Del mismo blog:
(De Vía de la Plata)
"Otro domingo, lejano en el tiempo, había ocurrido esta conversación en una tasca del pueblo:
—Nos han dicho que por aquí la gente era aún judía, y que llevaban nombres como Samuel, Sara...
—Mirar, eso son tonterías. ¿No veis la pinta de la gente de aquí? Es igual que en todas partes, que en toda Extremadura. Eso de la nariz ganchuda y los nombres... pues igual que en todas partes, unos sí y otros no, la mayoría no. Aquí hubo un barrio judío muy bueno, que se conserva muy bien. Han venido de Israel, personajes, ¿eh?, a visitarlo. Pero no hay nada más. Yo no sé por qué a algunos les da por inventarse esas historias, vamos, que a mí me da igual los judíos que los no judíos, lo importante es la persona... Pero eso no es verdad, y los embustes siempre fastidian, ¿no?
—Es un pueblo precioso, no me canso de mirar — había dicho la entonces compañera del ahora caminante, la cual tenía unos grandes ojazos.
—Sí, pero no creáis, tiene sus inconvenientes. Como es monumento nacional no te dejan cambiar nada, ni siquiera la disposición interior de las casas, que son muy incómodas.
—Habrá aquí muchas tradiciones antiguas.
—Algunas sí hay. Tenemos una historia parecida a la de Romeo y Julieta, que viene de la Edad Media, sólo que era entre un moro y una cristiana (¿o era a l revés?) y que terminó en tragedia de los dos, por las enemistades aquellas entre familias y religiones. Era de cuando quedaba aquí una parte morisca y otra cristiana. ¿Vosotros estáis casados?
—No, no.
—No me importa, ¿eh? Eso, allá cada cual, aunque en los pueblos, ya se sabe. Opiniones para todos los gustos. Yo soy socialista, de la UGT.
—¿Hay mucho paro por aquí?
—Como en todas partes. Cada vez más. Es un asunto difícil, porque la verdad es que si exiges todos los requisitos de la ley, la mitad de las empresas cierran y el paro crece aún
más. Hay muchos trabajando sin seguridad social, o sin contrato. El sindicato puede hacer que se cumpla la ley a rajatabla, pero resultaría peor el remedio que la enfermedad. Son cosas que parecen muy fáciles en principio, pero que en la realidad se vuelven complicadas... Aquí se trabaja mucho la madera, hay algunas fábricas de muebles.
Por algún vericueto de la conversación había surgido la Iglesia.
—En la guerra se quemaron archivos y papeles, imágenes... ¿Quiénes? Siempre se echa la culpa a los rojos, pero ¿quién podría querer una cosa así? Serían cuatro locos, o borrachos, pagados por Dios sabe quién... ¡Quién sabe quién lo hizo!
En realidad se sabe perfectamente, pues se realizó con mil justificaciones y jactancias, aunque al paso de los años dé vergüenza repetirlas.
Por la época de la conversación referida, el viajero era comunista convencido, y no le satisfacían las explicaciones del ugetista de Hervás. Prefería echar la culpa a los anarquistas. Culpa, entiéndase bien, puramente utilitaria: poco importaba, en el fondo, la quema de papeles, obras de arte o hasta de personas, siempre que fueran reaccionarias. Pero tales actos, realizados a lo loco, perjudicaban los objetivos de la propaganda. Otros enfoques los considerarían faltas leves, o hasta purificaciones necesarias.
La pareja había estado charlando con el socialista en una terracilla bajo una parra, tomando vino o cerveza. Pero de esto habían pasado ocho años enteros. Aquellas habían sido las primeras vacaciones que el ahora andariego se había tomado en mucho tiempo, y viviendo todavía en la clandestinidad. La chica había ahorrado al efecto doce mil pesetas trabajando como asistenta. En Béjar, una amiga de ella, abogada de la UGT, les había dejado su piso, y desde él hacía la pareja excursiones a pie o a dedo.
La penuria y esa extraña furia compañera del ideal bolchevique introducían
a veces una dosis de mal humor. Tiempos arduos, sobre todo para ella, arrastrada a una clandestinidad inevitable y ya sin el soporte de unos ideales a los que él continuaba aferrándose. Tiempos de hosquedad casi sin refugio, en que el comunista apenas sabía transmitir a su compañera otra cosa que una desesperación agresiva, mitigada sólo por un esfuerzo de comprensión y por la acción, condenada al fracaso. Casi deliberadamente buscaba él ir al extremo y echar a rodar todo asidero que le quedara, añadiendo sufrimiento al sufrimiento. Estaba tan loco como para arruinar las reservas de dulzura, ingenuidad, belleza e inteligencia que ella brindaba gratuitamente al incapaz de valorarlas.
Habían salido después de Hervás, para volver a Béjar. El viajero tiene o tenía un sentido del humor algo extravagante, sobre todo cuando las cosas iban peor. En un calor de agobio ponderaba lo agradable del fresquillo reinante, y lo hacía con expresiones de rebuscada pedantería. O soltaba: «Vamos a atravesar la carretera, y así cruzamos al otro lado». Estas bobadas a veces divertían a la chica, pero más a menudo la exasperaban, lo que él no hacía nada por evitar. Se habían parado a la sombra de unos pinos, momento agradable de no ser por las moscas, que a ella, nerviosa, la molestaban mucho. El viajero se había dedicado un rato a matarlas, cazando algunas al vuelo y calculando absurdamente que, dada una distribución regular de moscas por metro cúbico, con eliminar las correspondientes el lugar quedaría libre de ellas. Luego, muy fastidiada por el calor y la necesidad de intentar el auto-stop, ella se quejaba. Su compañero, impertinente, le había echado a la cara agua de la cantimplora, para refrescarle el temple, y ella se había revuelto como una tigresa, clavándole las uñas en un brazo. Al ver algo de sangre, se había detenido en seco, sintiéndose culpable, lo que él había aprovechado para continuar con sus estúpidas chanzas, hasta hacerla reír un poco. Pero el tiempo corre, siempre con consecuencias, y lo pasado, pasado.
Ocho años después, el andariego se da cuenta de que no reconoce Hervás. Le queda sólo una impresión nebulosa de callejuelas enrevesadas, de una lápida en español y
en hebreo, apenas nada más. Ahora ve cómo la gente pasea, sube a misa, contenta y bien vestida. Unas niñas muy pequeñas posan para una fotografía, en actitud graciosamente
inexperta de bailar sevillanas. Un muchacho entra a caballo por una calleja, llenándola de ruido de cascos. Cada esquina ofrece un cuadro, y el barrio judío retiene su pintoresquismo enigmático. ¡Pueblo único en la historia, el judío!
El viajero opina que la herencia hebrea en España, como la árabe, ha sido muy exagerada por los comentaristas.
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