El rasgo principal que caracteriza a este desaguisado es que la tolerancia con valores y principios que caracteriza al multiculturalismo se mantiene en una equidistancia peligrosa, en el sentido de que, dado que no somete a juicio crítico alguno a ninguno de esos valores y principios, es capaz de tolerar algunos especialmente agresivos. Se respetan (o se exige respeto a) valores ajenos a los propios en un sentido general, aceptando una supremacía absoluta en su espacio correspondiente, de manera que las relaciones comunes, las intersecciones o "líneas de división cruzadas" (cross-cutting cleavages), quedan relegadas del espacio público.
Por contra, el pluralismo se mueve en una perspectiva muy diferente, pues no se limita aceptar el status quo dominante de una determinada comunidad, sino que promueve una sociedad precisamente plural a la vez que igual, en la que los individuos puedan ejercer en propiedad sus derechos al margen de coacciones grupales. Basada en el ideal de ciudadanía, una regla básica de convivencia modula las diferencias existentes en nuestras sociedades fragmentadas. Como señala Sartori, "el pluralismo afirma que la diversidad y el disenso son valores que enriquecen al individuo y también a su ciudad política", y eso significa por extensión que el dogmatismo es sancionado. El pluralismo es en sí elástico pero tiene que ser también exigente si pretende mantener en pie una sociedad pluralista; ése es el límite, ceder ante lo que niega el pluralismo, que nunca puede llegar a franquear. Por tanto, el pluralismo no se limita a reconocer unas diferencias (comunitarias) y otorgarles un espacio de dominio, sino que afirma una 'Weltanschauung pluralista', y lo hace en un espacio común que implique a todos por igual. Porque si bien el hecho de la democracia lleva aparejada inevitablemente la existencia de conflictos internos (aspecto asociado a la libertad ejercida. En las dictaduras, en cambio, la sociedad está sometida a menos tensiones antagónicas, lo que desde fuera le puede conferir una apariencia más relajada), no hay que olvidar que la convivencia es una prioridad, y eso implica que no toda forma de conducta o de discurso es tolerable en una sociedad abierta si quiere mantenerse como tal. La "dialéctica del disentir" propia de las democracias se mueve entre el consenso y el debate, aunque por norma esta tensión no puede resolverse por ninguno de sus dos polos. El conflicto se encuentra al servicio de la convivencia, no puede decantarse por un enfrentamiento de bloques en lucha por una hegemonía total (o casi) de la sociedad. Puede parecer paradójica esta situación, pero más paradójica (y letal) es la defensa que lleva a cabo el multiculturalismo de la diferencia comunitaria, al tiempo que se promociona la unanimidad a nivel interno.
Con todo esto, no trato de decir que la cultura dominante en una sociedad deba fagocitar a las minoritarias. Pero sí que estas culturas minoritarias tienen necesariamente que jugar el mismo juego, asumir unas reglas de partida sin exigir reconocimientos específicos (derechos y no privilegios), eso sin olvidar un necesario pero muchas veces desatendido respeto al principio de reciprocidad. Como decía anteriormente, no se trata de que desaparezcan los límites y se disuelvan las identidades (el pluralismo si acaso relativiza la pulsión de cierre y exclusión del otro que caracteriza a toda identidad), pero sí que éstas deben coexistir en un espacio común de convivencia.
El proyecto del multiculturalismo, esquivo al principio de ciudadanía, ostenta la particularidad de promocionar identidades comunitarias 'que obligan' al individuo y generan servidumbre, haciéndole perder margen de libertad. La diferencia en este caso se limita a la que define cada grupo cultural para sí mismo, pero desaparece a nivel individual. No parte de la asunción de las diferencias inevitables en toda sociedad, sino que promueve la misma creación y fortalecimiento de diferencias étnicas y religiosas en el sentido de una auténtica "tribalización de la cultura", en una lógica de conflicto que no tiene que ver con el enriquecimiento sino con la desintegración y el antagonismo específicamente destructivo (1). Su finalidad no persigue sostener una sociedad abierta y plural, sino desequilibrarla y parcelarla en múltiples guetos con autonomía propia a la hora de imponer reglas y principios.
(1) Sartori sugiere en su obra que los teóricos del modelo multicultural, que suelen tener en común un origen comunista, hayan sustituido su derrotada 'lucha de clases' por este otro tipo de lucha cultural contra el establishment capitalista.
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