Formado con una Kodak en los arrozales del valle del río Yangtzé, al llegar a Occidente Sù Shí Zhě se especializó en retratar platos de comida. A distancia corta, es un reconocido maestro en el arte de atrapar el alma del guiso y revelarlo a los ojos.
Estos meses reside en uno de los estupendos establecimientos de una lujosa cadena hotelera, donde prepara un tríptico con las especialidades del nuevo chef, fichaje estrella de la temporada. Todo fue como la seda en la dinastía Han hasta que se topó con el jamón, un imprescindible en el nuevo cuadro gastronómico.
Sù Shí Zhě siempre ha visto rápido dónde está el detalle, el aura del alimento. Como Shitao. Clic Clic Clic. Habilidoso en trasladar el sabor al papel, despachó todas las arquitecturas del chef en apenas tres días. Desde entonces, la tortura.
Las paredes del estudio comedor han sido pintadas tres veces, de caramelo ebony a crudo neozelandés a blanco colombino. Se han empleado micro aspersores alemanes para regar la lasca con películas de sudor sabroso.
Cada mañana Sù Shí Zhě baja de su suite al estudio. Confiado siempre en que esta vez tiene la figura y el método, el jamón le ha burlado siempre. Clic Clic Clic. Él siempre detiene el tiempo y la sustancia. Se aproxima, encuadra, retoca imperceptiblemente el objetivo. Una ligera muesca esboza una sonrisa en su boca, pero en cuanto dispara, con el Clic aún en el aire, sabe que se le ha fugado. El modelo ríe el último y sale tenso donde debió curvarse, árido donde se pretendió una textura carnosa. Las vetas, tan presumiblemente fotogénicas, desprecian al artista.
Las noches alternan la vigilia con la pesadilla. Hoy ve al cerdito Porky perseguido por Bin Laden. La caricatura escapa y se ríe, pero en vez de su característico tartamudeo profiere un retador “Clic clic clic”. Caga manzanas y se esconde tras un cortinaje de jamones al trasluz.
Sù Shí Zhě despierta ojiabierto. Se viste azorado y baja al estudio. Después de seis meses, tiene la idea. Y las ideas siempre fueron leales, se ejecutaron en impresiones. Sù Shí Zhě ha pensado en un bucle, pero el estudio no servirá. Ahí estaba el error. Hay que salir fuera, al natural. Llaman al cortador de jamones y le solicitan una lasca alargada que girará sobre sí misma y simulará un túnel. Un agujero desde la luminosidad mediterránea al oscuro, casi negro, centro del sabor. La sima ibérica.
Todo está preparado. Sù Shí Zhě arma la postura, estudia el ángulo. Lo tiene. Clic Clic Clic.
La pantalla testifica de inmediato y el fotógrafo nota de nuevo el fatigoso peso del infarto. En la imagen, bella a ojos de cualquier espectador profano, se ha colado un minúsculo haz de luz. Allí, en el fondo del túnel. El objetivo se escapa, la estampa desfigura, inservible.
Sù Shí Zhě cierra la sesión y camina lentamente por el césped bermuda que da a la playa. Grita en su dialecto natal, vacía los pulmones frustrados. Maldito jamón cambiante, maldita carne plural. En el horizonte marino, el viento de poniente mueve un velerillo hacia esa raya que parece el fin de la existencia.
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