
Sin embargo, parece que la condena definitiva no acaba de llegar. Ante esto surge de modo natural una pregunta que ha sido formulada de mil formas distintas en los últimos años: ¿Por qué el nazismo, una ideología con un historial de víctimas equiparable (o acaso inferior) al de nuestro acusado, ha merecido la más solemne de las condenas mientras que el comunismo no? ¿Qué ha hecho el comunismo para merecer un trato mejor? Aunque se han ofrecido muchas respuestas a este aparente enigma, parece que últimamente no está demasiado de moda incidir en un hecho que, al menos en mi opinión, hace que la equiparación entre ambas ideologías no sea acertada (explicando así este fenómeno): que ha habido comunistas dignos, personas que han defendido con coraje posiciones que muchos defenderíamos hoy en día, que han sido un ejemplo de civismo y de resistencia frente a la barbarie y (dato crucial) para los que todo esto era perfectamente compatible con sus principios políticos. Si llegados a este punto he logrado que alguien desee oír un ejemplo de esta afirmación (aunque sea para terminar de cabrearse) me habré salido con la mía. Porque lo que realmente quería contarles es la historia del comunista Guido Rossa.
(Guido Rossa)


Probablemente la historia de Guido Rossa no sea más que un destello de luz en la negra historia del comunismo. Sin embargo, este episodio sugiere que ese monstruo que algunos pretenden equiparar al nazismo tiene múltiples facetas y que, quizás, alguna podría salvarse de la quema. Entiendo que intentar encontrarla y delimitar sus fronteras entre tanta infamia puede ser un trabajo sucio pero dudo mucho que, si no hacemos ese esfuerzo, se logre cerrar algún día el juicio contra el comunismo.
Etiquetas: Jacobiano
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