Tienen las lentejas un cierto carácter de pariente pobre. A lo más que han llegado es, fuera aparte de la famosa aventura de la primogenitura, a conformar una frase hecha: si las quieres las tomas, y si no, las dejas. Magro premio para tan perfeccionado objeto de la evolución vegetal. Carecen de la literatura de las judías y no aparecen, como los garbanzos, en la cumbre de la cocina española que es, en mi opinión, el cocido de tres trancos. Sin embargo, una vez cocinadas, tienen un bonito color, son suavísimas en el paladar, donde es posible molerlas sin más ayuda que la propia lengua, y –last but not least– (esta frase en inglés la coloco aquí porque sé que a cierto nick extensivo le parece mal que las use, y me llama pedante por ello), son una legumbre poco aerofágica o meteórica.
Como en todos los platos antiguos, la cocina de la lenteja admite un enorme número de variantes. Habrá quien se indigne conmigo alegando, cejijunto: “¿lentejas sin patatas? ¿Ni tocino lardo?... Pues vaya lentejas sosas.” Sosas, no: simples. Sencillas. Esenciales, casi. Y, probablemente, murcianas en su origen; al menos, murciana es la señora de la que aprendí la receta.
Cubre el culo de la olla exprés con una lámina de buen aceite. Pon a pochar media cebolla bien picada y, al poco, añade jamón tierno cortado en pedacitos menudos. El jamón, ya sabes, no hace falta que sea muy bueno aunque, si lo es, pues mejor. Pela dos zanahorias y trocéalas bastante. Ponlas igualmente en el sofrito. Da unas vueltas e incorpora un diente de ajo bien machacado. Cuando aquello comience a oler agradablemente, cosa que sucederá pronto, añade pimentón de La Vera (una, de café, cucharada y media) y mezcla rápidamente para evitar quemazones y posteriores amarguras. Pon dos vasos llenos de lentejas, mezcla bien y vierte hasta ocho vasos de agua. Tapa la olla, llévala a que pite y, entonces, manténla en el fuego durante veinticinco minutos. Al retirar, tras esperar a que la presión interna se iguale a la atmosférica y puedas abrir el reactor isocoro, añade la sal que creas conveniente según tu leal saber y entender. A la mesa.
Dada la casi total ausencia de grasas de origen animal, yo acompañaría el plato con un blanco de cierto cuerpo. Por ejemplo, un Marqués de Riscal Sauvignon Blanc 2006. De Rueda.
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