Eran otros tiempos: no se decía “saque de esquina” ni “fuera de juego” sino corner y off-side; los futbolistas eran, aún, gentlemen en calzoncillos hasta la rodilla, con el pelo siempre peinado hacia atrás y, en muchos casos, generosas entradas frontales; a los muy grandes, las ganancias de la vida deportiva les eran suficientes como para poner un negocio y poco más. No existía la dictadura de las televisiones ni las marcas deportivas sobre equipos y jugadores y el Athletic Club de Bilbao tenía muchas más peñas fuera, a lo largo del toda España, que en las Vascongadas. Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza eran, para emoción del mismo Generalísimo, los arquetipos de la furia: española, claro. Es un mítico tópico que cada vez que el Bilbao venía a jugar a Madrid, las alegres señoritas de Chicote o El Abra se ponían bragas rojiblancas para exacerbar la libido de los señores vizcainos que, chapela en mano (educación ante todo) y puro en boca, andaban presurosos a requerir, previo pago, sus encantos al acabar el partido: si perdía el Bilbao, ¡qué mas da!, se cumplía; pero si ganaba… De todos es sabido que “la mejor cabeza de Europa después de Churchill”, frase que –por cierto– se dijo primero, y con más razón, del gran cabeceador Sandor Kocsis que, junto a Ladislao Kubala, Ferenk Puskas y Josef Bozik formaba parte de la gran Hungría de 1954, marcó su mítico gol a Inglaterra con la pierna y a bocajarro.
El segundo apellido de Zarra era Montoya, poco euskaldún a primera vista y, como muchas otras cosas, síntoma claro de que, diga lo que diga el PNV, detrás de casi todos sus héroes se esconde un maketo. En sus doce o trece años de carrera con el Bilbao, marcó en liga trece goles al Atleti, que no es mal resultado para nosotros. Particularmente recordado es, todavía, el empate a seis goles en el Metropolitano de la temporada 49-50. El Bilbao, con la delantera antes mencionada al completo, y el Atleti con otra no menos temible: Estruch, Ben Barek, Calsita, Carlsson y Juncosa. A pesar de tan abultado marcador, Zarra metió un solo gol: me malicio que algo de cariño tenía a sus colores hermanos. Prueba de ello es, a mi juicio, que Zarra participó –vestido de rojiblanco madrileño– en dos partidos amistosos cuando ya casi no contaba para el Athletic Club. Tres semanas antes del espectacular empate antes mencionado, el 8 de enero de 1950, y formando en la delantera atlética en lugar de Calsita, ayudó a ganar al Racing de Buenos Aires, allá, por 1-2. Posteriormente, en 1953, volvió a jugar con el Atleti contra el Atlético Independiente de Avellaneda; aunque perdimos 3-5, Zarra participó en los tres goles: marcó uno, dio el pase del segundo y, fruto de un penalti que le hicieron, marcó Escudero. Al gol marcado por Telmo en ese partido corresponde la foto que encabeza todo esto: no se hace raro verle con la camisola rayada, aunque los pantalones son más claros que los negros del Bilbao.
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Joder, qué bien escrito està esto. Y eso que yo detesto el futbol.