Hasta hace apenas tres semanas yo era un firme defensor de la globalización. Siempre había creído que las diferencias entre los seres humanos eran accidentales. La verdad, una vez que superé lo de la “bestia rubia, me creí lo de que “all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the pursuit of Happiness.--That to secure these rights, Governments are instituted among Men, deriving their just powers from the consent of the governed”. Por eso me había parecido que los masai tienen perfecto derecho a querer vivir en casas con aire acondicionado, un jardín con césped y un 4X4 en el garaje –como si vivieran en Phoenix-, que los chinos tiene derecho a cagarse en los muertos de sus alcaldes –como si fueran súbditos de Ruiz Gallardón- o las yemeníes a no llevar las caras tapadas por una creencia religiosa impuesta –como las residentes en Helsinki-. Todas las alegaciones que se han realizado a favor de la conservación de rasgos culturales, políticos o económicos me sonaban a imposturas propagandísticas de los poderosos para mantener a la gente en estado de sumisión.
Este progresismo ingenuo - un amigo mío lo llama estupidez- incluía una inquebrantable fe en el comercio, un entusiasmo casi religioso con el flujo de información provocado por internet, y una confianza ilimitada en el sistema de instituciones jurídico-políticas nacidas de las Revoluciones Americana y Francesa. Después de todo, si el propio Saramago vive en Tenerife en vez de en Pyongyang, la civilización occidental no tiene que estar tan mal. Además creía que los logros científico-técnicos de Occidente confirmaban la superioridad de mis ideas. ¿Quién coño quiere vivir en una palloza abrazado a una vaca pudiendo contratar la calefacción con GAS NATURAL?
Pensando como pensaba cuando alguien decía cosas como “todas las culturas son iguales”, mencionaba “los derechos colectivos de los pueblos” o denunciaba los peligros de la “extinción de los oficios tradicionales” mi reacción tendía a ser parecida a ésta. Así que uno de las cosas más difíciles que he tenido que hacer fue redactar, para una amiga que estaba enferma, un trabajo de doctorado sobre las tesis de Will Kymlicka, que trata de encajar todo lo anterior con los postulados clásicos del liberalismo. Lo terminé, más o menos subido a las paredes, pero lo terminé. Para no perjudicar a mi amiga con una soflama políticamente incorrecta, contuve mi santa indignación por cosas como que a los sikhs se les haya autorizado en Canadá a circular en motocicleta sin casco... ¡¡¡por motivos religiosos!!!
Así las cosas, hoy he de confesarles que me he unido a las huestes antiglobalización, que adoro a Kymlicka, a Habermas y a Labordeta, iré al próximo Foro Social –siempre que se celebré en Brasil- y que suscribo de la cruz a la raya la declaración de Granada, uno de cuyos párrafos más acertados les cito:
“La invasión imparable de mensajes y comunicaciones de toda naturaleza a través de las redes informáticas, con sus maravillosos logros culturales y científicos, no puede ocultar tampoco que, enajenados ante una cultura extraña, miles de seres humanos vuelven su rostro hacia sus tradiciones y creencias en busca de un refugio que se torna a veces en intolerancia étnica, nacionalismo agresivo y fundamentalismo religioso, con el patente incremento de la tensión en las relaciones internacionales y la eventual aparición del terrorismo y la guerra.”
Reconozco que mi conversión no se debe a mi propia capacidad para reflexionar sobre la realidad del mundo, no me hubiera caído del caballo sin un amigo mío -¡Gracias, Carlos!- que me proporcionó uno de esos raras momentos de iluminación que suceden en la vida. Es ese satori, ocurrido hace tres semanas, es el que comparto hoy con Uds. No me cabe duda de que a la vista de los tres videos que cuelgo a continuación gritarán conmigo:
1.- Thriller
2.- Lucha de tractores
3.- Modern Talking
Etiquetas: Almirante Benbow
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