A las cinco o seis semanas, creo recordar, de mi llegada, encontré a un compañero leyendo, esto sí lo recuerdo con precisión, La conjura de los necios, mientras reía casi a carcajadas. No fue esto lo que me llamó la atención, pues ya la había disfrutado, sino el lomo del ejemplar, provisto de unas referencias que delataban su origen. Fue así como averigüé que el lugar disponía de biblioteca, algo que sorprendentemente desconocía. La cosa tuvo su explicación enseguida: el recinto estaba, medio escondido, adosado a la capilla.
Me acuerdo mucho de aquella biblioteca, me acuerdo sobre todo de mi sorpresa al comprobar que la prensa diaria estaba censurada, sorpresa que se convirtió en estupor al comprobar que la tijera llegaba incluso al MARCA. Mentiría si no dijera que una de las grandes frustraciones de mi vida es la de no haber podido realizar una adecuada comprobación de qué noticias deportivas eran las eliminadas. He sospechado siempre que el tema daba para un estudio sociológico de gran entidad.
Pero yo quería hablarles de otra cosa, del primer libro que escogí:
Este verano, antes de partir hacia el norte de Madeira, un libro, Historia de un encargo: "La catira" de Camilo José Cela, de Gustavo Guerrero, llamó mi atención. Naturalmente, han pasado más de veinte años y ahora sabemos de Cela lo que entonces no podíamos (o yo no podía) ni imaginar. Sin embargo, de esta historia no tenía ni idea.
Lo cierto es que todo lo que rodea al asunto ha supuesto para mí un absoluto descubrimiento: de la Venezuela de la época, del dictador Pérez Jiménez, y de las andanzas americanas del Nobel. No sé si ustedes conocen la historia: les diré que, buscando una estabilidad económica de la que carecía, el escritor gallego, cuya última obra publicada creo que era La colmena, marchó a una gira sudamericana. Parece ser que en principio no tenía previsto visitar Caracas, aunque la cosa dista mucho de estar aclarada. De una u otra manera, nuestro hombre apareció en Venezuela y aquí empieza la historia.
El país estaba gobernado por un militar, Marcos Pérez Giménez, un tipo que había llegado al poder, lógicamente, tras un golpe que acabó con el gobierno de Rómulo Gallegos. El dato tiene más relevancia de la que parece. Parece ser que el hombre quería acabar con el prestigio del escritor como fuese y al precio que fuese. Al tiempo, intentaba eliminar de su propia figura un cierto estigma de “sargentón”, de tipo inculto y más bien bruto y alguien en su Gobierno concibió la idea de contratar a Cela para escribir una obra que simbolizase lo que llamaban El Nuevo Ideal Nacional.
La cosa cuajó a tal punto que la idea fue escribir cuatro o cinco novelas, que recogiesen las distintas zonas del país: los Andes, el Llano, el Caribe, la Guayana.
El resultado fue aquella obra que no pude terminar, cuyo relativo parecido con
El libro de Guerrero es mucho más: por aquí no ha faltado quien lo ha criticado, seguramente con alguna razón, probablemente con cierto chovinismo. En todo caso, lo que resulta incontrovertible es el hecho de que, conforme el propio título señala, aquello fue un encargo (un encargo bien pagado, por cierto, se habla de treinta o incluso cuarenta mil dólares de la época, aunque no existe certeza al respecto.)
En todo caso, yo me permito recomendarlo, porque posee los suficientes elementos como para atraer al lector desde varios puntos de vista: las relaciones de los escritores con el poder, el escritor de encargo, la prepotencia del intelectual español frente a lo hispanoamericano, nuestro desconocimiento de las hablas de aquellas tierras, o simplemente la profundización en el conocimiento de la realidad política de la época en ambos países.
Particularmente, lo que más me ha interesado han sido las personas, los personajes. No hablo ya de Cela, por supuesto, un sujeto con un gancho innegable, sino también de Pérez Giménez un gran desconocido, y de otros escritores y de algunos prebostillos del franquismo.
Incluso la parte rosa tiene su cuota: dicen las malas lenguas que a su vuelta Cela se trajo otra catira, a la que tuvo encerrada en el Ritz. Se ha hablado incluso de una Miss Venezuela, pero como de costumbre en estos casos, sospecho que no hubo ni la mitad de la mitad.
Cela volvió a América con su novela un año después, pero el resultado fue desastroso: los intelectuales venezolanos la repudiaron por completo, tanto los adictos al régimen como los opositores, fundamentalmente, esto fue lo que más le dolió, por razones puramente literarias, por el abuso de los venezonalismos, por su “desmedido afán filológico, el desconocimiento de la flexibilidad y pluralidad semántica del español en América, y el uso literal del habla popular fuera de sus contextos culturales”.
Aquí fuimos más comprensivos y ganó el Premio de la Crítica, aunque hubo quien no estuvo de acuerdo, granjeándose, al parecer, la inquina del gallego para los restos.
El caso es que el contrato se canceló y no hubo más novelas. En todo caso, el bolsillo del autor mejoró notablemente, que era, al parecer, de lo que se trataba.
El gobierno de Pérez Giménez tampoco dio para mucho y el hombre acabó haciendo el viaje inverso, hasta su muerte en Madrid, tampoco hace tanto. Recién compruebo en la prensa que una de sus hijas, habida extramatrimonialmente nada más y nada menos que con Marita Lorenz, la famosa espía americana que acabó siendo amante de Castro (otra vida de película), es ahora partidaria de Chávez.
Mientras terminaba este texto me he acercado a mi biblioteca, he buscado la Mazurca, la he hojeado. También el Pascual Duarte y el Viaje a la Alcarria.
Sé ahora mucho más de su autor que cuando las leí por primera vez, y creo poder decir que lo mejor de él fueron sus obras, lo que acaso debiera ser suficiente.
(Escrito por Schultz)
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