Sentados en torno a la estufa de leña en el centro del bar, los jóvenes escuchaban divertidos las historias de un hombre barbudo. Con una copa de coñac en la mano izquierda, su cuerpecillo se erguía sin énfasis inclinado hacia la estufa, como buscando el calor. Hablaba pausado y vehemente de sus tiempos de camionero, cuando conducía por las carreteras españolas un enorme camión cargado de pollos apretujados en minúsculas jaulas de hierro. Una vez, cruzando un puente sobre el Ebro, perdió el control del volante y derribó los frágiles pilones que separaban la carretera del vacío. El camión cayó al río, y cuando ya sentía angustiado la inminencia de la muerte los pollos sacaron sus alas de vuelo bajo por entre las rejas y elevaron el vehículo hasta posarlo de nuevo sobre el carril por el que circulaba. Aquel día volvió a nacer y descubrió en su mercancía posibilidades colosales. A menudo, cuando regresaba a casa de la dura jornada de trabajo, encaraba el camión al Oeste y pisaba a fondo el acelerador. Sacaba la cabeza por la ventana y gritaba mirando hacia atrás: ¡A California! Los pollos batían las alas a toda velocidad y en pocos minutos el camión aterrizaba en alguna carretera de la costa californiana. Se bañaba en la playa, bebía coñac en algún bar y se jugaba algunos billetes en un casino. Después regresaba al pueblo, satisfecho y feliz.
El perfume
Fue el primer separado del pueblo, como Carme Chacón ha sido la primera, pero como buen pionero nunca lo reivindicó y pocas veces le supuso un reconocimiento. Le gustaba beber y fumar caliqueños, la magia y las mujeres, y era contrario a la asepsia de la higiene. Algunas veces, cuando estaba animado y las jóvenes de las mesas le miraban, se encaramaba a la torre de sillas de plástico que había junto a la puerta y levantando el cuerpo liviano con los brazos como palanca pedaleaba en el aire durante algunos minutos con sorprendente energía. Por la noches, en las veladas en torno a la estufa de leña en el centro del local, hacía trucos de magia con los utensilios que había comprado o le habían traído de Ca La Magia, una tienda de Barcelona que consideraba el templo de los magos españoles.
Un día de verano los dueños del bar le regalaron un perfume. Le dijeron que atraía a las mujeres con tal intensidad que si se lo ponía para salir no habría manera de quitárselas de encima. Se peinó, se afeitó y se perfumó. Se sentó en un extremo de la barra y comenzó a guiñar el ojo a las chicas que entraban. Cuando la camarera se acercó para servirle la llamó aparte y le advirtió, con la mejor intención:
- Yo... no es que no me gustes, no me entiendas mal, pero tú eres mujer casada, y con el perfume que me habéis regalado, a lo mejor... Vete a la cocina y que venga a atenderme tu marido, que yo no quiero líos.
Etiquetas: Happel
«El más antiguo ‹Más antiguo 201 – 400 de 437 Más reciente› El más reciente»