"Es hora de refundar el capitalismo sobre nuevas bases éticas". Quién puede olvidar la frase. Es mejor pensar que el portavoz Sarkozy trataba únicamente de ganar tiempo y salvar su propia honra, de poner en pie un teatrillo pobre y maniqueo, banqueros contra políticos, hombres salvajes contra hombres morales. Es mejor pensarlo porque en este caso la mentira perturba menos que la verdad: es preferible, por acostumbrada, la imagen de los líderes mundiales vendiendo humo que mostrando sus vergüenzas, su manifiesta impotencia para llevar a cabo lo prometido: regular, supervisar, eliminar prebendas multimillonarias, paraísos fiscales y productos financieros opacos, entre otras medidas concretas como la de, ejem, controlar a las agencias de rating. Año y medio después de formulada aquella firme intención, el capitalismo carente de bases éticas, los mercados estigmatizados y condenados a la hoguera pública, se muestran más fuertes, neoliberales y desregularizados que nunca, capaces de hundir un Estado de la Unión, amenazar la estabilidad de otros cuantos y poner a la propia Unión y su moneda contra las cuerdas.
El político y el banquero no están solos en el escenario ateniense. Hay un tercer personaje que completa el cuadro, más significativo aún que los dos anteriores, dotado de mayor potencia representativa, probablemente el que entre ellos concede definitivamente a la tragedia griega la condición de gran guiñol de la encrucijada de Occidente. Dos hombres y una mujer embarazada, empleados de una sucursal bancaria, fallecieron asfixiados en el incendio del edificio en que trabajaban provocado por los manifestantes. La izquierda "anticapitalista" lamenta las muertes, pero las justifica en la desesperación del pueblo oprimido y culpa de ellas a la policía, al gobierno, a los mercados financieros y a la lucha de clases, sin una palabra ni un gesto de autocrítica. Es la misma izquierda internacionalista y laica que encuentra atenuantes para el terrorismo nacionalista o religioso, la misma que invoca el respeto al multiculturalismo para defender la presencia del hiyab en las aulas, esa que concede o niega el orgullo oficial a los homosexuales en función de su nacionalidad; la misma que, entre otros tantos disparates, convoca funcionarialmente huelgas para defender a funcionarios que no las secundan y a pesar del fracaso anuncia, tirando del rancio manual de estilo del buen sindicalista, nuevas convocatorias de huelga. La misma izquierda, por supuesto, que aún ve en el castrismo una oportunidad.
"No podemos gestionar la economía del siglo XXI con las herramientas del siglo XX", dijo bajo el foco el político ético mientras el banquero ladino callaba en el fondo del escenario. La izquierda haría bien en tomar nota de la fórmula y aplicarse el cuento. Vivimos aún -¿por cuánto tiempo?- en el mejor de los mundos ensayados, pero eso, qué duda cabe, nunca hubiese sido así sin la presión histórica de la izquierda. No serán Sarkozy, Merkel ni Zapatero quienes embridarán al caballo desbocado. Mantener al capitalismo dentro de los límites éticos compatibles con la democracia ha sido la tarea histórica de la izquierda en Europa, y hoy sigue siéndolo. Esa es su responsabilidad: aquélla a la que ha renunciado de modo clamoroso sobre el escenario ateniense, divididas sus fuerzas entre los burócratas indolentes y los apasionados adolescentes del cóctel molotov. La izquierda europea tiene hoy a su disposición los instrumentos necesarios para seguir presionando, para vigilar al vigilante, para regular de facto la interminable deriva neoliberal que los líderes mundiales se muestran incapaces de acotar. Lo que la izquierda ha perdido, probablemente, es la altura ética, la capacidad intelectual y la voluntad para hacerlo. Desbridado el potro salvaje del capital y decididamente entregada la política a la mentira y a los grandes gestos inocuos, esa manifiesta incompetencia de la izquierda para recuperar su responsabilidad es el argumento central de la tragedia que hoy se representa en Grecia, el auténtico final de la historia.
La democracia hace mutis por el foro mientras corruptos, especuladores, farsantes, indolentes y sectarios ocupan el centro del escenario. Tragedia banal, aparentemente light como corresponde a los tiempos, sin asomo de la grandeza, el misterio ni el pathos de las obras de Esquilo acerca de las culpas heredadas de generación en generación. Fuera las máscaras.
Etiquetas: Gibarian
"La democracia hace mutis por el foro mientras corruptos, especuladores, farsantes, indolentes y sectarios ocupan el centro del escenario."
No soy tan pesimista, Gibarian, creo que la democracia aún se quedará un ratito más con nosotros porque, en el fondo, no es nadie sin el pueblo.