El cristalero es otro cantar. La viuda sigue viviendo donde solía, con empeño de mujer acostumbrada a encontrar la calma sólo donde ya ha estado, aunque le hayan expropiado el lugar. Se resiste a creerlo. El pianista son los presidentes de los gobiernos de los dos territorios en liza, poniendo música chill out de referéndum y legalidad de ocasión a la Historia. Si protestas, el pianista te contesta con un administrativo vuelva usted la próxima generación. Han convenido una Restauración política, con sus caciques con mando en plaza, cesantes de mejor empleo, quinquis y menestrales. Éstos son los clientes, los ciudadanos que renuncian a tal condición por ser espectadores, ésos dispuestos a confundir una bomba con una explosión de gas. Ésos que cuando huele mal el piso del vecino llaman a sanidad municipal, no vaya a ser que el cadáver les recuerde su vida de zombis. Se han comido el paisaje como nuevos ricos. A los clientes les ha pasado lo que Ortega decía de la muchedumbre, que de pronto, se han hecho visibles, tapando todo lo demás.
Los hechos, contundentes, secos, inapelables:
1. Azcoitia, 1962: un hombre joven, soltero, paisano del pueblo, pasea por el lugar y ve cruzar la calle a la mujer del carpintero, a la que conoce bien, con su bebé en brazos y su otro hijo de 2 años corriendo tras una pelota, mientras un camión se abalanza sobre ellos. El hombre se lanza hacia la mujer y le coge el niño de sus brazos mientras ella va a rescatar al otro niño. El hombre llega a tiempo y lo salva, pero el camión arrolla a la mujer y al hijo mayor, matándolos.
2. En otro lugar del País Vasco, 1980: el bebé se ha convertido en un joven de 18 años que le da el tiro de gracia a un paisano de Azcoitia, concejal, a cuyo coche acababan de disparar siete tiros sus compañeros de ETA sin conseguir matarlo. Este paisano resulta ser el hombre que le salvo la vida. Al cabo del tiempo, el joven es condenado a indemnizar a la viuda e hijos del muerto con 90.000 €, que son pagados subsidiariamente por el Estado al declararse insolvente el vecino.
3. Azkoitia, ya con la k kafkiana propia de la época, 2005: Nuestro protagonista instala una cristalería en una planta baja que había comprado anteriormente por 120.000 €, situada en la misma finca donde nació y sigue viviendo la viuda e hijos del asesinado y en cuya casa prestan servicio los guardaespaldas de esa mujer, ya que está amenazada por ETA (ahora es concejal en el mismo pueblo). Se convierten en vecinos de escalera. Les separan dos pisos. El cristalero declara que su padre nunca le dijo quien le había salvado la vida de pequeño.
4. Un hecho que es toda una narración: El cristalero se llama Kandido. Con el mismo tipo de k.
5. La historia se convierte en institucional: llega a editorial de El País. Un editorial de pedagogía contable.
6. Se impone la auténtica verdad de esta historia, la síntesis más exacta e implacable de esta situación: Kandido dijo estar seguro de que los vecinos de Azkoitia lo respaldan a él y no a ella (Azkoitia, 10.000 habitantes). ¿Alguien lo duda?
7. Azkoitia, en la actualidad. La vecindad se hace institucional: el cristalero y la viuda comparten el salón de plenos del Ayuntamiento (aunque en la web del Ayuntamiento no aparece Kandido como concejal).
La imagen, que transmite una situación de normalidad absoluta: la viuda pasa ante la tienda del cristalero, seguida de su guardaespaldas, cada día idéntico al siguiente. Se dirige al portal de su casa.
Esta es una historia sin poesía, por más que vivamos en los pronombres de las víctimas. Y sí, ésta es una historia de extrañamiento y alejamientos, sin más órdenes de alejamiento que las que hemos querido obedecer.
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Los marcianos cantan "libera me"