Andaba yo apesadumbrado días atrás pensando en el intrínseco fascismo de los españoles que permitimos que los franquistas campen a sus anchas y no sean juzgados en sus tumbas, cuando, al hojear algunos libros, di con la respuesta.
Palmiro Togliatti, líder del Parrtido Comunista Italiano y ministro de Justicia del Gobierno de coalición italiano al acabar la Segunda Guerra Mundial, había preparado el borrador de la amnistía de junio de 1946. Togliatti veía que un país donde tantísimas personas habían estado relacionadas con el fascismo, la búsqueda de la justicia empujaba al país a la guerra civil. Así que prefirió colaborar con el restablecimiento del orden y de la vida normal aunque ello supusiera que muchos de los prefectos responsables de la administración provincial de Italia y muchos jefes de policía que habían ejercido su cargo durante el fascismo siguieran en sus puestos aún en 1960.
En Francia a los pequeños hombres de negocio, los funcionarios, y los banqueros que habían ayudado a gestionar el régimen de ocupación se les permitió que continuaran en sus puestos para seguir prestando servicios similares a las democracias y para aportar continuidad y estabilidad.
Para encubrir el cinismo que ocultaban tales decisiones, se llegó al acuerdo de que los alemanes debían asumir toda la responsabilidad. Tanto fue así que Austria, colaboradora ferviente de Alemania, quedó también libre de culpas. Así, que se estableció que los alemanes fueran juzgados en los famosos juicios de Núremberg. Eso sí, en cuanto empezaron a establecer quiénes eran culpables se dieron cuenta de que el número era tan elevado que si procesaban a todos, y los condenaban, Alemania se quedaría sin gente que pudiera reconstruirla. La administración civil, la empresa privada, la salud pública albergaban a un número tan elevado de nazis que los políticos se dieron cuenta de que tenían que ser asumidas tal como estaban, aunque bajo supervisión aliada. No se podía apartar a tanta gente de los asuntos alemanes. Los dirigentes políticos llegaron a la conclusión de que era imposible desarraigar el nazismo nada más acabada la guerra. En 1946 Konrad Adenauer, que más tarde sería canciller alemán, protestó contra las medidas de desnazificación y pedía que se dejara en paz a los “compañeros de viaje de los nazis”. Más tarde volvió sobre el tema en un discurso ante la Unión Democrática Cristiana. Insistió en que la desnazificación estaba durando demasiado y no hacía ningún bien. En realidad esta tuvo un impacto limitado. En 1949 la República Federal dio por cerrada la investigación del pasado de todos los alemanes. Los jueces, los empleados de los ministerios, los profesores de secundaria y de universidad, así como el cuerpo diplomático alemán albergaban entre sus filas a un elevado número de antiguos nazis.
La Unión Soviética despidió a muchos nazis de sus puestos de trabajo con el propósito de que los ocuparan luchadores antifascistas, pero al mismo tiempo alentó a los nazis con un historial mediocre o poco conocido para que se unieran al comunismo. El éxito fue rotundo. Los nazis estaban encantados de “cambiar” su pasado uniéndose a los vencedores. Y en el Estado comunista volvieron a desempeñar a las mil maravillas sus trabajos de administradores locales, policías e informadores. No percibían apenas diferencias entre el sistema pasado y el que les abría sus puertas.
En Italia también hubo muchas personas que pasaron de un régimen al otro sin muchos traumas, al igual que en Austria o en los países del Este ocupados por Alemania. Todos querían olvidar el pasado y encarar el futuro. De tal modo que olvidaron e inventaron mitos antifascistas: la resistencia francesa, las víctimas polacas, … La amnesia fue el precio que Europa pagó para recuperarse con tanta celeridad.
(escrito por Garven)
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