pero privarlo de la información, sin la cual se cometen los abusos de poder. (James Madison)
Dicen que el miedo es la mayor y más peligrosa de las emociones. Es cierto. El corazón late más en el pecho. La pupila se dilata mejorando la visión. Incluso, las sinapsis neuronales juegan con el tiempo deseando angustiosamente que pase lo antes posible. Nos sentimos pequeños en todo y notamos, afuera, que la vida sigue afanándose, y ella es, en el fondo, lo que importa.
A falta de leones en la sabana subimos a la montaña rusa, hacemos rafting, escalamos paredes de roca o, cogemos el coche en Semana Santa. En fin, buscamos sucedáneos. No es culpa nuestra. Milenios de evolución, los genes, el chute de adrenalina y endorfina; ya saben. Ahora bien, si en un acto de terquedad decidimos no ceder y llevar una vida tranquila, la cosa puede ponerse fea. Empezamos a percibir un peligro inminente que no conseguimos descifrar y el cuerpo se prepara en una respuesta ataque-huída. La situación es tan confusa que viene acompañada por mareos, dificultad al respirar; nos volvemos torpes y lentos en los razonamientos lógicos. Es lo que se conoce como estado de ansiedad. De no actuar, puede llegar un ataque de pánico. Básicamente, así funciona una economía capitalista: subidones de epinefrina y endorfina, con caídas en estados de ansiedad, ataques de pánico y depresiones.
Escribir o leer sobre una de las cíclicas crisis capitalistas es caer en la melancolía. Nos vuelven a contar la historia de los tulipanes holandeses y nos recuerdan al racional Newton comprando impulsivamente en el siglo XVIII. Retomamos los clásicos mientras analizamos las crisis antiguas, desde la Gran Depresión hasta llegar a la japonesa mientras sesudos analistas nos dicen qué se hizo mal, bien o regular. Uno, que ya calza los cuarenta y ésta es la tercera de la que tiene recuerdo y más o menos consciencia, estaría por seguir con su vida razonablemente infeliz, o, centrarse en analizar cuestiones novedosas como el papel del sistema financiero: Tengo la firme convicción de que la confianza que inspira en estos momentos el sistema bancario es nula. (Declaraciones ante el Comité de prácticas bancarias del Senado norteamericano en 1990. Bueno, quizá no tan novedosas). Sucede, sin embargo, que el miedo puede ser muy útil. Si lo padecen los demás.
En cada crisis económica -no importa su desencadenante y éste suele olvidarse pronto- se repiten una serie de mensajes (qubits, los llaman los nuevos expertos) lanzados por los que desde lo alto de la colina observan tranquilamente el paso del tsunami, y cuya finalidad no es otra que recortar derechos a los de siempre. A los asalariados. Vamos, a los ricos de toda la vida.
Sería aconsejable empezar por el inicio. El término qubit proviene de la física cuántica, cómo no. Fue adoptado por expertos en comunicación de masas para nombrar los paquetes de información básica a transmitir y, también sirvió para desarrollar una “atrevida” hipótesis médica. La idea, como toda la física cuántica, es sencilla. Desecha la conocida analogía de considerar al cerebro humano como un ordenador digital y entiende que funciona más como un sistema cuántico donde existe un estado entrelazado de forma coherente. Esos quantums de información o paquetes básicos no se encuentran en la lógica binaria (bits, 1 o 0), sino que operan siguiendo un modelo de procesamiento cuántico. O sea, que pueden estar en ambos estados al mismo tiempo (en on y of). Poseen también una característica muy conveniente en la comunicación de masas: si son observados mutan su estado y funcionan por grados de probabilidad. Ya digo, todo muy sencillo. Como diría Allen: Si le pregunto a un tío qué hora es y me dice seis kilómetros, ¿Qué coño significa eso?
La hipótesis intenta apuntalar un viejo debate teórico: la construcción social de la realidad. ¿Existe la realidad “real”? O se trata más bien de una realidad de segundo orden, confeccionada y seleccionada por temas, empaquetada y servida como un producto para consumir por las masas. En palabras del brillante y polémico Jean Baudrillard: El escándalo, en nuestros días, no consiste en atentar contra los valores morales, sino contra el principio de realidad.
Por supuesto, no se trata de sostener una teoría de la conspiración. Sería tan estúpido e indefendible como ignorante o torticero desechar conspiraciones contra el euro porque lo haya dicho José Blanco. A partir del éxito absoluto de la comisión Creel, Walter Lippman, uno de los miembros más influyentes y reconocido como el periodista con mayor crédito en USA a partir de 1930, sentó las bases para el desarrollo eficaz de la “formación de una opinión pública sana” y cuyo papel es el de “espectador” y no el de “participante”. Esas concepciones iniciales conllevaban que la información a la que tienen derecho los ciudadanos es la que preparan los verdaderos agentes de la escena democrática. Esos agentes son “una minoría inteligente” responsable de “fabricar el consentimiento”, cuando la minoría de los “hombres responsables” no posee de oficio el dominio político (A Social Hystory of spin, S. Ewen). Es decir, una idea muy diferente de aquella que la mayoría de la gente podemos tener en la cabeza. Harold Lasswell, otro de los grandes, aseguraba que a falta del recurso a la fuerza, es perfectamente posible controlar la opinión y que lo realmente importante era no sucumbir a lo que él llamaba “dogmatismo democrático”.
Bien, veamos. ¿Qué sucede si los mensajes económicos, ampliamente difundidos, no son un simple relato de los hechos? ¿Si tienen un efecto real en la economía y en la legislación laboral? Que entonces ya no explican la realidad, sino que son los propios hechos.
¿Quieren ejemplos? Vamos con ellos (en la segunda parte).
Etiquetas: SPQR
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Buenos días SPQR, y bien venido como entradista. Espero como es natural su prometida segunda parte con los ejemplos. De momento y hasta más ver o leer, entresaco esta rotunda frase de su entrada:
Bien, veamos. ¿Qué sucede si los mensajes económicos, ampliamente difundidos, no son un simple relato de los hechos? ¿Si tienen un efecto real en la economía y en la legislación laboral? Que entonces ya no explican la realidad, sino que son los propios hechos.
Y le comento: ¿No son lo que llamamos los hechos interpretaciones de la realidad real que pasan por ser la realidad real? Creo que por ahí van los tiros.