-¡Bah! El talento, la fama y la fortuna no lo son todo en la vida -responde Donald.
-¿No? ¿Qué otra cosa queda?
(Conversación entre el pato Donald y sus tres alienados sobrinitos)
El doctor Wile E. Freleng se levanta de buen humor el sábado por la mañana. Desde que siente la vibración del despertador es consciente de que, en pocas horas, habrá culminado una larga y respetada carrera profesional. Además, no es habitual que un historiador tenga la ocasión de retirarse en una ceremonia como la que le espera, retransmitida en directo para tres planetas y ante un público virtual de casi nueve mil millones de espectadores.
Desayuna un café estimulante y un poco de pan tostado. Durante los rituales de aseo hace un minucioso repaso de los preparativos que ha llevado a cabo la semana anterior. Algunos detalles no han podido ser ensayados; la sorpresa es una parte esencial de su despedida, y tendrá que arriesgarse.
Todavía tiene tiempo de sobra antes de coger el tren que lo dejará en el palacio de congresos. Repasa las noticias en la red y comprueba que todos los medios mantienen en portada el evento del milenio: Walt Disney, el genio del lejano siglo XX, ha sido descongelado con éxito. Algunas informaciones dan numerosos -y erróneos- detalles técnicos del proceso decriogénico, siempre añadiendo que el legendario cineasta pasa todavía por una etapa de acondicionamiento. En todas partes se lee que, aunque Disney no podrá hablar en su ceremonia de bienvenida, se trata de una incomodidad pasajera en sus cuerdas vocales que no supondrá un problema grave en las siguientes semanas. La mayoría de los medios dedican websites especiales a la presentación del doctor Freleng ante su público. Después de todo, si a estas alturas ya hay pocas personas que sepan quién fue Walt Disney -o, al menos, había pocas personas que lo supieran hace un mes, antes de que empezara el bombardeo informativo-, quién va a conocer a un experto académico en la cultura popular de la era atómica, cuyo profundo conocimiento de las lenguas muertas permitirá al mundo del futuro darle la bienvenida al mago de la animación en perfecto inglés del siglo veinte.
Cuando la hora se acerca, recoge cuidadosamente los papeles del discurso que conoce de memoria y sonríe anticipando que serán esos papeles, hojas blancas de verdad cubiertas de auténtica tinta, la primera sorpresa que excitará a los espectadores. Echa un último vistazo a su casa, cierra la puerta y se dirige a la estación de cercanías entre las miradas de curiosidad de quienes se cruzan con él. Una corbata es una entidad asombrosa, se vea como se vea.
Es el cuarto discurso ya, el último antes del suyo, y sólo ahora siente una ligera inquietud. Ha echado un par de discretos vistazos hacia las poleas de las alturas, pero la luz de los focos le impide distinguir el oscuro deus ex machina que ha dispuesto para finalizar su intervención. Espera que no haya problemas, y que los pequeños sobornos que ha distribuido entre los tramoyistas que lo ayudaron, junto a las vagas explicaciones de un respetable e inofensivo profesor a punto de jubilarse -un profesor con gafas- sirvan para que todo salga según ha previsto.
La ovación al Presidente lo saca de su breve ensimismamiento. Ahora es la estrella televisiva cuyo nombre no ha sido capaz de memorizar, el maestro de ceremonias durante la gala, quien se dirige al público. Explica lo que ya todo el mundo sabe: el doctor Wile Freleng, eminente historiador, se dirigirá en inglés antiguo al señor Disney, que ocupa un lugar a su izquierda y que, hasta ahora, no ha entendido ni una palabra de todo lo que han dicho sobre él, ya que hasta hace pocos días no había escuchado jamás la lengua planetaria. El hombre milenario ha mantenido el tipo con dignidad, y ahora observa al doctor Freleng con una sonrisa amable y esperanzada.
Coloca las hojas de papel con gestos dubitativos -y se felicita por el acierto: sabe que el murmullo en el interior del teatro está siendo reproducido y amplificado en todo el planeta, como sucederá en Marte dentro de unos cinco o seis minutos-, se pone las gafas -se oyen algunas risas y un par de aplausos cortos-, carraspea ligeramente y comienza a hablar.
El realizador permite que las primeras frases del discurso se escuchen con claridad; luego, poco a poco, hace descender el volumen hasta que se convierte en un inofensivo acompañamiento de fondo a la voz que, en lengua planetaria, recita con profesionalidad y nitidez el texto que entregó hace algunos días. A través de millones de televisores el inglés se escucha todavía con mayor dificultad. No importa, pues apenas treinta o cuarenta mil personas en el universo podrían entender las partes más sencillas, y duda de que haya más de cien que capten los matices de toda su exposición. No importa, pues ya ha pasado los primeros párrafos, la cordial bienvenida a nuestro hoy, que era su impensable mañana, y ahora sus palabras en el callado inglés se separan del discurso que escuchan los demás, todos los demas, excepto Walt Disney. No importa, pues Walt Disney está a su lado, y él lo entiende.
