ANDRÉS TRAPIELLO CONTRA JUAN MANUEL DE PRADA (1999)
Juan Manuel de Prada telefoneó. Quería consultar un libro sobre Margarita de Pedroso, de la que piensa escribir un trabajo, para añadirlo a un centón que sobre escritores raros está preparando. En el primer momento sentí una vaga extrañeza. ¿No habíamos dejado de ser amigos? ¿No le había llevado la pobre cabeza de uno a su amigo el poeta Gimferrer, autor de los más memorables versos de nuestra poesía a propósito del excremento y las castañas amargas, y no había bailado para él la danza de los siete velos?
Llamaba como si nada hubiera ocurrido, como si las cosas siguieran en el mismo punto que hace un año. Bueno, me dije, si quiere volver, que vuelva; ¿a mí qué me importa? Se alegró al conocer que en todos estos meses en los que no ha dado noticias no había contraído yo ninguna enfermedad grave y, ufano por saber que ese raro libro de la Pedroso está en casa, quiso pagarme con una pequeña delación. Ay, no debiera seguir uno por este camino, que no puede llevarle a uno a ningún sitio bueno. Me dijo, oye, por cierto, el otro día, en una reunión que hubo en el ABC, salió tu nombre, y Sánchez-Ostiz, el Rabioso de Pamplona, te desolló vivo.
Te dice una cosa así alguien que no es tu amigo, de alguien que es tu enemigo manifiesto desde hace quince años, y ¿qué se espera que haga uno? ¿Pensará que es una información privilegiada? ¿Tendrá esperanzas de cobrársela?
Le dije, ah, bueno, no importa. Y es verdad, porque da lo mismo que a uno lo despellejen o no, a estas alturas de la vida. De joven, quizá no. De joven puede uno llegar a sentir complejo, pensando que es único en el desollamiento de la gente. Pero no, los años te hacen ver que todo el mundo acuchilla a todo el mundo, en un rato, de paso, sin ganas incluso. Las cosas que no se dirán en la sociedad literaria del propio De Prada. Las cosas que no habrá oído uno ya del hombre de los bombones a lo largo de los años, cuántas cenas languidecientes y mustias no habrán levantado las carcajadas que su solo nombre suscita. Daría igual que uno fuera santo, porque encontrarían el modo de escarnecerlo sin piedad. Yo tengo dos o tres amigos santos, y hasta de ellos ha oído uno cosas increíbles. Al contrario, que el Modiano Mediano se ocupe de uno, es una distinción, un homenaje, no ya mediano, sino completo.
Quise saber qué cosas decía, por decorarme un poco con ellas, pero no. Se conoce que eso no era ya por el mismo precio. Se limitó a repetir, terrible, terrible. Quizá pensaba que con tales insinuaciones iba a despertar mi curiosidad y que uno iba a subir la cuota. Aunque no lo creo. Por la consulta del libro de la Pedroso, yo creo que él pensaba haber pagado bastante con el chisme. Yo pensaba: pobre Juan Manuel, lleva un año sin dar señales de vida, aparece y me pregunta como si hubiéramos estado hablando la víspera de cosas íntimas, oye, ¿tienes un libro de Margarita de Pedroso? Le digo que sí, y circula la moneda insidiosa: has de saber que Sánchez-Ostiz te puso de chupa de dómine el otro día.
Y uno, que en efecto es un bendito, contra la opinión de los malsines, en vez de decir, vete a la mierda, dijo, gracias, muy obsequioso, "pásate por casa cuando quieras ver ese libro, sabes dónde vivo; y de lo otro, nada, no tiene la menor importancia, no te preocupes". Y esto último lo dije como si me creyera yo que los despellejes de este o el de más allá le preocuparán, si acaso no es él mismo el que los empieza.
...
