Con la proclama feliciana de “la República de los Pueblos” los hilvanadores de discursos les contaban a sus nacionalidades que el paraíso proletario sería un mosaico de pueblos y razas, tierra y cielos. Luego la supuesta diferencia enriquecedora no pasaba de las exhibiciones folklóricas el día del Primero de Mayo y el Cumpleaños del Amado Líder, pero en el fragor de los despachos y las campañas de buena propaganda hacia el exterior la URSS, tan igualitaria ella, se llegó a crear una Provincia Autónoma Hebrea. Incluso se editaron folletos dirigidos a los judíos animándoles a emigrar a la Sión Soviética. Hemos atrapado al vuelo uno de ellos dedicado a los de habla inglesa (obviamente no eslavos): la fraseología se parece sospechosamente a la utilizada para vender apartamentos en Marina d’Or, con el aditamento de un recuerdo (como si hiciera falta…) de las represiones antisemitas de la época zarista (que los extranjeros podían comparar con las sufridas en sus propios países). Las ideas-gancho están claramente expuestas: un lugar propio para los que siempre están tolerados, nunca aceptados; un territorio donde nunca mas serían minoría. Un terreno “en el idílico entorno del bosque” donde hasta los esfuerzos y penurias de los “colonos” (llevados allí en vagones y soltados a la ventura como trigo sembrado a voleo) se cuentan con un tonillo de aventura propio de las historias de Grizzly Adams o de Heidi (solo falta que las enfermitas se levanten de las sillas de ruedas y anden hasta el retrato de Koba entonando himnos de los jóvenes pioneros). ¡Oh si, un trocito de República “sembrado de encantadoras ruinas”! (¿cómo que ruinas? ¿qué les pasó a sus habitantes? ¿no creen que estamos demasiado cerca de China?) y “tierras vírgenes” (y pantanosas y boscosas, con sus mosquitos y sus lobos, y sus osos, y sus extraños tipos alucinados, tramperos y contrabandistas, sus Chuchunas pululando por ahí, y sus ancianitas viviendo en chozas sobre patas de gallina…)
Aunque los cantos de sirena kalinka atrajeron a bastantes judíos de fuera de Rusia, pocos fueron los soviéticos que se instalaron allí de forma voluntaria (bastante menos de lo esperado), y con el paso del tiempo levantaron el petate y se largaron a otras zonas aunque no fueran tan “kosher”. Será que no les convenció lo que estaba pasando con las repúblicas musulmanas, las cuales eran usadas como colonias para el sustento de la Rusia Blanca y despojadas paulatinamente de sus religiosidad para imponer la dictadura del ateísmo (que no del laicismo). Y si la excusa era que la mentalidad religiosa (léase supersticiosa) y patriarcal de los musulmanes era “un atraso incompatible con el marxismo-leninismo”, el judaísmo no tenía mejores referencias para convencer a los estalinistas de las ventajas de respetar el Sabbath. También es posible que la maniobra les pareciera demasiado similar a los interesados a las veteranas expulsiones de los viejos creyentes y los propios judíos al exilio interior para “darles libertad” (si claro, ancha es Siberia…).
Quizás Stalin ya le daba vueltas a la idea de ir separando a los grupos caracterizados por algún rasgo identitario por razones muy distintas a las de sus colaboradores (mas bien a los supervivientes de las purgas). Tal vez, mientras los aterrados camaradas esperaban conseguir seguridad para los suyos en una frontera lejana “living the great life of the country”, o escribían largos informes elogiando la maniobra como la mas eficaz defensa frente al judaico como religión y el sionismo político de Herzl y Dov Ber Borojov (rival ideológico del marxismo entre la izquierda de la época), el Padrecito se peinaba el mostacho y meditaba cómo hacer mas eficaz el Pogrom Final. Tras las matanzas de la Conspiración de los Médicos, el siguiente movimiento, en la lógica del terror, era ir exterminando a los amigos, parientes y allegados de los “implicados”, y puesto que algunos de los acusados eran judíos tocaba volver a soplar en el clarín de la “conspiración judía”, ir preparando la hoguera y afilando las hachas. Menos mal que al ex-seminarista se lo llevó por delante una apoplejía antes de que tuviera la oportunidad de despachar los planes de “erradicación de los contrarrevolucionarios y saboteadores” que tenía sobre su mesa (por poco, se libraron por poquito), porque si no los judíos rusos, bolcheviques o no, serían ahora tan raros de ver como un lince boreal… o estarían tan extintos comos los aborígenes de Madagascar.
Ahora les ruego encarecidamente que pasen a ver la exposición online sobre el tema que organiza el Colegio Swarthmore.
PD: actualmente sólo el 1,22% del censo de la Provincia Autónoma Hebrea es judío. No parece que el Sión Soviético fuera una idea tan brillante…
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