A mí estos acontecimientos me parecen los síntomas de una enfermedad de nuestro aparato político, y no del país de carne y hueso, que si bien está preocupado, sigue sano y lleno de futuro.
El primer malentendido a deshacer es la de la presunta confrontación izquierda-derecha. Hoy sigue vigente la disyuntiva de Goethe, injusticia o desorden, que ha llevado a definir la derecha como quien busca mantener el orden y la izquierda como quien intenta establecer la justicia. La historia está llena de choques sangrientos entre ambas. Pero en las democracias prósperas de Occidente, de las que España forma parte, los niveles de orden y justicia son, cuando comparados con el resto del mundo, bastante satisfactorios, y por ello la distancia entre izquierda y derecha no es muy grande. Aún así, siempre hay injusticias que reparar o desórdenes que prevenir, de manera que en estas democracias avanzadas la alternancia pacífica entre una izquierda y una derecha moderadas y próximas, suele ser el devenir político normal. Alternancia que no solo es necesaria para mantener el inevitable juego pendular entre justicia y orden sino también, y quizá más, para prevenir la corrupción que infecta inevitablemente a los partidos que permanecen durante demasiado tiempo en el poder.
La trayectoria democrática de la España constitucional del 77 ha sido brillante. La transición desde el franquismo fue un éxito que casi nadie fuera de España esperaba, pero también lo fueron las ocho legislaturas democráticas que transcurrieron durante 27 años, hasta el 11M. Quisiera destacar tres logros. El comportamiento cívico y animado de los electores españoles, que han venido votando en las elecciones generales con unos niveles de abstención siempre inferiores al 30%. El haberse llegado muy pronto a un cuasibipartidismo, con dos grandes partidos, PSOE de centroizquierda y PP de centroderecha, unas minorías nacionalistas de escaso peso en el total, y un PC que ha ido derivando hacia el ecopacifismo. Y el ingreso en la UE y en la NATO, que han dado a España prosperidad económica, paz social y protección contra unos enemigos exteriores que no dejarán nunca de acecharla.
Pero esta etapa democrática también ha tenido sus sombras. Como consecuencia de las debilidades inherentes a nuestro sistema electoral proporcional, de un total de nueve legislaturas, solo en tres han podido conseguir mayorías absolutas los grandes partidos nacionales (dos el PSOE y una el PP). Ello ha llevado a que las minorías nacionalistas, necesarias para formar gobiernos, hayan tenido más poder estatal del que merecían, dado su escaso sentido del estado, y del que hubiera sido conveniente para la estabilidad del sistema. A lo largo de los años, forzados por esta situación, tanto el PSOE como el PP han transigido demasiado ante los nacionalistas en asuntos que ahora lamentamos, como el de la enseñanza del castellano y de una historia común. Por otro lado, el terrorismo de ETA ha persistido con una ferocidad brutal y bajo la forma taimada de un conglomerado político-terrorista, que ha corrompido el escenario puramente político español. El 11M fue una tragedia inesperada de la que todos los españoles fuimos inocentes y que debió haber provocado la formación, tras las elecciones del 14M, de un gobierno de salvación nacional PSOE/PP. Pero resultó sin embargo en un gobierno minoritario presidido por Zapatero, que ha acelerado torpemente la emergencia de las contradicciones y desgastes acumulados en nuestro sistema democrático desde el año 1977. El PSOE de Zapatero ha tenido que apoyarse en los nacionalistas catalanes y los comunistas para gobernar España, y ha cedido mucho en asuntos muy importantes, quizá porque dentro mismo del PSOE, que debería ser el pilar izquierdo de la estabilidad española, se han puesto de manifiesto tendencias disgregadoras muy claras, procedentes del PSC. En virtud de todo ello, Cataluña se ha convertido hoy en un ejemplo avanzado de hacia dónde NO debería derivar el sistema político español: un pluripartidismo confuso en el que demasiados partidos, encastillados en la defensa de sus posiciones e intereses, no saben pasar de ahí, como demuestran los resultados nada entusiasmados del referéndum sobre el Estatut. Si este es el camino que va a seguir el conjunto de España, nuestra gobernabilidad se volverá mucho más difícil. Solamente democracias tan maduras como la holandesa pueden soportar con éxito un pluripartidismo tan extremo.
Ante estas circunstancias, cabe preguntarse si sigue siendo viable la democracia constitucional española de 1977. Es decir, si esta democracia será capaz de mantener la unidad de España y la prosperidad y la seguridad de los españoles, a largo plazo.
Yo creo que sí, pero también opino que, en el movimiento pendular que es la vida de todo sistema político, el de España ha llegado a un punto de crisis y de necesario cambio de dirección. Tres correcciones mínimas me parecen indispensables: que el sistema electoral permita que las mayorías absolutas de gobierno, sea éste del PSOE o del PP, no mediatizadas por las minorías nacionalistas, sean la regla más que la excepción; que se restablezca un liderazgo único y fuerte dentro del PSOE; y que se reconstruya un consenso básico entre PP y PSOE sobre los asuntos fundamentales del estado, más aún, una visión compartida de España, de qué es y hacia dónde va. Todo ello desde la perspectiva de que nada podrá conseguirse a corto plazo y sin muchos esfuerzos, y de que se requiere además una confianza continuada en que dichos esfuerzos valen la pena y es posible culminarlos con éxito.