Animado como estaba, ni siquiera me importó dedicar la tarde del domingo a trabajar en el libro de Lasso de la Vega y en otros de La Veleta. Y así, en casa de Juan Manuel Bonet, hablando de todo un poco, me comentó éste que hace dos semanas tuvo lugar en ABC un almuerzo, convocado por Juan Manuel de Prada, colaborador de ese periódico, para preparar la estrategia del Premio González Ruano, en realidad, por usar de la terminología bélica, "para ablandar el terreno". El primer bombardeo tuvo lugar tres días después: el propio De Prada publicó una "tercera" sobre uno de los miembros del jurado. Entre raro y raro, entre Pedroso y Pedroso. Se ve que los raros le gustan como bisutería, para lucimiento propio, nada más. No hay en él amor piadoso y compasivo al desdichado, al bohemio, al canalla, sino a su propia manoletina. Yo no la leí ni la he visto siquiera, pero Bonet, que no es en absoluto insidioso o malvado, ni tiene el menor interés en ese premio (ni siquiera sabía que uno había presentado el artículo sobre la batalla de Teruel), sacudió comprensivo la cabeza y reconoció que el escrito era triste y de una adulación grotesca, repulsiva y obscena. Lo supongo, porque esos artículos de De Prada, que alguna vez he sufrido también en los tiempos en que él trabajaba los bajos de la cucaña, se le quedaban pegados a uno en las manos.
Quizá debería haberle contado a mi amigo Bonet que había presentado ese artículo, pero no, no pude confesar algo tan sencillo. ¿Por qué? No lo sé. Me limité a confesarle que conocía lo de esa reunión, porque en Madrid esas cosas se saben a la media hora, incluso por gentes como yo, que no salen de casa, aunque se me escapara el propósito con el que habían puesto a circular algo así. Le dije incluso que sabía quiénes habían participado en ello, con el Egolari de Pamplona, que lo despellejó a uno tocando las castañuelas y acompañándose de un gran zapateado y moviendo la bata de cola, haciendo de director de zambra, y partiéndome luego en tajadicas para hacer la famosa chistorra.
Esto último, lo del Egolari, lo deslicé con el solo propósito de mortificar algo a mi buen amigo Bonet, porque sigue uno sin comprender cómo trata aún a un sujeto que tarde o temprano también a él lo va a hacer picadillo, porque la chistorra, qué duda cabe, en manos de los loquitos es adictiva. De ese, pasado como se le ve de revoluciones, se diría incluso que la chistorra se la esnifa. Podrá ser más tarde que pronto, pero llegará ese momento de la cuchillada trapera, si acaso no ha llegado ya en alusiones veladas en este o aquel escrito del pamplonica, y viva San Fermín, que diría nuestro gran crítico, de Pamplona también por aquello de que no hay uno sin dos ni ego sin eco.
Me preguntó Bonet, más receloso con mi contumacia que por lealtad hacia su amigo, cómo sabía yo, sin salir de casa, tantas cosas, que había habido una reunión y que a ella habían asistido Fulano, Zutano, Perengano, Juan Manuel de Prada y el Egolari. Le respondí que me lo contó el propio De Prada. ¿Pero no había dejado de verte?, preguntó Bonet. Había, respondí. ¿Y?, volvió a preguntar. Y respondí: está cogitando un ensayo sobre Margarita de Pedroso, eximia escritora. Y como Bonet es un erudito tan serio como bondadoso, en cuanto supo que había alguien queriendo escribir sobre la señora Pedroso, le entró un ataque de risa, una risa incumbente porque como sabe, como lo sabe todo el mundo, que con los libros de la señora Pedroso, ni aun queriendo, se podría hacer longaniza.
...
Hablábamos de muchas cosas, de la editorial, de Valencia, de los amigos de allí, de aquí. Hablábamos como dos amigos, sin cortapisas. Y de pronto, me dijo, oye, por cierto, el otro día hubo una reunión en el ABC... Asentí con la cabeza, dándole a entender que aquí ya está al tanto de esa reunión todo el mundo.
Se tomó unos segundos antes de proseguir, como quien sostiene en la mano la cucharilla del amargo jarabe. Bien, me dijo un poco apesadumbrado por ser él quien a veces porta las malas noticias: te escabecharon. ¿Quién?, pregunté yo, ¿Uno, todos, el señor Egolari? Ah, no, me dijo mi amigo, ése no, o no me consta: fue sobre todo Juan Manuel de Prada.
Estos balanceos de la vida, un poco cómicos, y la charcutería literaria, recuerdan los enredos de las viejas comedias, Alguien, sin que nadie le apremiara, merca un chisme en el que se acusa a otro, pero la comedia da un giro inesperado y nos enteramos de que el delator del crimen era el... mismo criminal. ¿Y qué necesidad tendría de trapichear con todo eso? Margarita de Pedroso, francamente, no creo que valiese treinta monedas de plata.
Me entró un ataque de risa, mínimo vodevil, con gente que entraba y salía de escena, unos diciendo unas cosas y otros, dependiendo del interlocutor, tapándose y jugando al escondite.
