Entonces empezó a contarme la historia del cuadro. Lo había visto en Cracovia, en el Museo Czartoryski. Se atribuía a Leonardo y durante la segunda guerra mundial había sido expoliado por los alemanes. Luego los aliados lo encontraron en Alemania y volvió a sus legítimos dueños, la familia Czartoryski. Parece ser que en un primer momento quienes lo requisaron tenían la intención de enviarlo al proyectado museo particular de Hitler, en Linz, pero el gobernador Frank se hizo con él y lo tuvo en su cuartel general hasta su huída del país, con esa y otras muchas obras de arte, según se documentó en Nuremberg.
Una mujer y un animal, en efecto, y se hace difícil qué admirar más: la precisión de la mano o la de la garra, la sonrisa de medio lado de ella o la expresión de astucia del bicho.
Luego me olvidé del cuadro y hará cosa de un año me lo volví a encontrar en la biografía de Leonardo que escribió Charles Nicholl. No sé si es muy frecuente comprar una biografía por el autor, en vez de por el personaje, pero ese fue el caso. Había leído la espléndida Rimbaud en Africa y no lo dudé.
Nicholl cuenta que la retratada es Cecilia Gallerani, a quien se calculan quince o dieciséis años en la fecha del cuadro, sobre cuya autoría no parece haber hoy mucha discusión: efectivamente, es un Da Vinci. La muchacha era la favorita de Ludovico Sforza, Il Moro, duque de Milán, que era donde estaba Leonardo por aquellos tiempos. Sforza había echado ya el ojo a la criatura cuando sólo tenía catorce, pero tenía que andarse con cuidado, tampoco demasiado, porque tenía proyectada su boda (una boda política) con Beatriz De Este, otra chiquilla. Lo cierto es que el embajador de los padres de la muchacha escribía contando las andanzas de Ludovico con la Gallerani y eso podía entorpecer la alianza.
En todo caso, Il Moro no tuvo mayores problemas en dejar embarazada a Cecilia en 1491, el mismo año en que por fin se casó con Beatriz, muerta seis años después.
Estas batallitas de prensa rosa nos permiten entender mucho mejor el cuadro de Leonardo, quien por otro lado se relacionó con ambas mujeres y con alguna otra que pasó también por la alcoba del duque.
Tenemos a una mujer, casi una niña para nuestros cánones, con un animal.
Y ahora empiezan las interpretaciones: el armiño es símbolo de la pureza, prefiere morir antes que mancharse, potius mori quam foedari.
¿Qué pretende entonces Leonardo?, ¿nos está diciendo que aquella muchacha es pura, cuando es la amante del duque, a pesar de serlo?, ¿o se está burlando de Ludovico sin parecerlo?
Pero hay más: en griego, armiño se dice (por lo visto) galé, lo que remite al apellido de Cecilia, por lo que según esta interpretación, Leonardo haría referencia a la familia de la joven.
Y aun más: Ludovico Sforza tenía al armiño como animal heráldico. Entonces tenemos que imaginarnos que la hermosa Cecilia está acariciando al duque, que coloca su posesiva garra sobre el brazo de la joven.
El cuadro está retocado, al parecer incluía un paisaje que ha desaparecido. La leyenda en la parte superior, la bele ferioneri, es también reciente. Existe la leyenda de que Leonardo pintó a una hermosa esposa de un comerciante en hierros, un feronieri, y por error se supuso que era esta pintura.
Así que donde sólo vi una mujer con un animal había todo esto que he contado.
Y tampoco estén muy seguros, porque los expertos en el mundo animal aseguran que en realidad no se trata de un armiño, sino de un hurón albino, animal al parecer más fácil de domesticar.
Quédense con esa hermosa media sonrisa, ligeramente ladeada, como si estuviera atendiendo a algún comentario.
Etiquetas: Schultz
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En estos días que sólo leo artículos sobre puñaladas traperas, tribulaciones montillescas y politiqueo de alcantarilla, esta entrada me produce un efecto balsámico.