Sin embargo, parece que la condena definitiva no acaba de llegar. Ante esto surge de modo natural una pregunta que ha sido formulada de mil formas distintas en los últimos años: ¿Por qué el nazismo, una ideología con un historial de víctimas equiparable (o acaso inferior) al de nuestro acusado, ha merecido la más solemne de las condenas mientras que el comunismo no? ¿Qué ha hecho el comunismo para merecer un trato mejor? Aunque se han ofrecido muchas respuestas a este aparente enigma, parece que últimamente no está demasiado de moda incidir en un hecho que, al menos en mi opinión, hace que la equiparación entre ambas ideologías no sea acertada (explicando así este fenómeno): que ha habido comunistas dignos, personas que han defendido con coraje posiciones que muchos defenderíamos hoy en día, que han sido un ejemplo de civismo y de resistencia frente a la barbarie y (dato crucial) para los que todo esto era perfectamente compatible con sus principios políticos. Si llegados a este punto he logrado que alguien desee oír un ejemplo de esta afirmación (aunque sea para terminar de cabrearse) me habré salido con la mía. Porque lo que realmente quería contarles es la historia del comunista Guido Rossa.
(Guido Rossa)
Guido era sindicalista y militante del Partido Comunista Italiano, un reformista en la línea de Enrico Berlinguer. En sus propias palabras, un apasionado de la justicia social y de los derechos humanos. Trabajaba en una empresa siderúrgica en Génova allá por 1978. Por entonces, flotaba en el ambiente la sospecha de que las Brigadas Rojas, en plena ofensiva terrorista tras la demostración de fuerza que supuso el secuestro y asesinato de Aldo Moro, habían puesto a la empresa entre sus objetivos: hacía tiempo que aparecían octavillas con la estrella de cinco puntas en los alrededores de la fábrica y los coches de algunos dirigentes comenzaron a aparecer calcinados. Las sospechas se confirmaron cuando el jefe de personal escapó vivo de un intento de asesinato. Los sindicalistas, alarmados, pidieron que se prestase la máxima atención ante cualquier comportamiento extraño pues temían que hubiese algún colaborador de los terroristas entre los empleados.
Probablemente la historia de Guido Rossa no sea más que un destello de luz en la negra historia del comunismo. Sin embargo, este episodio sugiere que ese monstruo que algunos pretenden equiparar al nazismo tiene múltiples facetas y que, quizás, alguna podría salvarse de la quema. Entiendo que intentar encontrarla y delimitar sus fronteras entre tanta infamia puede ser un trabajo sucio pero dudo mucho que, si no hacemos ese esfuerzo, se logre cerrar algún día el juicio contra el comunismo.
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