¿No vas a hacer nada?, me preguntó, mi amigo. ¿Qué podría hacer? Le entran a uno ganas de llamar a ese sujeto, claro, y decirle, mira, nene, tú trepa, disfruta tu Premio González Ruano y escribe sobre Margarita de Pedroso, que es donde está la gran literatura española, pero a los demás déjanos tranquilos. Uno, sí, en un arranque siente deseos de obrar así. Pero a la hora esos impulsos se desvanecen, y acaba uno encogiéndose de hombros, porque si tuviese que intervenir cada vez que se producen tales cortocircuitos, no haría uno otra cosa. Tampoco es probable que al pedrosero vuelva uno a encontrárselo, y en caso contrario, larga cabezada a distancia, sonrisa conspicua y arqueo de cejas, o sea, repertorio completo de la cínica comedia.
Estudiar de cerca a un ejemplar así, sus combinaciones, sus fullerías, sus movimientos estratégicos, para mí tiene un interés novelístico. Digamos que son estudios de entomología. En vez de admirar escarabajos de verdad, como Jünger, observar al escarabajo humano llevando de un lado para otro, por las casas, la pelota de porquería. La propensión a la fábula, que diría Baroja, es innata en el hombre.
A Bonet le dijo también el otro día, vente al ABC, porque yo allí mando mucho, y al mismo tiempo echaba de "Blanco y Negro" al amigo de Bonet, el Egolari pamplonés, pues las colaboraciones de ambos, del chistorradicto y del zamorano, coincidían enfrentadas, y este último, que por lo que se ve, en efecto, manda mucho en ABC, no pudiéndolo sufrir, lo ha quitado de en medio.
En un escritor que no debe de tener todavía veinticinco años, toda esa desenvoltura asombra y anonada. Hace cien años, cuando la gente se moría a los cuarenta, de hambre o de tuberculosis, y no querían perder tiempo con las cuchilladas, las emboscadas y las trampas, los escritores podían hacer eso y más, iban al grano y se despejaban el camino como fuese.
El asombro es general. Qué duda cabe, una biografía como la suya interesa y despierta la intriga. Unos lo ven con envidia, otros con repulsión, todos con curiosidad.
Hace unos días, alguien en una cena aseguraba, delante de otra gente, que este De Prada se había estado acostando con una mujer muy conocida del periodismo... Algunos me miraron, esperando quizá una confirmación o desmentido, como si esas cuestiones de enaguas tuvieran el menor interés, y me encogí de hombros. Recuerdo que hace dos años, a propósito de algunos lances galantes se lamentaba De Prada diciendo: "¿Adónde he venido a caer? ¿Qué mundo es este en el que alguien puro, de la provincia, termina enredado con unos y con otras, con casadas, con solteras, con cualquiera? ¿Por qué las mujeres, en cuanto olfatean el éxito del hombre, babean de gusto y están deseando que se la metan? ¿No hay poesía en esta vida? ¿La vida del escritor va a ser esto, es que aquí no se da nada sin esta clase de contraprestaciones? ¿Qué clase de mundo tenéis aquí?". Hombre, no sé, recuerdo que le dije, lleva uno en Madrid veinticinco años, ha conocido uno a algunas periodistas y redactoras jefas, algunas jóvenes, inteligentes y garbosas, casadas y solteras, y no se ha acostado uno con ninguna; a lo mejor lo tuyo y las mujeres esas a las que desprecias es amor. Él meneaba la cabeza de un lado para otro, no, no, mugía, y a continuación hundía la barbilla en el esternón, como si sus hombros no pudieran soportar el peso de su fama incipiente y el oneroso tributo que por ella había de pagar en secreto.
Y ayer, hablando de otras cosas, el propio Bonet, mientras contaba lo del ABC, se acordó de este episodio galante, y sabiendo que yo trataba a De Prada entonces, me dijo si había oído algo. Y es raro, porque a Bonet tales pistos picantes han de aburrirle necesariamente, como todo aquello que quede fuera de la jurisdicción del papelismo viejo, la literatura, la música y el arte de vanguardias, pero seguramente quería hacerse una composición de lugar. ¿Tú sabes algo?, me preguntó de nuevo, y puso uno semblante de perfecto sinapismo, y le dije, "primera noticia". Podría haberle dicho aquello que decía Chaves Nogales a propósito del gobierno de la República, al que fue leal hasta el mismo día en que abandonó Madrid. Dijo, yo le fui leal hasta ese día. Pero no, se morirá uno sin decir si le dijo o si no, y qué, si fue que sí. No tenía la menor idea de eso que cuentas, dije, pero comprendí que resultaba poco convincente.
