Versiones y detalles aparte, Carter fue duramente criticado por no haber renunciado a la foto, recogiendo a la niña para salvarla. El éxito y la crítica le persiguieron, se pasó a fotógrafo de naturaleza y al cabo de dos meses se suicidó.
Desde el principio la cuestión se planteó por los propios medios que convirtieron la foto en icono como un asunto de moralidad pública, incluyendo la sección utilitarista propia del mundo anglosajón. Sin embargo y desde ese punto de vista de la utilidad, Carter salía indemne del proceso y ganador, puesto que obtuvo más beneficio para la comunidad (africana, con alimentos; occidental, con satisfacción) en forma de ayuda internacional que si se hubiera limitado a rescatar a la niña, supuestamente moribunda. Los moralistas que le criticaban negaban a su vez la autonomía individual de la moral en cuyo nombre hablaban. A Carter se le exigía ser ejemplar cuando sin la foto no hubiera podido serlo porque nadie lo hubiera conocido. El carácter virtuoso para la comunidad de la acción de salvamento que le reclamaron excluía el valor de la noticia como testimonio de un hecho. Al propio hecho, la agonía de la niña y el buitre dispuesto a devorarla, se le negaba su autonomía para imprimirle un valor moral ajeno. Esta tragedia protagonizada por un fotógrafo y unos medios ambiciosos y una comunidad escandalizada, ¿tiene límites? ¿Es legítimo que Carter hubiera preparado la escena hasta extremos más morbosos, como la muerte de la niña?
(Escrito por Bartleby)
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