La activista saharaui Aminetu Haidar.lleva 23 días en huelga de hambre e hizo cambiar de estrategia al gobierno que la dejó entrar sin pasaporte, el cual pasa de la devolución del endoso al marroquí a querer salvarle la vida a su pesar, petición judicial mediante si hace falta. Previamente se había dispuesto un avión-ambulancia para repatriarla a El Aaiún, anunciando el acuerdo de las autoridades marroquíes para el aterrizaje. Permiso que el gobierno marroquí, tantas veces hermano en reyes, niega haber concedido nunca, lo cual dio pie a hablar de precipitación por parte del nuestro al anunciar la noticia. Saramago, diputados británicos, actores y personalidades del mundo de la cultura también se apresuraron a mostrar su apoyo a Haidar. El éxito de la operación Haidar consiste en que su público identifique un culpable, el régimen marroquí, y un responsable, el gobierno español, suplente que termina de titular. Los costes los paga la deuda, también la política que contrae el gobierno que se entregue al populismo.
Por contraste, un don nadie: Rodolfo Macías está en huelga de hambre desde el día simbólico de Acción de Gracias para protestar por su próxima deportación. Cambia el tiempo verbal del motivo y el eco del público: está solo. Es un mejicano indocumentado que reside en San Antonio, Tejas, donde fue dueño de un periódico local menor. Sabe de escenas. El motivo de su protesta es el mismo que el de algunas organizaciones y activistas hispanos: exigir a Obama que cumpla su promesa electoral de aprobar una reforma migratoria que frene las deportaciones de los indocumentados. Lleva 15 años viviendo en Estados Unidos y en su momento se le denegó el asilo político, quedando como ilegal. Es un veterano de la protesta, pues en 1992 se tiró al río San Antonio para pedir al presidente Clinton que no reconociera al gobierno mejicano. Tres años antes se había proclamado “presidente provisional” de Méjico, sin que le constara al titular, Carlos Salinas de Gortari. Es hombre religioso y madrugador: pide a los inmigrantes ilegales rezar por la reforma migratoria todos los jueves a las 7 de la mañana. Anteayer vencía su orden de deportación.
La repercusión es muy distinta a la de nuestra activista. Primero porque Rodolfo Macías no ha sido adoptado por el gobierno ni por los medios estadounidenses, como le ha ocurrido a nuestra Haidar. No aparece en el New York Times ni en el Washington Post y sólo merece una reseña en su filial, El Tiempo Latino. Tampoco aparece ninguno de los dos en el diario de mayor circulación de San Antonio, el Express-News. Otra razón del diferente eco de ambos casos es que una ética protestante del trabajo ha acostumbrado al norteamericano a apreciar el sacrificio en sus justos términos, es decir, en proporción a la causa que se invoca. Lo aprecia pero no lo consagra. Cuenta menos la farándula, al margen del acierto en la estrategia de cada huelguista. Pero la clave que distingue la repercusión de ambos casos es la queja. El prestigio y la cultura de la queja, tan arraigada en España que el partido de la oposición vive de ella y el del gobierno del antifranquismo, una especie sin extinción a la vista.
El éxito de público depende del tipo y lugar del espectador, no del espectáculo. De vuelta a Europa, hay otro caso de huelga de hambre que fue famoso hace tres años, Vojislav Seselj, líder del Partido Radical serbio que está procesado por el Tribunal Penal para la antigua Yugoslavia por crímenes de guerra. El juicio fue interrumpido por el tribunal al apreciar éste que su debilidad no le permitía “testificar libremente y en condiciones adecuadas de salud”. Eso sucedió a finales de 2006 y el motivo de su huelga fue la demanda al tribunal de libre elección de sus abogados, derecho a dirigir su propia defensa y visitas de su esposa sin restricciones. El 25 de noviembre se ha reanudado el proceso. La causa que esgrime Seselj no es noble pero el motivo es el mismo: fama que sirva a su propósito. Pero el escenario para sacar del anonimato al huelguista lo ponen los empresarios del teatro y productores de la función, gobierno y opinión pública. Del público, su ruido y furia depende la taquilla.
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