Marzella tiene nueve años cuando la vanguardia artística de la época, a través del luego consagrado Ernst-Ludwig Kirchner, la pinta desnuda en este retrato. Estamos en 1909-10, aún no hace un siglo. Su verdadero nombre es Liza Franziska Fehrman y el alías de Marzella o Franzi no es nombre artístico que la aleje del pintor sino apelativo cariñoso por su edad y proximidad al artista. La reseña que el Museo de Arte Moderno de Estocolmo asigna al cuadro es piadosa: “... pero ella tiene una intensa mirada de adulto y, a pesar de su desnudez, ella es el sujeto más que el objeto de la mirada masculina. Sin embargo, sus labios y sus uñas están pintados de un rojo provocador”. En la atribución de sujeto a Marzella y la condena de la mirada masculina como presunta culpable está el velo de corrección política necesario para no tener que arrinconar la obra en el sótano. Kirchner (1880-1938), fue uno de los fundadores del grupo artístico Die Brücke (El puente), cuyo programa se dirigía a una “nueva generación tanto de creadores como de espectadores” y concebía la juventud como sujeto proyectándose hacia el futuro. Ese sentido continuo de las generaciones se inspiraba en la idea de Nietzsche de que “la grandeza de un hombre está en ser un puente y no una meta: lo que el hombre puede admirar es que es un tránsito y un ocaso”. Los de El puente propugnaban la recuperación de lo natural en el hombre y la práctica del sexo como vacuna contra una visión romántica de la realidad. No había antagonismo entre juventud y madurez, sólo biología y pasión por captar y transmitir las expresiones de las modelos, especialmente a través de sus desnudos, pose que el movimiento artístico defendía con vigor. El sexo era el lugar donde la razón y la convención fracasaban, el límite de la moral. Querían que el alma fuese el espejo de las caras.
Con menos pretensiones intelectuales pero en el mismo año de 1909, Antonio Machado se casa con una Leonor de 16 años, a la que había conocido a la tierna edad de 14 en la pensión soriana que regentaban sus suegros y donde él se hospedaba. Stanley Kubrick rueda Lolita en 1962, aunque se cuida de que Sue Lyon, la protagonista, sea mayor de edad. Deliberadamente, Nabokov obvia los sentimientos de los personajes y deja en el aire la cuestión de quién seduce a quién, de quién es el sujeto y el objeto de deseo que la reseña del pudoroso museo sueco asignaba con claridad al pintor y la modelo, matando (el sueco) la tragedia que tan bien plantea la novela. ¿Se puede concebir una Lolita actual sin riesgo de condena y ruina para su autor y productor? J. M. Cotzee, en Diario de un mal año, dice que la estratagema utilizada por Kubrick (una actriz mayor de edad que interpreta un personaje de ficción menor) no serviría de nada. Denuncia la connivencia “entre el feminismo y los conservadores religiosos” en la censura moral de la pornografía, “mientras que los medios de comunicación encabezan impunemente una exhibición sexual cada vez más grosera”.
Los anteriores casos, ¿son modelo de una transgresión propia del arte, de su capacidad de vencer el tabú de cada época, o una simple distorsión de las costumbres vigentes a través de la licencia que la sociedad concede al artista? El mito y la fascinación de la juventud son tan antiguos como el mundo pero la congelación y retraso de la adolescencia hasta edades hace poco consideradas venerables es reciente. Se niega la ambigüedad propia de la infancia y la adolescencia, haciéndolas tan unívocas como uniformes según este nuevo patrón de conducta. Se prolonga la juventud como ideal robándole su acceso a la realidad, su responsabilidad y su derecho a hacerse con una vida propia. El tabú ya no es sólo sobre el sexo con menores sino que se ha extendido al debate sobre el mismo.
Excepto la tolerancia mostrada hacia las bodas gitanas por sentido de culpa étnico, el sexo con menores nunca había sido un tabú tan histérico como ahora. La ley y la opinión pública se muestran unánimes en la reprobación, negando cualquier autonomía al adolescente, retrasando su emancipación laboral vía masters o vital mediante residencia en el resort paterno hasta los treinta años. O retirándoles el derecho a la tutela y la educación a través de la familia en favor del Estado: la reciente reforma del artículo 154 del Código Civil establece que "los tutores ejercerán su cargo de acuerdo con la personalidad de sus pupilos, respetando su integridad física y psicológica", en lugar del anterior por el que los padres o tutores podían "corregir a los menores razonable y moderadamente". La atribución interesada a esta última redacción, cuya vigencia en una versión muy similar desde 1889 prueba su realismo jurídico, de “último resquicio que amparaba el castigo físico a los niños en la legislación española” demuestra la confusión de los nuevos majaderos. Si a la escuela se iba educado de casa ahora se acude con una integridad física y psicológica expropiada y gestionada por los expertos de turno.
¿Qué miedos sociales conjura el dogma de la protección extrema a la juventud hasta anularla? Además de los obvios del adulto a la competición y a la muerte está el de la extinción de la raza (o de una cultura, por utilizar un eufemismo), pues sólo una sociedad occidental y blanca con natalidad insuficiente sacraliza al joven no como bien escaso y productivo sino como objeto raro a proteger, apartándolo paradójicamente de la reproducción. El niño biológico es ajeno a los grupos de presión que dominan (feministas, solteros, homosexuales), que prefieren la adopción al hijo propio para lavar no se sabe qué ignotas y siempre ajenas culpas coloniales. Por supuesto, esa extinción se acelera haciendo inútil y dependiente al joven al despojarlo de cualquier autonomía. Capacidad de decisión que iba adquiriendo cuando sus tutores les proporcionaban medios de vida a través de una educación que les “corregía razonable y moderadamente”. Entonces, ¿para qué este nuevo manual de instrucciones que le dice al joven que pueden y van a vivir por él? Posiblemente no sea más que el deseo de esos grupos de presión de crear humanos a su imagen y semejanza para reforzar su poder y no sentirse tan solos.
●●●
Los chinos que sobrevivieron al botón del titular de ayer lo celebraron inventando la tarjeta de felicitación de Año Nuevo. Con el paso del tiempo y de las majaderías el artilugio se perfeccionó hasta llegar a la moderna caricatura. Sirva el cartel adjunto para felicitarles a ustedes muy afectuosamente.
Etiquetas: Bartleby
1 – 200 de 311 Más reciente› El más reciente»