[102] Escrito por: Carmelo - 16 de mayo de 2010 20:02:00 GMT+02:00
Los tecnócratas del Opus y algunos de Ezquerra.
Pero los extraños avatares de la profesión de los economistas académicos en España iba a permitir en nuestro país la aparición de varios de ellos favorables al mercado. Zumalacárregui sería un fiel seguidor del marginalismo, y con él discípulos como Manuel de Torres o José Castañeda. Joan Sardá, que había militado en ERC, iría de la mano de Alberto Ullastres al Servicio de Estudios del Banco de España. Precisamente la llegada de Ullastres como ministro de Comercio más la de Mariano Navarro Rubio en Hacienda iba a sumar las ideas y la capacidad política para poner en marcha el Plan de Estabilización…
Con las reservas en negativo, la industria ahogada y tensiones inflacionistas que comenzaban a mostrarse, el régimen comenzó a ver de cerca un posible desastre económico que le podría desestabilizar. Navarro se entrevistó con "Hispanicus" para explicarle la necesidad de aplicar un plan, que habían elaborado varios economistas españoles con la supervisión de una delegación de la OSCE que había venido a España, y Franco le espetó que "no debe fiarse de los extranjeros, Navarro. Siempre han estado contra España". Al hábil ministro le bastó con decirle a Franco que el colapso de las exportaciones retraería el bienestar y podría obligarle a volver a la cartilla de racionamiento. De mala gana, dio el visto bueno.
(Carmelo, este post me llevó de la mano al recuerdo)
Cuando llegué a los madriles para estudiar economía estaba tan mal informado que no sabía que la Facultad de Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales no se ubicaba en la Ciudad Universitaria. A mediados de los cincuenta del lejano siglo pasado aún estaba en el viejo y destartalado casón de la Ancha de San Bernardo, con acceso tanto por esta castiza calle como por la de muy estrecha de Amaniel, en este caso a través de un enorme y desolado patio, como de colegio de curas pero aun más anodino. Poco antes de mi aterrizaje habían matado a un estudiante en los bulevares de Alberto Aguilera, cerca de la Glorieta de San Bernardo, después llamada de Ruiz Jiménez. Así que allá me fui. Me matriculé lleno de entusiasmo, ilusión, esperanza y algo de miedo ya que era la primera vez que estaba en la capital de aquel Reino sin Rey, singularidad digna de ser anotada. El No-rey que se comportaba como si lo fuera era simple y llanamente un dictador, un caudillo, al que llamaban generalísimo y decían que lo era por la gracia de Dios aunque tal vez lo fuera porque Dios es un gracioso.
Entre mis nuevos compañeros había nombres que estaban llamados a ser famosos. Recuerdo así, a bote pronto al asturiano José Ramón Álvarez Rendueles, tal vez el que más lejos llegó, pues fue gobernador del Banco de España durante el aznarato, presidente del banco Guipuzcoano y de la Fundación Prícipe de Asturias. Rendueles era de la derecha civilizada y tratable. Había otros alumnos como Blas Calzada Terrados, afable y cojo, que fue presidente del SEU de la facultad cuando yo fui secretario del citado sindicato, único y obligatorio. Muchos años trabajaría en el Servicio de Estudios del Banco de España y después, hace relativamente poco, presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Santiago Roldán, conocido en los ambientes como “El Curri”, ya entonces militante en el clandestino PCE de Jorge Semprún, sevillano como yo, perteneció al colectivo de analistas políticos y económicos durante muchos años que se llamaba algo así como “Juan López Muñoz”, era un tipo simpático, jovial y un poquito tarambana. El Curri llegó a ser, contra todo pronóstico, nada menos que catedrático de economía en la UAB, lo que era sin duda extraordinariamente meritorio ya que jamás asistió a clase un solo día y hasta es dudoso que hincara los codos para estudiar durante más de media hora. Las asignaturas de la carrera las aprobó sirviéndose de mis apuntes personales que tantas veces le presté. El Curri estuvo a punto de ser Comisario de la Expo’92 gracias a su estrecha amistad con nuestro común paisano el presidente Glez., conocido como Isidoro en los años setenta. De menos relieve pero también detentadores de puestos de alto nivel fueron el granadino José Montes Fernández, el gaditano Andrés Fernández Díaz y el sevillano Benito Martínez Echevarría, los tres, curiosamente, casi se turnaron como directores generales del INE durante los gobiernos de Suárez. En el INE trabajaron numerosos compañeros de mi promoción, tantos que sería largo y prolijo citar, aunque no dejaré de hacerlo en el caso de Sofía Berzosa, de Caridad Nieto y de Bernardo Pena Trapero, este último de varias promociones anteriores a la mía y uno de los más excelentes estadísticos de este país. Por otros motivos debo citar también a los hermanos Romero de Solís, hijos de un aristócrata sevillano, el marqués de las Marismas del Guadalquivir, si mal no recuerdo, el mayor de los cuales, militante del PCE, fue condenado por el TOP y a la sazón estaba cumpliendo condena en Carabanchel. Llegaba a la Facultad escoltado por unos tipos malencarados que lo custodiaban mientras se examinaba. El pequeño, Ignacio, fue catedrático de sociología en la Universidad de Sevilla, un puesto que trocó con el sociólogo madrileño, Juan Maestre Alfonso, quien gracias a sus contactos en Ferraz (su mujer era una muy conspicua militanta del PSOE en tiempos de Felipe Glez) consiguió entrar en el CSIC y, en un tiempo record, escalar hasta el más alto y excelso nivel investigador, a pesar de que la investigación era un traje que le venía un pelín ancho. Lo suyo era escribir para la revista Triunfo y publicar libritos sobre el Che, tan de moda entonces. Ignacio Romero de Solís pasó así al CSIC en comisión de servicio para dedicarse a la sociología no sé si de los toros o del flamenco, y Maestre se encargó, igualmente en comisión de servicios, de la cátedra de Sevilla propiedad de Romero. Ignacio estuvo emparejado con la entonces fotógrafa de moda, la lista y avispada Ouka Lele. En aquellos tiempos todavía eran posibles estos cambalaches, obviamente heredados del más puro franquismo.
