Doy al neologismo gaytud un significado similar a negritud. Según el DRAE, negritud es el conjunto de valores culturales de la comunidad negra. Representa, pues, la base sobre la que se asientan las reivindicaciones de los derechos de los hombres y mujeres de raza negra”.
Parafraseando la definición de negritud, llamo gaytud al conjunto de valores culturales de la comunidad gay. La gaytud, pues, constituye la base sobre la que se asientan las reivindicaciones de derechos de los hombres y mujeres homosexuales. Tanto la negritud como la gaytud tienen en común el hecho de hacer referencia a minorías que padecen represión y discriminación por parte de las sociedades en las que se encuentran inmersas.
Reflexionar sobre la gaytud es algo que se viene haciendo desde tiempo inmemorial pero en este momento obedece, en primer lugar, a la reciente entrada en vigor de la ley que permite que, en España, hombres y mujeres homosexuales puedan contraer matrimonio en igualdad de condiciones con los hombres y mujeres heterosexuales. Y, en segundo lugar, a la noticia también reciente de la condena a muerte de horca en Irán de dos hombres, Mojta, de 24 años, y Alí, de 25, por haber mantenido relaciones sexuales.
Ante todo buscaré una explicación de la homosexualidad como hecho biológico y, más tarde, cultural y, si lo consigo de un modo aceptable, aportaré argumentos para dirimir si es posible considerar matrimonio a los contratos civiles que declaran cónyuges a los componentes de las uniones de dos hombres o de dos mujeres.
Todas las sociedades cuentan entre sus miembros con minorías homosexuales. Quiero decir que la gaytud está ahí y de nada sirve ignorarla. Hay quien sostiene que es algo natural, inherente a la naturaleza animal e incluso humana. Hay también quien sostiene que es un vicio contra natura. Entre ambas posturas se encuentran los que creen que es una opción natural o cultural que ha de ser permitida por las leyes y la sociedad, y los que insisten en verla como una anomalía o como una enfermedad. La postura que ve en la homosexualidad un vicio a erradicar ha sido la más frecuente y se puede encontrar tanto en pueblos atrasados como en sociedades avanzadas. En general, la homosexualidad es rechazada por la sociedad como un tabú, una prohibición drástica, una sanción mágica o religiosa cuya trasgresión lleva aparejada un castigo fulminante por parte de los poderes constituidos.
En efecto, en la actualidad hay numerosos países en los que la gaytud no es admitida y en muchos de ellos, como los musulmanes, es castigada con penas que van desde la muerte a la tortura, la cárcel o el destierro. Durante el franquismo, en España a los homosexuales se les aplicaba la ley de vagos y maleantes que les imponía penas de cárcel. Incluso en los países en los que la homosexualidad no está tipificada como delito por la ley la sociedad la rechaza e incluso la somete a escarnio.
El genetista Bryan Sykes en un libro de recomendable lectura “La maldición de Adán”, incluye un capítulo dedicado a la búsqueda de una explicación científica de la gaytud bajo el expresivo título de Nueva visita al gen gay, título que adelanta que la explicación que busca es de tipo biológico o, mejor dicho, genético. Según Sykes, si la homosexualidad tiene una base genética ha de haber genes implicados. La primera consecuencia de las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo es la imposibilidad de la reproducción. Hasta aquí todo muy obvio y conocido hasta por el más lerdo. Sykes casi no se atreve a insinuar que la homosexualidad presenta algunas características parecidas a las de las enfermedades genéticas. Y no se atreve porque sabe que puede ser excomulgado por las asociaciones de gays y lesbianas cuyo poder mediático es considerable en algunos países, entre ellos el nuestro.
Como la curiosidad es la primera característica del científico, Sykes se arriesga a explorar la posibilidad de que la homosexualidad pueda heredarse. La primera objeción que se le presenta es la de que, si fuera así, como los homosexuales integrales, sobre todo si son hombres, no se reproducen, cómo iban a poder transmitir el supuesto gen de la homosexualidad a su descendencia.
Aún así, no descarta esta línea de investigación y, después de minuciosas explicaciones, llega a las mitocondrias y a su lucha sorda contra los cromosomas.Combinando la investigación genética con la investigación sociológica, Sykes revela que hay homosexuales masculinos que proceden de familias en las que predominan las hijas sobre los hijos, realidad ésta que achaca al hecho, al parecer comprobado, de que en esa lucha de las mitocondrias por perpetuarse hay mujeres que consiguen un enorme éxito evitando que nazcan hijos ya que estos no las trasmiten y facilitando en cambio que nazcan hijas por la razón contraria. De esta forma, al parecer, garantizan la perpetuación de las mitocondrias.
Llega a tal extremo esta lucha que hay ocasiones en las que, cuando no resulta posible que se engendre una hija y el feto se conforma a pesar de todo anatómicamente como un hijo puede haber casos en los que se induzca a que ese hijo sea homosexual ya que esto sería un “mal” menor para las hembras. Casi todos hemos podido conocer niños criados entre numerosas hermanas mayores con inclinaciones más o menos acusadas hacia la homosexualidad.
