No otra fue la ambición de quienes construyeron la Biblioteca de Alejandría, con el propósito de guardar para la posteridad y poner a disposición de los contemporáneos todo el conocimiento de entonces. Más adelante, las bibliotecas medievales de los monasterios, las primeras bibliotecas de las universidades, o ya en la época de la Ilustración, las bibliotecas nacionales. El nacimiento de las mismas coincidió con los inicios de la expansión colonial británica y con el interés por esos territorios (con todo lo bueno y lo malo). De entonces son los extraordinarios fondos bibliográficos sobre África, la India, el Medio Este o el lejano Oriente.
Por el contrario, en los clubs ingleses los socios compraban únicamente los libros y revistas que les interesaban, aquellos que trataban de algo propio de su grupo social, sus negocios o sus intereses en un sentido muy amplio. Si alguno tenía negocios de especias en la India pedía que compraran libros sobre la región. Si nadie tenía ningún interés personal en África, la biblioteca carecía de un mínimo fondo sobre el continente.
La bibliotecas generalistas desempeñaban una función social: la de poner a disposición de todo el mundo los conocimientos existentes sobre cualquier tema. Muchas áreas de conocimiento disponían de una zona concreta dentro de la biblioteca. Esto facilitaba la labor de los investigadores e interesados en el tema. Pero nunca se pensó que era necesario que estuvieran separados del fondo común en un edificio ajeno.
La biblioteca era ilimitada y periódica, la pesadilla de quien sabe que el conocimiento es inabarcable y que solo queda transitar por los corredores desiertos de un edificio inexistente pero real. Es una pesadilla geométrica, como tantas otras, el sueño de una razón que ha atisbado sus límites y, sin embargo, se niega a rendirse. Prefiere explorar los que hay más allá de las certezas y lo ya conocido, aventurarse más allá de las bardas de lo consensuado, examinar las incoherencias y las imposibilidades.
Sabía que simplemente con pasear, aun sin rumbo fijo, por los pasillos y pasar de sala en sala, daría, con el tiempo, en otra idéntica, si no la misma (incluso aunque no la misma), porque el tiempo, la historia, no es más que una pesadilla que se repite sin fin. Pasaremos de este período en el que la privatización del espacio social se expresa en la preeminencia de cuestiones como el grupo social, racial o sexual de cada uno a otro momento en que prevalezcan otros que sean más inclusivos para volver a dar en las acotaciones y exclusiones de cualquier orden.
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