Tampoco él está ahora, cuando ya todos me van abandonando, y en la casa, vieja, deslucida, casi desconocida, quedo solo yo, una vieja gramola y pilas desordenadas de placas de 78 r.p.m. A mi lado, un vaso enorme de té con hielos y menta. Algo más allá los discos que he ido coleccionando en mi ya larga y siempre torpe vida. Hubo un tiempo en que la creí cerrada, y cuando menos lo esperaba, volvió a abrirse. Ahora sé, sin embargo, que este ya no es mi tiempo, y que solo me queda esperar, volver a escuchar las canciones que me emocionaron, soñar con los países a los que nunca fui pero que tanto soñé, recordar aquella breve visita al malecón, e imaginar cómo sería la vida de los soneros en la isla antes y durante la dictadura.
Desde los campos de Cuba a las montañas andaluzas, el viaje había sido largo, y aun así, había sobrevivido, había logrado aclimatarse en aquella casa al menos, y acompañar las largas noches, también aquellas otras escasas en que el porche se llenaba de gente y los farolillos desafiaban la escasa potencia de luz, aún con un voltaje de 125, hasta el amanecer. El ron lo conseguiamos con facilidad y la los refrescos también, incluso la menta. Pero nunca logré evitar que una extraña atmósfera ominosa sobrevolara las noches.
De la provincia de Oriente o de Santiago de Cuba, de los campos donde se cultivaba la caña y el tabaco a las montañas resecas de los montes malagueños, las canciones recorrían un trayecto que era algo más que la distancia en kilómetros. Ya antes había ocurrido algo similar con los cantes de ida y vuelta del flamenco. La capacidad para aclimatarse manteniendo lo esencial pero sin postular ningún esencialismo estéril es asombrosa en las creaciones humanas. No menor que en el mundo natural. En ambos casos nos encontramos con prodigiosas adaptaciones al medio, natural o cultural.
Yo por entonces lo desconocía – como casi siempre, dicho sea de paso – pero aquello era un fenómeno que llamaban hibridación en algunas universidades, la mayoría norteamericanas, y trataba de eso que yo intuía en las noches tibias y perezosas de aquel verano que iba ya deslizándose hacia su ocaso.
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Si no ha habido problemas cuando uds. estén leyendo esto, yo estaré aquí.
Etiquetas: Garven
OBSERVATORIO ZULO
Ayer máxima 29.5º, mínima 18.1º. La convivencia entre perros y gatos me mantiene en vilo. La soledad (buscada) es creativa, las ideas y los sentimientos afloran. Cierta irritable hipersensibilidad me lleva a ver los Juegos Olímpicos sin sonido. Capto imágenes secundarias, ayer los nervios del miope Orenga, aquel orangután del Estu.
Releo (como Adrede) a los clásicos, Jay Gould. Elegante análisis de tres teorías como causantes de la última gran devastación hace 65 millones de años ¿por qué desaparecieron los dinosaurios? Por calentamiento global y particular de los testículos de bestias sin regulación térmica (especulación imposible de refutar) Por intoxicación de alcaloides en unos animales sin sentido del gusto para detectar la amargura de tales venenos (otra especulación imposible de refutar). Por choque de una masa extraterrestre contra nuestra corteza y consiguiente "dark and cold winter" (refutable a través del contenido en iridio de rocas correspondientes a aquella época)
La belleza de la ciencia y de los dos dulces botones que ayer libé.