Sykes refuerza su hipótesis contando el caso de una pareja que tuvo once hijas. El caso me recordó que, en mi pueblo, había una familia en la que el padre era guardabarrera del ferrocarril. Vivían en una vivienda que era conocida por todos los vecinoscomo “la casilla de las once rajas”. El genetista Sykes es consciente de que hay abundantes pruebas que demuestran que la cultura y el entorno tienen una importante influencia en la orientación sexual, pero que también hay indicios muy serios de la existencia de mecanismos biológicos que podrían dar a la madre la oportunidad de influir genéticamente en la orientación sexual de sus hijos varones durante los nueve meses que los lleva en el útero, admitiendo, sin embargo, que sobre el particular no hay un acuerdo generalizado.
Al parecer, la homosexualidad masculina se explicaría por un fallo en la en la transición desde la indefinición sexual del feto hasta que se alcanza, pero al mismo tiempo con un desarrollo cerebrar que puede llevarlos a comportarse sexualmente como mujeres de un modo más o menos completo. Los que tienen orientaciones invertidas pero no completas serían homosexuales, mientras que los que desarrollan una orientación invertida completa serían transexuales, es decir, mujeres alojadas en cuerpos de hombre, anomalía que hoy se trata de paliar por medio de la vaginoplastia.
Según esta teoría, la homosexualidad o transexualidad sería una anomalía heredada por vía materna, no paterna. Un indicio que Sykes refuerza por la mayor aceptación de las madres frente al rechazo generalizado de los padres con respecto a los hijos con orientación sexual invertida.
Sykes termina este capítulo de su libro reconociendo que es perfectamente consciente de que su explicación de la homosexualidad masculina puede no ser la adecuada, pero insiste en su hipótesis de que tanto el hombre homosexual como su cromosoma Y pueden ser víctimas de la guerra que los sexos tienen entablada a nivel genético. Se lo confirma el hecho observable de los beneficios que las madres pueden extraer de la ayuda que un hijo gay le podría brindar para criar a sus hermanas como una hermana más, lo que, dice, constituiría una ventaja para los fines de perpetuación de las mitocondrias. A su juicio, cualquier pequeña ventaja de este tipo es muy importante para la supervivencia del ADN mitocondrial aunque sea a costa de condenar a la esterilidad a los hijos varones, un sutil plan de este ADN no solo para librarse en la medida de lo posible del cromosoma Y en su descendencia sino también para poner cuantos más medios mejor en beneficio propio.
En la parte segunda expondré la explicación de la gaytud como hecho mental, psicológico y cultural para mostrar una visión antropológica de las uniones gay en diferentes culturas. Será entonces cuando podamos pronunciarnos sobre la procedencia o improcedencia de llamar matrimonio a esas uniones.
Los intentos de explicar la homosexualidad por medio de la ciencia genética solo han conseguido indicios que aconsejan avanzar en esta línea de investigación, aunque, de momento no ha sido posible identificar un hipotético gen gay. En espera de que en el futuro haya aportaciones más sustanciales por parte de la genética, conviene cambiar de campo de estudio para profundizar en el conocimiento de la gaytud, pero ahora combinando la historia, la sociología y la antropología, sobre todo de esta última, combinada con la economía.
Recordemos que la humanidad procede de la animalidad y que en ella pasó millones de años. Observando la conducta de muchos animales podemos descubrir en ellos prácticas homosexuales. El hecho de que sean esporádicas y que las heterosexuales sean preponderantes no hace al caso. Todos hemos visto a un perro acosando sexualmente a otro perro. Con los monos pasa lo mismo. Ignoro si hay casos de animales con prácticas homosexuales completas, sobre todo si tales prácticas son preponderantes o incluso excluyentes, pero imagino que no será así.
No tiene sentido, pues, llamar homosexuales a esto animales, sino tan sólo que tienen relaciones sexuales esporádicas con otros machos. De aquí que si algunos ejemplares de homo sapiens hacen lo mismo que esos animales tampoco tiene sentido hablar de homosexuales sino de relaciones sexuales no reproductivas. Durante miles de año fue así. La categoría hombre-homosexual fue identificada no hace tanto y se debe a la sociología victoriana del siglo XIX. Esa sociedad, obsesionada por la productividad y el desarrollo industrial necesitaba aislar y rechazar a los hombres con una orientación sexual que se percibía como peligrosa para los fines supremos de la producción. Fue entonces cuando se acuñó el concepto hasta entonces desconocido de la homosexualidad. De esta forma, identificado el colectivo con conductas poco recomendables para la generación de riqueza con una denominación aportada nada menos que por la ciencia del momento, los ecos del tabú milenario pudieron ser convenientemente recogidos por la moral de la sociedad victoriana, extremadamente puritana como es sabido, con lo que fue posible intensificar el rechazo de la sociedad y su tipificación legal con fines represivos.
