He aquí mi pequeña historia.
En la primavera de mil novecientos… aquellos viernes acostumbraba a dejar de trabajar y acompañar a una íntima amiga que impartía unos cursos en la universidad de X, en el país vecino, y pasar así con ella los fines de semana.
Mientras ella desarrollaba sus tareas docentes, me quedaba esperándola sentado en la terraza de un café cercano, absolutamente clásico y típico, y a base de excelentes ‘bicas’ y algún ‘bolo de natas’ aprovechando el calorcillo vespertino, la tranquilidad provinciana y el servicio profesional de los camareros, en varias jornadas de esa jaez hasta conseguí entender un opúsculo de Derrida.
En dicha ciudad, decadente y educada, podía conseguirse “El País” en un kiosco, ¡a qué precio! es verdad, pero en aquellos tiempos había que leerlo.
Una tarde ojeando sus páginas culturales, me llamó la atención que el líder de un grupo de rock, no recuerdo si Manic Street Preachers, comentase en una entrevista de D. A. Manrique, que la música que más le había marcado eran los temas del “Kind of Blue” del sexteto de Miles Davis y que no tenía parangón.
Yo no necesitaba emular a Saulo pues ya era converso, pero como un autómata aboné mi consumición y, movido por un resorte, me dirigí a la calle comercial donde creía haber visto una tienda de discos. Con ansiedad, la tienda era pequeña y no se presumía muy pertrechada, pregunte por la grabación. Cuando el dueño, una diligente persona mayor, volvió del almacén con el disco en la mano, me aumentaron las pulsaciones por lo inesperado del acontecimiento. Pagué el desproporcionado importe que me pidió, los discos allí eran y son un lujo, y salí al aire libre sin recuperar momentáneamente la racionalidad.
Después de escucharlo comprendí que aquella era ya irrecuperable.
P. D. Con esa música y una botella de ‘Quinta do Carmo’ abierta rememoro aquellos días comprendiendo bien lo que significa saudade.
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