Hoy es una de esas tardes en que a uno no se le ocurre qué contarles. En realidad tampoco se me ocurre qué hacer más allá de seguir aquí, la lado del radiador, calentito, enfrente de la pantalla y con unos cuantos libros al lado. Así que leo y tomo notas, de vez en cuando los leo a uds. , y trato de pensar en cómo era la vida antes de Internet. Parece que hubiera sido siempre así, pero no, y caigo en la cuenta de lo pronto que olvidamos. Como cuando de pequeño nos mudábamos de casa, y cambiábamos de número de teléfono. Al mes ya no recordaba el número anterior. Con los domicilios siempre ocurría lo mismo, aunque tardaba algo más. Al cabo de dos años había olvidado el número de portal y el del piso, así como la letra. Guardaba solo la memoria visual del lugar. Gracias a ello he podido visitar las calles en las que viví en algunas de las ciudades donde pasé algunos años. Claro que el progreso no es igual en todas lados y por eso hay no existe la vista callejera de todas las calles de todas las ciudades, y no he podido recordar (o hacer que surgieran algunos sentimientos al volver a ver aquellos lugares que me cobijaron.) Si eso me ocurre con las direcciones ya se pueden imaginar que con los vecinos el olvido es mucho mayor. Recuerdo a los más peculiares: aquel señor gordo que decía que tenía una vaca encima del piano, la viudita alegre que vestía de amarillo y no paraba en casa , la esposa de negro que nunca fue a la peluquería y lloraba por los rincones de los rellanos, y pocos más. Recuerdo si a los maleducados que escupían en el ascensor y al impresentable de su papá que les reía la gracia.
Pero lo que más me preocupa es que hasta no hace mucho recordaba el nombre y apellido de todos mis profesores de EGB y BUP, y ya voy olvidando unos cuantos.
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Por si quieren bailar:
(escrito por Garven)
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La cuarta acepción:
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