-¿A que debemos el inusitado placer de su visita, padre?
-Hija mía, esta cuesta me va a costar un disgusto.- El padre López, tosía y se atoraba resoplando como si hubieran sido sus piernas las encargadas de superar el repecho.
-Tome asiento y descanse, padre. ¿Quiere un poco de agua para refresc…
-¿Agua, querida? ¿Pero es que quieres terminar conmigo? ¿No sabes que no se puede tomar agua inmediatamente después de haber hecho un esfuerzo físico? Agua, válgame Dios, que desvarío, Sin embargo una copita de este clarete que adorna el aparador quizás me vendría mejor, mis arterias necesitan un lubricante que disuelva los ateromas que me provocan este sofoco.
Antes de dejarme terminar la frase había descorchado con una navaja suiza convenientemente equipada una botella de PQ 2006 un Syrah con seis meses de crianza en roble francés que elaboran en Alange. Se sirvió una generosa copa, la alzó para apreciar a contraluz los reflejos del caldo y con un rápido movimiento de muñeca hizo que el vino girara con suavidad.
-¡Hummm…! No está mal…-murmuró al catarlo- aunque… ejem, necesitaría… ya sabes hija mía que ahora es delito conducir bajo los efectos del alcohol y hoy he venido motorizado, por eso -si pudiera ser- me gustaría acompañar este reconstituyente con algo que domeñe estos taninos y a la vez ayude a la asimilación de los generosos grados de este remedio sagrado. Así que si no es molestia me vas a permitir que ayude a trasegar este sabroso néctar con alguna fruslería de tu siempre bien provista por la Divina Providencia despensa.
Acto seguido se encaminó hacia los dominios de Nicanora –mi cocinera- sin esperar mi respuesta. Allí dio algunos consejos, una bendición y no menos de dos docenas de instrucciones. Poco después se presentó de nuevo en la galería cargado con medio queso de cabra añejo y blandiendo esa portentosa navaja capaz de hacer más destrozos en una despensa que el mismísimo Carpanta.
-Padre ese queso y sus ateromas…
-Calla, hija. No me atormentes más pues bastante arrepentido estoy. De todas formas, sabe hija mía que he dado instrucciones a Nicanora para que nos oficie un manjar que espera en las alforjas de mi fiel Guzzi. Algo que espero compensará este pequeño exceso que no he sabido resistir.
Como conozco sobradamente su extraordinario apetito me apresuré a abastecernos de una buena hogaza de pan candeal, pero antes de haberlo partido ya había dado buen cuenta -el muy glotón- de casi un cuarto de queso y no precisamente a palo seco pues su buena media botella de vino había igualmente trasegado en el envite. Con el inconfesado ánimo de que la conversación ralentizara la voracidad le planteé un enigma:
-¿Cómo es que nos sorprende con algo tan prodigioso como un presente no sacramentado?- Reconozco que un poco aturdida por algo tan inhabitual como ver al padre López anunciando un regalo, algo tan extraordinario inconcebible e inusual que era poco menos que un milagro.
-¿Se encuentra bien, reverendo? ¿Llamamos al médico?
-Ahórrate esa ironía, hija mía pues la sátira no es propia de una dama, sino más bien signo de socarronería, esa desconsolada habilidad de bellacos y pícaros quienes faltos de virtud han de consolarse sacando punta a su malicia.
-Disculpe vd. reverendo padre, he sufrido, como vuestra reverencia con el queso, un mal arrebato.
-No tiene importancia, hija mía: Ego te absolvo…
-Pero… me tiene sobre ascuas –interrumpí- ¿Qué manjares ha traído en su montura?
-… Sancti. Amén. Esto… pues una docena de sardinas recién traídas del puerto de Setúbal, pescadas esta misma mañana. Vengo de Elvas donde he adquirido algunos objetos para la liturgia y al pasar por el mercado que hay junto al adarve de la muralla he visto descargar el pescado. Saltaba en las cajas todavía vivo y no he podido resistirme. Con mi sueldo no he podido comprar más que unas cuantas sardinas eso sí bien gordas y lustrosas.
-¿Una docena, padre? ¿No le parece demasiado?
-Como bien sabes no son tiempos de milagros, que hoy día con cinco panes y dos peces… además, contaba con que aceptarías mi generosa invitación, pero ya veo…
Se encaminó en dirección a la cocina farfullando algo sobre quien iba a limpiar ahora las sardinas, en la confianza de que a mi edad estaría un poco más sorda de lo que en realidad estoy. Algo que más de una vez me permitió enterarme de algunos asuntos que por ligereza se susurran en mi presencia.
-No se ofenda, padre. No era mi intención y ya que va para allá dígale a Nicanora que mientras se asan las sardinas nos traiga un aperitivo.
Fue esta última palabra la que le hizo cambiar el gesto y en dos saltos cruzó el patio y volvió con una sonrisa enternecedora que alumbraba su rostro sonrosado y hacía brillar de alegría esos ojillos vivarachos y no pudo evitarlo: se relamió como un gato. No obstante, es un hombre educado y ofreció una débil resistencia, justo un gesto ni insuficiente ni desproporcionado.
Tras un aperitivo al que se le podrían aplicar una amplísima gama de adjetivos, si exceptuamos frugal, almorzamos unas tostas oficiadas con esmero por Nicanora según indicaciones del mismísimo padre López.
Tosta de Sardinas con pimientos asados y chalotas.
En primer lugar habremos de asar unos pimientos y unas chalotas, para lo que los dispondremos juntos pero no revueltos en una placa de horno (si no disponemos de cocina de leña), a mi me gusta a no demasiada temperatura, unos 120º por lo menos una hora, de todas formas el asado depende del tamaño y frescor de los asandos. Comprobad que ambos estén tiernos.
Pelaremos pimientos y chalotas y los cortaremos en tiras, los dejaremos en maceración en su jugo, con un par de dientes de ajo picados y un chorrito de aceite de oliva.
Evisceraremos un par de sardinas gordas y muy frescas por comensal, pues ya es raro que los pescateros se avengan a tales usos. Rellenamos la panza con chalota muy finamente picada y tras empaquetarlas en papel de aluminio las introducimos en el horno a 150º C durante 15 minutos.
Tostamos una buena rebanada de pan candeal por comensal, como de un dedo o dos de ancha y con cuidado abrimos los papillotes de sardina (queman) y separamos la carne de la espina (se desprende sin esfuerzo). Untamos el pan con un diente de ajo crudo, ponemos una capa de pimientos asados y encima las sardinas, después las chalotas asadas y adornamos con unas aceitunas negras (cacereñas) cortadas en rodajitas, un buen chorro de aceite de oliva y os garantizo momentos de placer inolvidables. Hay que comerlas muy calientes, así que si hace falta un poco de horno, pues se le da.
Un tinto joven, bien despachado de taninos acompañará bien al igual que un plato de aceitunas machadas.
También podríamos haber hecho un sorbete de ballotine de sardinas con ensalada de sus huevas y caviar de algas confitadas con espuma de almejas pero Nicanora utilizó el nitrógeno líquido para quitar unas verrugas al padre López a quien las espumas producen aires.
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Tía Concha, ¿ha oído hablar de la Coca de recapte? Creo que su receta se le parece. Gracias por la receta y el relato de los hechos.