Retrocediendo en el tiempo podemos estudiar de qué forma fueron tratados los hombres con una orientación sexual diferente según épocas y sociedades. Para ello podemos clasificar las sociedades en dos grandes tipos: las sociedades productivistas y las no productivistas. Durante millones de años, estas últimas fueron las únicas existentes. Eran las que hoy llamamos arcaicas, las que vivían como hordas, como los animales, puesto que vivían al día, es decir, sin conciencia del tiempo por venir. Fue la aparición de hombres con conciencia del porvenir como consecuencia de lo que he llamado deriva económica, simbolizada por la expulsión del Paraíso, el hecho clave para que surgieran las primeras sociedades productivistas.
Dentro de las sociedades productivistas o desarrollistas las hubo y las hay de religión politeísta, como la Grecia antigua, el Egipto faraónico y el Imperio Romano, por poner tres ejemplos conocidos. En ellas las prácticas sexuales no reproductoras eran aceptadas o al menos no rechazadas de una forma represiva. Es curioso constatar que en Grecia y Roma, estas prácticas podían no solo estar aceptadas sino que incluso podían llegar a ser recomendadas. Como las mujeres tenían en estas sociedades un estatus inferior a los hombres, lo humillante no era la sexualidad entre hombres sino el papel del hombre que hacía de mujer con otros hombres. ¿Cómo es posible, pensaban griegos y romanos, que un ser superior como el hombre se rebaje hasta asumir semejante humillación?
Las culturas mediterráneas abandonaron el politeísmo hacia el siglo IV y aceptaron el monoteísmo de origen judaico por medio de la generalización progresiva del cristianismo y de las enseñanzas evangélicas. Es cierto que durante la Edad Media estas culturas eran ya monoteístas pero aun no habían desarrollado una orientación claramente productivista. Fue a partir de la reforma luterana cuando el productivismo se desarrolló con fuerza y llevó al Occidente cristiano a las sucesivas revoluciones tecnológicas que desde entonces han tenido lugar y cuyos efectos se están expandiendo desde entonces a todos los países del mundo. Y con ellos, la generalización del fuerte rechazo social e institucional a la homosexualidad que aun hoy prolifera.
Tampoco las tribus semitas nómadas rechazaban las prácticas homosexuales, pero el islamismo acabó con la ineficiencia de estas conductas como un obstáculo para la generación masiva de riqueza y les infundió una fuerte tendencia al productivismo al mismo tiempo que acabó con el politeísmo, sustituido como se sabe, debido a la doctrina de Mahoma, por un intenso y profundo monoteísmo. Las prácticas homosexuales, antaño toleradas, fueron radicalmente prohibidas en los países que abrazaron el islamismo y, en consecuencia, condenados de un modo inmisericorde los acusados por este nuevo delito a la muerte de horca y a otros castigos, como ya expuse antes.
La situación no ha cambiado de un modo generalizado en el mundo en la medida en que el modelo altamente productivista sigue practicándose en todos los países. Sin embargo, así como cuando lo que imperaba eran modelos de producción intensivos en trabajo tenía sentido prohibir la homosexualidad, habida cuenta de que ponía en peligro la disponibilidad del factor trabajo humano, aportado por nuevas generaciones de hombres reproductores, esa prohibición empieza a dejar de tener sentido en los países altamente desarrollados, en los que el viejo modelo ha sido sustituido por otros modelos en los que el trabajo humano está siendo sustituido por enormes inversiones en capital gracias al desarrollo tecnológico. Se trata de modelos de producción que continuamente aumentan su eficiencia para la generación de riqueza. Los países que lo adoptan son países más que ricos, son opulentos. En estos países la producción ya no depende tan estrechamente como hace un siglo del factor trabajo, con lo que en ellos tiene menos sentido proteger y fomentar la natalidad, como así ocurre, en efecto. Las mujeres utilizan anticonceptivos, se permite el aborto y se tolera en cierto modo la homosexualidad.
Pues bien: si unimos el cambio de modelo de producción con la vigencia en los países occidentales de sistemas políticos democráticos se comprenderá mejor que cada vez en más países occidentales se esté alcanzando una situación en la que la gaytud está siendo aceptada por la sociedad y despenalizada por las leyes. Cada vez tiene menos sentido mantener las viejas penalizaciones contra las prácticas homosexuales y, en consecuencia, aumenta el número de países en los que estas prácticas están dejando de ser nefandas. Holanda y el Reino Unido admiten ya las uniones de dos personas del mismo sexo con idénticos derechos civiles que las uniones de personas de diferente sexo, y España ha ido aun más lejos al dar estatus de matrimonio a estas uniones e incluso reconociéndoles el derecho de adopción.
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¡Vaya boñiga que tenemos hoy por entrada!