Pero debo centrarme en el casón de la Ancha. Cuando yo llegué, Alberto Losada acababa de licenciarse con premio extraordinario y Carmen Prieto Castro, hija de un famoso catedrático de Derecho, la que luego contrajo matrimonio con Ramón Tamames, se paseaba levantando ladrillos con sus zapatos de aguja y malmatando corazones al pasar por los tenebrosos pasillos del casón como si lo hiciera por una pasarela de modas. Carmen estudiaba Políticas. Era conocida como La Bomba y fue el amor imposible de casi todos los estudiantes de Económicas. El decano de la Facultad era entonces el pintoresco y simpático asturiano de Grado Valentín Andrés Álvarez, el mismo que según José Ortega y Gasset estaba siempre dejando de ser una cosa para ser otra diferente. Don Valentín, casado con una rica hacendada de su Asturias, dueña de un palacio renacentista en Doriga, había ganado cuando joven un concurso de tangos, escrito una obra de teatro que tituló con el sonoro nombre de Tararí y conseguido ser catedrático de Economía una vez que asentó la cabeza de bohemio y los pies de bailarín. A él debemos la primera tabla insumo – producto (input – output) de la economía española con referencia al año 1954, con la que se cuantificaron por primera vez las operaciones de compraventa entre productores españoles y se estimó el Producto Interior Bruto y otras macromagnitudes. En la Facultad, además del decanato, don Valentín era catedrático de Teoría Económica 1.
Salvador de Lissarrague impartía unas lecciones de sociología tan herméticas que nadie lograba aclararse. Entonces los que iban de entendidos hablaban de behaviorismo, no de conductismo, seguramente porque así podían presumir de ser muy entendidos. Para ayudar a los que no entendían sus lecciones orales propuso consultar unos apuntes suyos, fusilados de libros en alemán que él mismo tradujo al español. El problema es que los apuntes también resultaban incomprensibles por su afán de respetar la sintaxis y el vocabulario de los originales. Todos terminamos sin saber ni papa de sociología cuando aprobamos la asignatura, pero gracias a su ayudante, un gallego ceceante y menudo que se llamaba Mariñas y que organizó un seminario sobre qué es el hombre que a mí al menos me dejó viva la aspiración a encontrar alguna vez una respuesta medianamente válida a tan trascendente pregunta. No debo dejar de anotar que Lissarrague presumía de haber sido discípulo de Ortega y Gasset aunque para nuestra desgracia no ponía en práctica aquel famoso dicho del maestro, el de que la claridad es la cortesía del filósofo. Acredito que Lissarrague era harto descortés con sus torturados oyentes. Aun recuerdo su figura, sentado en la mesa del estrado de cuyo borde no sobresalía más que con la cabeza y los brazos, que estiraba y posaba encima de ella con las mangas de la camisa rebasando tanto de las mangas de la chaqueta que no éramos a determinar si es que las mangas de esta eran muy cortas o las de aquella excesivamente largas.
En primero tuve la suerte de disfrutar de dos profesores de excelencia. José Luís Sampedro explicaba Estructura e Instituciones Económicas de España y Alberto Ullastres Calvo, Historia de la Economía Española. Sampedro ya había publicado Congreso en Estocolmo, su primera novela. Al enterarme de que uno de mis profesores era escritor compré su libro y le pedí que me lo dedicara. Nunca olvidaré lo que escribió “A F., a quien también la economía deja un rato libre para la literatura”. Años más tarde publicó El río que nos lleva y mucho antes pequeñas obras de teatro como la que tituló Un sitio para vivir, en la que ya mostraba un ecologismo incipiente. Un grupo de alumnos devotos de su sabiduría y su talante mantuvimos con él durante varios años una animada tertulia las tardes de los viernes en la cafetería Orbel de la calle Almagro, a la que asistían Blas Calzada y otros compañeros de menor relieve hoy. Sampedro era ya un convencido liberal y nosotros le lanzábamos dardos envenenados desde nuestra entonces indecisa y flamante postura filomarxista. Quise mucho a Sampedro entonces, pero hoy no lo soporto por mor de sus agrias riñas a todos los que no son como él quiere que sean. Ullastres era todo un gentleman inglés, distante, pulcramente vestido, de baja estatura, magro, cetrino y de perfil afilado. Impartía unas lecciones bien estructuradas, muy documentadas y de diáfana claridad; o sea que él si eran de una extremada cortesía. Nadie ignoraba que ya entonces era un destacado numerario del Opus Dei.
(Escrito por Desdeluego)
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