La alternativa para conseguir que se cumpla la primera corrección, fácil consecución de mayorías absolutas, es una mayor movilidad de los electores, que los haga capaces de despegarse del voto cautivo. Esto no significa que no sean también necesarios cambios en las leyes, capaces de devolver al estado bastantes de las competencias que ya ha cedido a las autonomías, de manera que sea posible que los españoles seamos todos iguales ante la ley y nos ilusionemos con las elecciones generales. Pero pensar en una modificación profunda de la Constitución, y a través de ella del sistema electoral, es tan arriesgado que deberíamos desecharlo.
¿Y cómo pueden los electores hacerse más móviles? Tendría que aumentar la proporción de los que son verdaderamente centristas, es decir, capaces de alternar su voto entre un centroizquierda y un centroderecha. Esto es lo que pasa en democracias maduras con sistemas mayoritarios, como USA o Gran Bretaña ¿Es factible en España? La mejora del nivel económico y educativo ayudará, pero haría falta además una movilización de los intelectuales, que los haga menos convencionales y más comprometidos con un futuro viable, próspero y seguro para España. Y de los medios, que sean más imparciales y capaces de asumir una tarea pedagógica. Una segunda posibilidad, más a tono con la naturaleza proporcional de nuestro sistema electoral, es la formación de un partido bisagra, estrictamente centrista, capaz además de ganar un número de votos suficiente para superar los lastres que le impondrá la ley de Hondt. Este partido debería asegurar que, en la ausencia de mayorías absolutas, PSOE o PP consiguieran mayorías suficientes para gobernar, sin tener que claudicar ante los nacionalismos. El Partido de los Ciudadanos, si va a más, podría asumir ese papel. Un sistema así ha venido funcionando bien durante años en Alemania, con los liberales primero, y los verdes después, jugando el papel de bisagra entre socialismo y democracia cristiana, en un país en el que existen como en España fuertes tendencias autonomistas.
En cuanto a la segunda corrección, ¿es posible un PSOE más fuerte y centralizado, con un liderazgo más sólido y enérgico que el actual? Muchas de las críticas que le hacemos a Zapatero le corresponderían más bien a un PSOE que no ha hecho los deberes como ya los ha hecho la derecha española. Mientras que ésta (PP) se ha segregado claramente de la derecha nacionalista (CiU y PNV) y ha integrado a la derecha menos centrista (AP), la izquierda (PSOE) no ha sido capaz de diferenciarse de una izquierda nacionalista que persiste dentro del PSC y el PSE, ni ha sido capaz de integrar a la izquierda menos centrista (PC). Viendo cómo los grandes líderes del PSOE se han ido de la política activa (Felipe González, Leguina) o a trabajar para la Unión Europea (Solana, Borrell, Almunia) o se han apalancado en sus taifas (Chaves) o encastillado en sus cuarteles de invierno (Guerra), uno se pregunta si lo que estos líderes le dejaron a Zapatero no fue sino una vaquilla brava con la que no se consideraban capaces de enfrentarse. Como líder socialista español que todavía no ha tirado la toalla no queda más que Bono. Pues habrá que apoyarlo para que consolide a su alrededor un PSOE más firme, porque además lo tiene bien difícil. Y si no, esperar a un líder nuevo que refunde un PSOE fuerte, para lo que hará falta alguien con muchas agallas, varón o hembra.
Sólo con un PSOE reforzado y seguro de sí mismo sería viable la tercera corrección, el restablecimiento de un consenso básico entre PP y PSOE sobre los grandes temas nacionales. Este consenso es posible, porque ha existido ya (Constitución, Mercado Común, OTAN, terrorismo), pero se ha debilitado extraordinariamente, y en esto Zapatero tiene una responsabilidad importante, tanto que difícilmente podría ser el líder capaz de reconstruirlo, como a lo peor tampoco pueda serlo, quemado en el intento, Rajoy. Tendría que tratarse de un consenso ambicioso que se extendiera a muchos temas vitales para el futuro de España: la educación, la defensa, las alianzas internacionales, la lucha contra el terrorismo, la contención del independentismo, la reconstrucción de un espacio fiscal y económico español, los tipos de competitividad internacional a desarrollar, la posible reforma de la Constitución, etc. Y para conseguirlo, no solo el PSOE, también el PP tiene que hacer muchos deberes. Por poner un solo ejemplo: el tema del laicismo del estado, necesario en un país moderno que quiera mantener viva su tradición católica pero enterrando definitivamente su anticlericalismo, y que el PP debería apoyar sin más reservas que las de la libertad de elección de los ciudadanos.
Termino ya. Hoy día, cuando dos españoles se encuentran en terreno neutral, como pueden ser un bar, un entierro, un viaje o una fiesta, se sienten manifiestamente iguales, y ni se dejan separar por su eventual adscripción política ni por el pueblo en que nacieron ni por el equipo de fútbol que les gusta ni por las costumbres que manifiestan. No obstante, los españoles están viviendo acontecimientos a veces trágicos, que les indignan y les frustran. Saben que algo está fallando en su sistema de convivencia. Ojalá que cuando busquen las posibles causas de esto que les está fallando no se queden en lo superficial. Que se convenzan de que si su equipo va persistentemente mal, el problema no está en el campo, los árbitros, los hinchas de los equipos contrarios, los resbalones, las faltas o los penaltis. Tampoco en Dios, el demonio, el destino, la historia, la CIA o Al Qaeda. Sino más bien en lo que no se ve pero que está permanentemente detrás de las bambalinas: el vestuario, el entrenador, los directivos, el estado de ánimo y la compenetración de los jugadores. Y que crean los españoles en que, antes o después, si se intenta con ganas, todo lo que funciona mal en esa trastienda tiene solución. Y que sepan que más de la mitad de esta solución está siempre en un diagnóstico certero.
(Escrito por Olo)
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Pasen Vds., pero sin molestar. los señores duermen.