En las páginas de El País publicó Pardo, en la sección ‘Tribuna’, La descomposición de la Universidad, en la que critica duramente el citado cambio de modelo en el ámbito universitario, pues éste implicaría tres efectos cuestionables: la disminución del espacio propio universitario, la desaparición de la autonomía académica a manos de criterios puramente mercantilistas y la “descomposición de las instituciones características del Estado social de derecho”. Todo este proceso, del que oficialmente no se presenta su verdadera cara, velada detrás de unos eslogans que en el mejor de los casos sólo se quedan con una parte de lo que este cambio supone realmente, conduce a una serie de problemas fundamentales, que son los que analiza aquí Pardo. Un ejemplo lo encontramos en “la destrucción de las articulaciones teóricas y doctrinales de la investigación científica para convertirlas en habilidades y destrezas cotizables e el mercado empresarial”. En resumen, se está llevando a cabo una promoción constante e imparable de una indigencia intelectual galopante en nuestros estudiantes, con la finalidad de acercarnos al modelo universitario americano. Si es cierto que la universidad requiere un cambio, el que se está poniendo en marcha lo que está haciendo es “destruir, abaratar y desmontar lo que había, introducir en la universidad el mismo malestar y desánimo que reinan en los institutos de secundaria”.
Pero ha sido en la revista Claves de razón práctica (nº 186) donde Pardo ha lanzado su crítica más dura y profunda sobre esta cuestión, con el artículo El conocimiento líquido. Sobre la reforma de las universidades públicas. Lo que se viene en llamar ‘sociedad del conocimiento’ es sometido por Pardo a una crítica implacable que pone en evidencia sus fallas estructurales y los efectos que provoca. Y es que el conocimiento que se pretende impartir no viene caracterizado por la especialización ni la cualificación, sino precisamente por todo lo contrario. Como ya sucediera en los institutos de secundaria gracias a la Logse, el conocimiento pierde su sentido científicamente específico para entregarse a discutibles criterios ‘pedagogistas’, que implican una igualación a la baja, en sentido negativo.
El conocimiento de hoy en día, el que puede verse desparramado en el mundo de los blogs y espacios similares, es el que se va a acabar imponiendo también en la educación universitaria, que va a reproducir, una vez más, las pautas que caracterizan a nuestra deficitaria sociedad civil. Y este saber no es otro que un “conocimiento de nada en particular y de todo en general”, que adolece de todo criterio mínimamente riguroso, al servicio de una insípida y amorfa cultura general. El nombre de todo esto es ‘sociedad del conocimiento’, categoría que lo iguala todo de forma acrítica, en la que todo vale, lo que es lo mismo que decir que nada vale gran cosa. En un mundo presidido por el conocimiento líquido, por ejemplo, “uno puede lanzar al mundo un texto neofascista y ser consagrado como la quintaesencia del progresismo”. Como señala Pardo, se trata de una exaltación del conocimiento vacío como virtud moral.
Por si esto fuera poco, Pardo recuerda el papel que en todo este esquema juega la pedagogía, que además de pretender envolver en seductores ropajes lo que no es más que un paso atrás de consecuencias nefastas, sustituye el valor de la formación académico-científica por la psicopedagogía y sus múltiples engendros. Una consecuencia importante no es otra que la relegación de los contenidos de las materias (cada día menos diferenciadas unas de otra) en beneficio de elementos como la ‘motivación’ o el ‘incentivamiento’.
Un punto que también me gustaría señalar tiene que ver con la nueva labor del tutor, el cual, como señala Pardo, tras ser una figura denostada por la Ilustración y su proyecto de emancipación personal que trataba de combatir la ignorancia y la superstición, ahora viene a ser rehabilitada con todos los honores. En el nuevo marco universitario, la finalidad del estudiante no consiste ya en alcanzar un cierto grado de independencia intelectual, sino en ser convenientemente tutelado bajo la esfera de un determinado discurso. El proyecto de autonomía de todo estudiante es sustituido por una labor tutelada que, llevada al extremo, entre el conocimiento a la superstición de la ideología.
Como detalle final, me llama la atención que a Pardo le parezca paradójico que sea la izquierda (la “izquierda aerodinámica”, como la llama) la que lleve a cabo todo este proyecto. No veo que sea tan paradójico, sobre todo cuando recordamos que fue precisamente la ‘izquierda predarwiniana’ la que perpetró el aborto de la Logse. No hay, por tanto, paradoja que valga, sino una triste y patética consecuencia lógica.
PD: para quien todavía no las haya podido escuchar, dejo aquí las dos conferencias impartidas por José Luis Pardo en la Fundación March (institución que ha digitalizado unas 2.000 conferencias impartidas desde 1975) que puede encontrarse en internet:
Medio siglo de la historia del ser.
¿Por qué filosofía y no más bien nada?
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