Como decía, tengo una historia que contarles.
María aparece los viernes a las seis, con el típico arrastrar de pies y mirada gacha de quien aún no se ha acostumbrado a las derrotas. Nadie le ha explicado que el éxito en la vida consiste en coleccionar huidas. O puede que las huidas no vayan con ella. Desde un punto de vista forense se intuye, más que se ve, cierto orgullo frío en la mirada; quizá restos de un pasado mejor, tal vez sólo es genética. No sé nada de ella. Desde un punto de vista forense se ve que María fue muy bella, aún lo es No hablo de esa belleza irresistible que da el dinero. Aquí está, como cada viernes que aparezco por el lugar. Apenas habla, más allá de un educado “buenas tardes”. No hay estudio científico que demuestre la superioridad intelectual de las mujeres ni lo hay que certifique su mayor valor. Ni falta que hace en el segundo caso. En la cola de los fantasmas todas son mujeres. Fantasmas, humor negro del malo. Así los llamamos por su invisibilidad, nos cruzamos con ellos al salir de casa o pasan delante nuestro mientras esperamos el verde de un semáforo. No los identificamos. Nada que ver ni oler con los pobres de toda la vida. María forma parte de esas estadísticas que de vez en cuando no miramos, gente con una rutina cambiada por la inseguridad y la fragilidad. (8 de cada 100 hogares con todos sus miembros activos sin trabajo, 1,8 millones de españoles parados de larga duración. Última hora: 102.000 pobres en Barcelona, cálculos de 600.000 a final de año). La vida pasando, consumiéndose irremediablemente. María llega, guarda cola, recoge su paquete (arroz, pasta, aceite si hay) y se va. La vida puede dar muchas coces.
Ayer, por primera vez la vi fuera del hábitat conocido. Yo hojeaba el periódico que regalan con el café y al levantar la vista ella cruzaba un paso de cebra acompañada por un hombre y un par de adolescentes desgarbados (¿su marido, sus hijos?). Durante unos segundos atisbó tras la cristalera de la cafetería y se encontró con mi mirada: duda, reconocimiento y un brusco apartar de ojos. No sé muy bien cómo interpretarlo. Quiero creer que su orgullo se hizo visible, que fue un gesto contra la resignación, la mejor aliada de la impotencia.
Estaban avisados. No hay literatura novelesca, ni ensayo, menos aún periodismo. De ser periodismo hubiera disparado al bulto y no escribiría sobre una mujer bella (hay enfermedades que no tienen remedio). Mientras les pongo esta carta, el sonido ambiente de la tele vomita una tertulia política llena de sabelotodos, convenientemente aderezada con su salsa de insultos. Tragedias griegas convertidas en comedias bufas.
Pasen un buen fin de semana.
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