Luego, de vuelta, y hablando de estas pequeñas miserias en casa, le preguntaba a Miriam, que ha leído muchas historias de los galanteos dieciochescos franceses, ¿y no es peligroso que un joven de provincias manipule todos esos asuntos al mismo tiempo, no le delatarán sus dobles y triples juegos? Lo probable es que le ocurra como a Rubempré, y tarde o temprano caerá en desgracia. Pero ¿quién lo sabe? Quizá suceda todo lo contrario, y de una manera impune, con audacia y fortuna, irá escalando puestos en la sociedad literaria, y para cuando quieran darse cuenta todos aquellos de los que se ha servido para escalar, no podrán detenerlo ni derribarlo, porque en su caída les arrastraría, de modo que terminará aceptándolo como un parigual en ese sínodo.
¿Y por qué razón alguien cuenta la aventura que ha mantenido con una mujer casada que le dobla en edad y de la que podría ser su hijo, sabiendo que si llegara a oídos de ella, ésta sólo podría negarlo? No sé por qué razón, algo me dice, por instinto, que acaso ni siquiera fuese verdad, sino las imaginaciones de un joven para decorarse, para impresionar, por vanidad más que por romanticismo. ¿Por qué, pues, lo habrá urdido?
¿Y tú vas a contar algo de todo esto en el diario?, me preguntó Miriam, ¿tú crees que vale la pena?
Valer la pena, lo vale todo, si se sabe contar. Yo creo que no sabré, pero lo ha intentado uno, y que tampoco tiene mucho interés, pero habría que encontrárselo.
Se me quedó mirando. He arqueado también las cejas y he puesto cara de tabla, pero Miriam lo conoce a uno más que ningún amigo y ha leído algo mejor en ella, y me ha dado un buen consejo. Me ha dicho que no me metiera en ese lío, convencida de que uno por una buena página de un libro es capaz de arriesgar la vida. "Piensa en los chicos, que les quedan por hacer a los dos las carreras, piensa en mí, que soy la que pone las vendas y te desinfecta las heridas. Luego, cuando crezcan los chicos, si quieres, cuenta lo que quieras, pero de momento sé prudente."
Quién sabe. Es un buen consejo, pero puede uno morirse mañana, los chicos quedarse sin carrera, y al posteridad sin otro cuento. De manera que toma uno la decisión de contar las cosas con la vaga y tonta esperanza de que nunca lleguen a manos de ninguno de los protagonistas estas pequeñas escaramuzas, porque siendo ese pollo tan joven y poderoso, y teniendo por delante tantas reuniones de ABC, será un enemigo incómodo, y tampoco le gustaría a uno que nadie descubriera a esa mujer en este cuaderno. Ha hecho uno, sí, lo que ha podido, la ha transformado algo, le ha añadido unos cuantos años, le ha cambiado de trabajo y la ha hecho redactora jefa, en fin, un poco de laboratorio para hacer diarios de laboratorio, de esos que no causen problemas, a diferencia de esos otros diarios escritos a pecho descubierto por los escritores valientes.
Lo mejor, me digo también, sería no haber contado todo esto, porque no tiene ningún valor, ni siquiera como literatura testimonial, no arriesga uno nada, en fin, no son más que parlas con arreos proustianos, pero al mismo tiempo me digo, quizá dentro de cinco aós, cuando se publique este cuaderno, pueden haber cambiado muchas cosas. El joven De Prada puede haber muerto (y Dios no lo quiera, siendo como es tan joven y teniendo por delante toda la vida), puede haber muerto su amante o puede que ésta, sabiendo lo que ese infeliz va contando por ahí de ella, haya decidido pasar a la acción, y se haya vengado, no sé cómo, y puede, en fin, que yo mismo me haya muerto (cosa que de momento tampoco deseo, con lo joven que soy y el rosario de éxitos que parecen estar aguardándome). Y quién sabe si para entonces, para dentro de cinco años, esta historia, por una maduración natural, mientras permanecía en lo profundo de la bodega sosegándose en su cuba, habrá acabado por convertirse en una de esas historias deliciosas de leer y edificantes para la juventud en marcha.
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