Atuendo: en primer lugar, es completamente desaconsejable que cada uno haga de su capa un sayo y pretenda dotarse de una identidad irreductible al preparar la maleta, un prurito muy propio de viajantes, intelectuales y otros pobres venidos a más. Cuando se sale a extranjería se representa al país o taifa de origen y el aspecto debe estar a tono con tal responsabilidad. Empezando de modo aristocrático, por la cabeza, es imprescindible el uso del salacot, tipo de sombrero que en absoluto es una impostura sino avío de lo más provechoso. Su utilidad va desde hacer ganar altura a la menguada raza ibérica hasta protegernos de soles inclementes, pasando por su uso como bolso improvisado gracias a su correa incorporada o su función de orinal si tuviéramos que pernoctar en pensiones infectas, lo cual no rechaza jamás un viajero que se precie. Porque el turista no debe en absoluto alojarse en hoteles de renombre o dudosa fama por haberse escrito en ellos supuestas obras literarias: sería pecado de leso papanatismo.
Siguiendo hacia el sur, el torso se cubrirá con un sencillo jubón o blusa regional a modo, a gusto del viajero. Recomiendo vivamente la segunda, pues es costumbre española identificarse y sacar pecho por el terruño de origen y no por su país, por lo que esa prenda del traje regional ataja presentaciones, facilita amistades y permite improvisar personalidades nacionales sobrevenidas bajo un cocotero. Las partes pudendas y piernas se cubrirán con una ventajosa concesión a la modernidad: unos pantalones desmontables cual mecano con sendas cremalleras y múltiples bolsillos que nos permitan confundirnos con persona activa y viajada. Se descarta el uso de zaragüelles, tanto por ser prenda arcaizante como por no tener más objeto que desatar la lascivia de su portador. Igual de inconveniente es el pareo, versión moderna de los zaragüelles que, además, nos dejará sobrecogidos a la primera ventolera, amén de sufrir fácil escarnio por parte de tribus mejor equipadas. En cuanto al calzado, es del todo impertinente llevar zapatillas deportivas, por ser calurosas en verano, frías en invierno y viceversa. En su lugar se calzarán borceguíes, tipo de zapato abierto por su parte anterior y anudado con botones o cintas desde la caña hasta la punta que resulta de lo más cómodo. Se prescribe el modelo abotonado por su mayor prestancia; sólo presenta el inconveniente de que podamos ser acusados con razón de arcaísmo, presunción más ridícula si cabe que la de modernidad. Sin embargo, su aspecto elegante y su versatilidad como descapotable compensan con creces ese riesgo. Para completar el atuendo, una capa es prenda utilísima que protege de las inclemencias del tiempo y permite asistir a actos imprevistos de protocolo en cortes extranjeras, camuflando de paso el esperpento que forma la indumentaria anterior.
Artículos de la impedimenta: Como libro de notas y agenda, nuestra tradicional libreta de hule sujeta con una goma usada suple con ventaja al Moleskine, por estar el sudor natural que destila la primera más acorde con los climas salvajes que visitaremos. Está permitido adherir a ella cualquier logotipo de moda, pues así seremos reconocidos como turistas de importancia, al haber sido patrocinados por la empresa de coloniales correspondiente. En la libreta conviene camuflar un cuaderno Rubio de aritmética, cumbre tecnológica de nuestra raza que nos servirá como calculadora para evitar engaños de moros y judíos. Para el uso de sus tablas es útil hacerse acompañar por un secretario servicial que nos evite el embarazo de nuestra ignorancia en números. Tampoco es de despreciar la incorporación de una fusta flexible que ahuyente guías espontáneos, mosquitos previsibles o acreedores globalizados. Por todo botiquín llevaremos algunas cataplasmas, polvos de azol para las escoceduras más vergonzosas y un frasco de linimento. Sobra cualquier otro remedio para la salud, pues indicaría flojera y pondría en entredicho el turismo como presunción y exhibición íntima de poder que es. Ni que decir tiene que sobra también cualquier guía de viaje, pues se viaja por distracción y para poder contarlo en la taberna, no para recogerse con reverencia ante el objeto cultural de turno. La guía sólo sirve para saber si estamos en el Helesponto o en Sebastopol y no salimos de viaje para eso. Por último, huelga añadir que es reprobable el uso de máquinas de retratar, postales, rosarios y otros artilugios de vana memoria, pues se viaja para olvidar que somos sedentarios y perezosos, no para recordar imágenes y costumbres ajenas.
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