Sirva, como muestra, el titulado «Por qué soy conservador» y, en concreto, el siguiente párrafo: «El elemento vital de la cultura es la memoria, sobre todo la memoria histórica. El hombre natural, no tiene memoria; vive ante la naturaleza en una posición pasiva. El hombre civilizado aspira a tenerla. Vivir con la memoria avivada en un grado más o menos lúcido, preciso, implica un esfuerzo gigantesco. La memoria es dolorosa, triste, amarga. Los muertos, nuestros muertos, el pasado, la experiencia transmitida, los testimonios de otras vidas, sus afanes, gloria y miserias... Mantener la memoria de estas cosas es la cultura. Del recuerdo arrancará siempre lo que el hombre haga de positivo».
Ignoro si estamos ante el primer rastro en español del ensamblaje entre el adjetivo «histórico» y el sustantivo «memoria», pero de lo que sí estoy absolutamente seguro es de que el ensamblaje, aquí, da pie a un concepto pertinente, no contradictorio -o sea, completamente distinto al actual-. Para Pla, la cultura no es otra cosa que la lucha del hombre contra la naturaleza. Se trata, pues, de un principio activo. Y en ese proceso de afirmación, de civilización, la memoria juega un papel fundamental. Sin memoria, sostiene Pla, no hay cultura. De ahí que la memoria histórica, entendida como la acumulación y la transmisión a lo largo de la historia de cuanto ha sido capaz el hombre de crear -esos muertos, esos testimonios, esa experiencia, esos afanes, esas glorias y, ¡ay!, esas miserias-, deba ser preservada o, lo que es lo mismo, permanentemente avivada; de lo contrario, no hay cultura ni civilización posibles. Y de ahí también que el máximo enemigo del hombre en esa empresa en la que le va la vida -cuando menos, la de hombre civilizado- sea el olvido. Pero también la erosión, la parcelación, el sesgo, o la pura y simple destrucción.
Por descontado, no ha sido este el objetivo perseguido, en este mismo terreno, por los últimos gobiernos socialistas. Aunque los partidarios de la llamada «ley de la memoria histórica» -que no son sólo los socialistas, recordémoslo, sino la izquierda toda- hayan proclamado con insistencia la necesidad de avivar el recuerdo, lo suyo nada tiene que ver con lo propugnado por Pla hace casi setenta años. En el supuesto de que haya habido en ellos alguna voluntad de «mantener la memoria», esto es, de transmitir a las generaciones venideras toda esa experiencia acumulada, la perspectiva con que han acometido la empresa no ha sido nunca global, totalizadora. Dicho de otro modo: su visión se ha caracterizado desde el primer momento por una manifiesta parcialidad, cuando no por una intención aviesa. Basta con leer detenidamente la ley que hace al caso y, en particular, su exposición de motivos -donde, a pesar del enmascaramiento retórico, ese enfoque resulta palmario- para convencerse de ello. Y basta con comprobar, claro, lo que su aplicación, tras más de dos años de vigencia, está dando de sí.
(Sigue...)
Cateto: dice el orate Losantos que ser experto en Derecho Laboral es como no ser experto en nada. Que hasta él mismo (el orate Losantos) puede ser experto en Derecho Laboral, sin haber estudiado Derecho (él tiene la "titulación" de Licenciadillo en Filosofía y Letras, en la época del "aprobado general"). Dice todas estas sandeces porque la Excelentísima Señora Doña María Emilia Casas es experta en Derecho Laboral.