Borges ya no da entrevistas. Es una pena, porque las daba buenas.
Más de una vez he contado aquí que intenté entrevistar a Borges, en marzo de 1983, en Buenos Aires. Entonces yo era joven y él era viejo. La juventud tiene cura, la vejez no tiene. A falta de poder entrevistar a Borges, puedo entrevistar a Sam, quien sí entrevistó a Borges. Sam vive en Washington, yo vivo en Bruselas y Borges ya no vive en Ginebra. El mundo es pequeño y Facebook es grande.
Sam: La pregunta es si recuerdo las noticias que traían por esos días los diarios argentinos. No, no lo recuerdo, ni recuerdo haberlos leído.
J: Pero te acuerdas de Buenos Aires.
Sam: Claro, como no me voy a acordar. Íbamos a Buenos Aires a ver las películas que no llegaban a Santiago, a las librerías y a los cafés abiertos a las cuatro de la mañana, a esas confiterías llenas de porteños gritando cosas importantes. Íbamos, entonces no nos daba vergüenza usar palabras grandes, a la civilización. Y también porque el viaje es pura posibilidad, cualquier cosa puede pasar, desde que se enamore de ti la mujer más increíble hasta que secuestren el avión unos terroristas chiítas y termines aterrizando en la ciudad sagrada de Qom. O que la entrevista con Borges sea inmortal, llena de declaraciones espectaculares. ¡Que te cuente que va a publicar su primera novela! ¡O que confiese que Borges no existe! Que es una creación colectiva, que los libros los escribe un grupo de matemáticos y filósofos y literatos y que el pobre actor que sirve como envoltorio para Borges es un triste asalariado...
J: ¿Te fue fácil conseguir la entrevista?
Sam: Yo era fanático de Borges, de saberme párrafos de memoria y poemas enteros. Me había conseguido su número de teléfono y lo había llamado por si las moscas, y sí. No lo podía creer, estaba recién salido de la facultad, llevaba menos de un año trabajando y ya iba a entrevistar a Borges, en exclusiva para la revista Bravo. Claro que cuando lo llamé le dije que llamaba del suplemento literario del Chicago Tribune.
J: ¿Cómo era el apartamento de Borges, en la calle Maipú?
Sam: Lo que mejor lo describe es que pasaba inadvertido. Me abrió la puerta la empleada, que se llamaba María, y entonces conocí a Beppo. Borges tenía un botón de la bragueta suelto, lo que le daba un aspecto poco prolijo.
J: Le preguntaste su opinión sobre Dios, presumo.
Sam: Claro. Borges dijo que sí, que Dios, pero que él no podía creer en un Dios personal. Qué quiere decir con un Dios personal, le pregunté. ¿Es lo mismo que un Dios antropomorfo? Y le molestó la pregunta, porque no le gustó la palabra antropomorfo.
J: A continuación le preguntaste por el Papa.
Sam: Sí, y dijo que no tenía opinión, porque no le interesaban los funcionarios.
J: Apuesto a que también le preguntaste por Pinochet.
Sam: Cuando le pregunté por Pinochet y las dictaduras militares, dijo: ‘Todos somos cómplices, todos somos víctimas’.
Y cuando tuve que dar vuelta la cassette para seguir grabando las palabras del viejo, por error apreté play en vez de record y, como tenía la grabadora a todo volumen, estalló una canción de Police, y el pobre Borges pegó un salto con el que casi llegó al techo. ¿Te imaginas que se hubiera muerto de un ataque al corazón por culpa mía y de la voz de Sting?
J: Me imagino. ¿Y cómo terminó todo?
Borges daba entrevistas tupido y parejo a cuanto pelafustán se lo pidiera porque le gustaba conversar. Hablaba bien, con frases bien articuladas, no había que editarle nada. Cuando se me acabaron las preguntas, no había durado ni una hora la entrevista, el viejo me preguntó por mi apellido y se largó a hablar sobre su origen. Quería conversar, pensar en voz alta, por fin lo empezaba a pasar bien después de tanta pregunta. Y yo, tontorrón, nervioso, desatinado, no supe escucharlo, sentí que lo había molestado mucho rato y que adiós y gracias, Borges, fue un honor y un privilegio haberlo conocido. Cuando él quiso hablar en vez de llenar un formulario periodístico, yo no me supe salir del libreto.
La entrevista fue publicada con el poco imaginativo título de Laberinto de espejos, en una revista que ya no existe.
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La foto es de Miguel Ángel Larrea.
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