Ese pequeño asueto en medio de la vorágine laboral que nos regaló el Estado de las Autonomías lo pasé a orillas del Sena charlando (y comiendo, bebiendo y paseando) con un buen amigo, William, británico de Escocia que abomina de las idioteces infantiles de Sean Connery. Conducir un Aston Martín te deja secuelas para toda la vida, suele repetir.
William es un británico de esos a quienes educaron en la secundaria para que se marchara de Gran Bretaña y se buscara la vida en cualquier parte del mundo, preferiblemente en las antiguas colonias, pero no necesariamente en alguna de ellas. Como lo suyo son los idiomas, se dedicó a ir de aquí para allá enseñando inglés. Yo lo conocí, hace ya muchísimos años, en Soria. Luego hemos mantenido la amistad y nos vemos allá donde podemos. Español habla con bastante corrección, aunque, eso sí, utiliza algunas expresiones propias de quien no se siente seguro y sabe que ha de demostrar que conoce de verdad el idioma. Por eso utiliza algunas expresiones como “Pero, macho, …”, o “mira, chaval, qué quieres que te diga”. Eso sí nunca ha dejado de decir “subyuntivo” para referirse al modo verbal.
Hablamos de cómo los británicos después de haber colonizado tres cuartas partes del orbe, ahora se han lanzado a los brazos de sus colonizados y aceptan cualquier idea que de ellos venga, también hablamos de la edad, la nostalgia, los retornos: “Mira, estoy pensando en comprarme una casita allá por las Highlands, y terminar de vivir allí, apartado de todo. Lo de irme al Sur, por Almería, cuando me jubile no me gusta nada de nada. No quiero ser otro jubilado inglés más. Y París es demasiado caro. No vuelvo a los orígenes ni cosas por el estilo, aunque reconozco que el clima húmedo, los amaneceres tempranos, el olor de la hierba y el del Mar del Norte son cosas que echo de menos. Son pequeñas nostalgias que me permito, mi buen amigo, inofensivas.”
Pero de lo que más hablamos fue de la ignorancia, de las variadas maneras que la ignorancia adopta. Una en particular molesta a mi amigo: la ignorancia de aquellos que tienen estudios, y piensa sobre todo en los profesores universitarios. Se pasan toda la vida leyendo libros y revistas especializadas para no tener una mínima idea personal. Parece que tanta lectura y estudio es un refinado método de eliminación de cualquier rasgo individual que puedan haber guardado. Los libros, suele repetir, son a lo sumo un trampolín, pero luego uno no puede ir por la vida repitiendo lo que ha leído, y lo que es peor, repitiéndolo en trabajos que se suponen de investigación. Pero así son las cosas, macho. Estudian, recopilan datos, los ordenan y repiten lo que otros dicen. Ese es el gran problema del llamado conocimiento hoy día. El conocimiento se está generando fuera de esos lugares donde todos saben cuáles son las referencias insoslayables, los libros que todos hemos de haber leído, y lo que hemos de pensar: todos están de acuerdo en cuál es el conocimiento bueno y cuál es malo, y con esa disposición anímica, no descubren nada, repiten todo, eso sí.
Acabamos la conversación con mi propuesta de formar los corsarios del saber y su irrespetuosa contestación de nombrarme contramaestre de las Fuerzas Rebeldes.
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