Hace un repaso rápido por los plagios, el robo del trabajo ajeno, las delaciones políticas. Recita páginas completas del testimonio de Walt Disney en el Comité de Actividades Antiamericanas: 'Yes; in the past I had some people that I definitely feel were Communists.' Menciona a Ariel Dorfman una y otra vez. Cita a Mike Mills. Muchos de los nombres extrañan a Disney. Freleng sabe que son posteriores a su congelación, y cuando lo cree necesario hace largos excursos para explicarle la relevancia de los testigos, la trascendencia de las acusaciones.
Walt Disney parece sinceramente sorprendido. En ocasiones, sobre todo al principio, hace esfuerzos por hablar. Incluso alcanza con la mano una de las hojas que Freleng va dejando sobre la mesa, pero sus dedos todavía no pueden llevar a cabo tareas demasiado complejas, y ni siquiera es capaz de poner en marcha el extraño bolígrafo del doctor. Al cabo de un rato deja de manotear y vuelve a prestar toda su atención a los cargos criminales que Freleng enumera. Sabe que es un visitante del pasado, un ilustre viajero. Sabe que está a salvo de ese chiflado, que ni siquiera existen ya el comunismo, los Estados Unidos de América, el nazismo al que el discurso incriminatorio lo vincula. Dentro de una semana, de tres días, conseguirá hablar, y hacerse entender. Pedirá un intérprete y se defenderá de este loco ingenuo que pretende inculparlo de cuantos males recorrieron el mundo durante siglo y medio, 'desde el estreno de Steamboat Willie hasta la Tercera Guerra'. Los aplausos que interrumpen de vez en cuando el discurso le hacen comprender que lo que el mundo está escuchando no es esa larga descalificación de su obra y de sus ideales. Se da cuenta de que el doctor Wile Freleng ha escrito dos textos diferentes, y que el que oye en inglés está dirigido sólo a él. En su momento hará que expertos lingüístas escuchen las grabaciones, para acusar por calumnias y difamación al desquiciado historiador. Mientras tanto, vuelve a sonreir y espera que este teatro del absurdo finalice.
El doctor Wile E. Freleng está terminando de leer los cargos. Al atacar la última hoja de su mazo, levanta la vista y hace un gesto a uno de los técnicos que se encuentran a un lado del escenario. Un largo cordón de seda granate, terminado en una borla, cae frente al orador. Éste coge el cordón con su mano libre, echa una mirada al rostro de Walt Disney y se prepara para acabar con una larga cita de Dorfman:
'Los que están abajo deben ser obedientes, sumisos, disciplinados, y aceptar con respeto y humildad los mandatos superiores. En cambio, los que están arriba ejercen el poder, ellos son los que amenazan, los que ejercen una represión física y moral y el dominio económico. Sin embargo, hay también entre el desposeído y el poderoso una relación menos agresiva: el autoritario entrega paternalmente dones a sus vasallos. Es un mundo de permanentes granjerías y beneficios. (Por eso, el club de las mujeres de Patolandia siempre realiza obras sociales.) La caridad es recibida por el destinatario con entusiasmo: él consume, recibe, acepta pasivamente todo lo que puede mendigar. El mundo de Diney es un orfanato del siglo XIX; pero no hay afuera: los huérfanos no tienen dónde huir.'
Deja el último folio sobre la mesa, se quita las gafas en un gesto teatral (que no sabe bien de dónde ha salido) y le dice a Walt Disney: a lo largo de los siglos nos has perseguido, como esas cepas de viruela o carbunco que, erradicada la enfermedad de la faz de la tierra, nadie sabe para qué se guardaron durante años. Ahora parece que nos has alcanzado, que alguien ha abierto la placa de Petri que nos protegía del contagio. Bien, en tus días fuiste un experto en persecuciones, así que es un logro que te corresponde. Sin embargo, también entre mis antepasados, tus coetáneos, hubo quien sabía cómo librarse de los perseguidores. Así que, antes de que caiga el telón sobre esta representación privada, permite que te dé una última sorpresa.
Wile Freleng tira del cordón y un enorme yunque empavonado cae sobre Walt Disney, aplastándolo.
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Bibliografía:
-The Testimony of Walter E. Disney before the House Committee on Un-American Activities, 24 October, 1947
http://eserver.org/filmtv/disney-huac-testimony.txt
-Ariel Dorfman. Para leer al pato Donald. Comunicación de masa y colonialismo.
http://books.google.es/books?id=88FZhF-3P9kC&printsec=frontcover&dq=ariel+dorfman
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Etiquetas: Mercutio
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