Llamadas al Teléfono del Maltratador, del blog DuraLex:
Conversación 1.
- Buenos días, aquí el teléfono para hombres maltratadores. Le habla Venus, ¿en qué puedo ayudarle?
- Verá usted, estaba yo a punto de partirle la crisma a mi santa y me dije: hombre, voy a llamar primero al teléfono este que han puesto nuevo.
- Cuénteme, ¿cuál es su problema?
- No, problema ninguno, que me dan unos ataques con mi mujer, que de hoy no pasa.
- Pero usted ha llamado aquí, eso es buen síntoma.
- Sí, yo es que llamo por si me dan alguna idea para hacer que desaparezca el cadáver.
- ¿A qué cadáver se refiere?
- Al de mi mujer, pues cuál va a ser.
- No lo diga ni en broma.
- Pero, vamos a ver, ¿este no es el teléfono que puso el Gobierno para ayudar a los maltratadores?
- Sí, señor.
- Pues ahí está. Yo soy un maltratador y quiero que me ayuden con lo del crimen perfecto. Lo tengo todo pensado menos lo del cadáver.
- No, no, no. Yo debo convencerlo a usted para que no practique la violencia de género con su cónyuge.
- ¿Mande?
- Nada de matar ni de pegar.
- Y entonces para que se supone que los llamo a ustedes, ¿para hablar del tiempo?
- Para asegurarse de que no hay que practicar la violencia de género.
- ¿Mande?
- Que no se mata ni se pega a las mujeres.
- Vale. Pero ¿usted cree que si la tiro al río con unas piedras en los bolsillos saldrá a flote muy pronto?
- Señor, creo que usted necesita una terapia urgente y yo se la puedo brindar.
- ¿Mande?
- Para compensarle el desarreglo psicomotriz que le empaña la percepción de su ego masculino en armonía con los fluidos cósmicos.
- ¡Anda ya!
- Cierre los ojos.
- ¿Cómo dice?
- Que cierre los ojos.
- De acuerdo, ya está.
- ¿Tiene las manos libres?
- Bueno, me estaba rascando las ingles, pero si quiere lo dejo.
- Ponga en contacto las yemas de sus dedos pulgar e índice de cada mano. ¿Está?
- ¿El pulgar es el gordo?
- Sí
- Pues ya está.
- Con los ojos cerrados.
- Ondia, se me olvidaba.
- ¿Listo?
- Listo.
- Ahora repita conmigo: eimmmmmmm, eimmmmm, eimmmmm. Tres veces.
- Eimmmmmmmm, eimmmmmm, eimmmmmm. Tres veces. Ya está.
- ¿No se siente mejor ahora?
- Uy, sí, mucho mejor.
- ¿No nota como si se le hubiera quitado un peso de encima?
- Ya lo creo.
- Ya ve que no era tan difícil.
- Tiene usted razón, no sé por qué no se me ocurrió antes. Lo he visto clarísimo. Enterrada en la carbonera.
- ¿Cómo dice?
- Nada, nada, cosas mías.
- Bueno, ya sabe donde nos tiene si se vuelve a presentar la ocasión.
- Vale, muchísimas gracias. Y recuerdos a don José Luís.
- Se los transmitiré de su parte.
Conversación 2.
- Buenos días, aquí el teléfono del maltratador. Le habla Deysy.
- Yo quiero hablar con un tío, mecagoentó.
- Cuénteme a mí lo que le pasa.
- Pues que tentado estoy de darle un par de cachetes a la parienta.
- No debe hacerlo, ni se le ocurra.
- ¿Ves? Lo que yo le decía. Pero ella burra y burra y que por qué no le atizo en la rabadilla como hacen en las pornos.
- ¿Se refiere usted a las películas pornográficas, caballero?
- Sí, a las pornos. Antes las veíamos juntos, pero la Juani, mi mujer, coge todas las mañas y no me deja vivir.
- Dígale a su esposa que ésos son espectáculos degradantes para la mujer.
- ¿Degraqué?
- Degradantes.
- Ah. Bueno, como le iba diciendo, doña Bety
- Deysy.
- Eso. Pues que mi señora insiste en que le arree cachetadas en el culo mientras practicamos el sexo, pero a mí me da cosa.
- Es usted un varón ejemplar, muy bien.
- Gracias, ¿pero, entonces, no debo atizarle un poco para que le guste?
- ¿A qué se refiere usted exactamente?
- Pues mire, doña Deysy, a que según ella está en pompa y yo ataco desde el sur, le dé así con la mano abierta en las posaderas.
- ¿En las posaderas?
- Sí, mujer, en las nalgas. Pero sin hacerle daño.
- ¿Y a ella le gusta?
- Se pone como loca.
- ¿Y le da usted muy fuerte?
- Bueno, mucho, mucho no.
- ¿Con las dos manos?
- Esto..., pues unas veces con una y otras con la otra. Más con la derecha.
- ¿Y ella gime?
- ¿Cómo que si gime?
- Así: ummm, ahhhh, aaaaay, ohhh.
- Más o menos. Oiga, ¿se encuentra usted bien?
- Sí muy bien. Eres un encanto.
- Pues, esto... gracias. En fin, ya llamo otro día un ratito más.
- No, cielo, espera. Cuéntame qué le dices mientras le das palmadas en el culo.
- Pues qué quiere que le diga, que no sé a quién salió tan guarra.
- ¿La llamas guarra, mi amor?
- Bueno, es en confianza.
- Llámame guarra a mí, anda.
- ¿Cómo dice?
- Que me llames guarra y me digas que me vas a azotar un poquito en el trasero el día que nos veamos.
- Oiga, señora, que usted se confunde. Voy a colgar.
- No por favor, que ya falta poquito.
- Descarada, fresca, cerda.
- Ay, así, así, sigue.
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