Torres, pero cuando yo la cursé tuve la suerte de que una joven y recién llegada de USA, Gloria Begué, se encargara de ella. Gloria era una verdadera gloria explicando sin titubeos los últimos adelantos en materia de macroeconomía alcanzados en Norteamérica. No deja de ser singular y resaltable que ella, titulada en derecho, supiera más economía que los ya citados cátedros de la cosa. Al respecto resaltaré que Castañeda, por ejemplo, supiera mucho cálculo diferencial pero muy poquita economía, mientras que la Begué sabía mucha economía pero poco o nada de cálculo diferencial. Repárese en que la asignatura no se llamaba Cálculo Diferencial sino Teoría económica y se sabrá poner a cada uno en su sitio. Sería por eso que Castañeda me diera sólo un aprobado mundo y lirondo en su asignatura por haber dicho que una curva recibe un “impacto” (aun lo recuerdo yendo de un lado a otro del estrado, escandalizado por mi ocurrencia, y murmurando “¿un impacto?, ¿un impacto?, ¿pero eso que es?”), mientras que la Begué me calificó con un sonoro sobresaliente y matrícula de honor en la suya. Lo que son las cosas. Gloria, como se sabe, se dio a conocer a nivel nacional años más tarde, cuando ocupó el cargo de presidenta del Tribunal Constitucional. Si hoy estuviera ella en él no creo que hubiera llegado al nivel de ruindad en el que se encuentra hoy el citado organismo.
Otros huesos de la Facultad fueron Enrique Fuentes Quintana, catedrático de Hacienda Pública, y César Albiñana, catedrático de Derecho Fiscal. Para aprobar la asignatura había que rendir examen con el primero, otro falangistón, era el alumno el que tenía que elegir el momento. Se trataba de unos apuntes de su autoría sobre la historia del pensamiento económico. Sostenía que las asignaturas anteriores no formaban sobre esta materia y él quería subsanarlo. Si no se aprobaba el examen de aquellas ocho plúmbeas lecciones de pensamiento no se podía pasar al examen definitivo sobre Hacienda Pública. Así que su asignatura era doble porque sí, porque así le daba la gana a él. Y punto. De más está decir que Hacienda Pública era entonces una asignatura que muchos licenciados de aquellos años tuvieron que repetir durante varios cursos. Y lo mismo cabe decir del Derecho Fiscal.
En 1957 tuvo lugar un remarcable cambio de gobierno en España. La facción falangista cayó en desgracia y en su lugar se hicieron con el poder, vía simpatía personal del almirante Luís Carrero Blanco, los tecnócrata opusdeísta capitaneados por Laureano López Rodó. A su sombra se constituyó el gobierno que en 1959 cambió la política económica autárquica en vigor desde 1939 y entró en vigor el Plan de Estabilización gracias al que la peseta se hizo convertible a razón de 60 un dólar USA. El Plan fue desmantelando el comercio de estado y estableciendo la libertad de mercado. Ullastres se hizo cargo de la cartera de Comercio y Navarro Rubio de Hacienda. Poco después se aprobaron sucesivos planes cuatrienales de desarrollo económico y social que pusieron las bases de la paulatina homologación de la economía española a las economías occidentales. La homologación política no se consiguió hasta muchos años después.
En 1961 ingresé, primero como laborante y después como investigador, en el CSIC, organismo en el que desarrollé mi labor investigadora, de entrada en el campo de la economía agraria y el comercio internacional de productos agrícolas y, años más tarde, en el de la economía del turismo después de haber incursionado en el análisis de rentabilidad de proyectos de inversión. Fue entonces cuando conseguí avanzar por mi cuenta en una materia que acabó apasionándome, la economía, y dentro de ella en la historia del pensamiento económico a la que tanta importancia daba Fuentes Quintana a la par que la hacía antipática. Y es que aquel profesorado de mediados del siglo pasado adolecía de graves deficiencias científicas. Como muestra de lo que digo daré tan sólo un botón: aquellos primeros profesores de economía estaban obsesionados por distinguir la concurrencia de la competencia. No se percataban de que estaban utilizando dos palabras diferentes para la misma realidad. Yo creo que es que les gustaba decir concurrencia porque les sonaba al francés concurrente, pero no querían abandonar competence, un término que por ser inglés no dejaba de conferir a sus lecciones un innegable marchamo de excelencia y distinción.
Y es que en aquellos años bastaba con chapurrear medianamente el inglés para ser un profesor de economía de prestigio. Cualquier tiempo pasado no es mejor.
Etiquetas: Desdeluego
Este comentario ha sido eliminado por el autor.